Hubo un claro perdedor en las elecciones generales de Estados Unidos este primer martes de noviembre: la casta de los encuestadores. Una vez más, pero esta vez con casos impactantes como Pensilvania y Carolina del Norte, han demostrado que la demoscopía se queda muy corta cuando los comicios son reñidos. Especialmente en un país en el que suele votar poco más de la mitad del electorado en las presidenciales y con una geografía continental: por el sistema de Colegio Electoral, no importa cuán movilizadas estén las bases progresistas de Nueva York o California, se neutraliza su efecto si en Ohio o Nevada se quedan en casa.
Pero lo primero es lo primero: cómo está la situación promediando la tarde del miércoles (la mañana estadounidense). Poniendo negro sobre blanco, de mantenerse la tendencia mientras se escribe este texto (el escrutinio avanza lento), ganaría el candidato demócrata, Joe Biden, la presidencia norteamericana.
Esto es así por simple aritmética. Para ganar, se necesita contar con 270 representantes en el Colegio Electoral, al ser un sistema de elección indirecta. Hasta ahora confirmados, el exvicepresidente de Barack Obama ya cuenta con 238 y alcanzaría la anhelada cifra si se confirma si triunfo en Wisconsin (10), Michigan (16) y Nevada (6). Con estos tres estados, dos del díscolo Mid-west y el tercero de la zona de las Rocosas, Biden se garantiza su triunfo, sin necesitar Pensilvania.
Con esos tres al candidato del Partido Demócrata le basta pero sólo gracias a una sorpresa: Arizona, un swing-state (estado pendular) cuya principal ciudad es Phoenix y que a pesar que suele votar muy conservador, ha dado un claro triunfo al progresismo (51% a 47,6%).
Pero los márgenes de victoria de Biden en Wisconsin (0,53%) y en Nevada (0,74%) son tan pequeños que hay que esperar hasta que esté contabilizado el 99 por ciento de los votos. Y también otro factor clave: la pandemia del coronavirus ha hecho que haya un récord histórico de votos emitidos por correo. De hecho, el estado considerado clave hasta ayer, Pensilvania, tuvo casi 3 millones de votos enviados por servicio postal. Ese escrutinio puede dar vuelta el resultado actual (que da el triunfo a Trump por 9 puntos) pero por lo expuesto antes ya no sería un estado decisivo si Biden mantiene los tres mencionados en que va ganando.
Otra sorpresa ha sido la disociación entre las encuestas y los resultados. Se auguraba un empate o hasta un triunfo ajustado de Biden en Florida, Pensilvania, Carolina del Norte y holgadamente en Michigan. No ha ocurrido. El análisis de los números posterior indicará si las bases progresistas no se han movilizado lo suficiente y si el hecho que las encuestas pueden publicarse hasta el último minuto no acaba induciendo a la desmovilización de los votantes del que aparente ganador.
El macho alfa
Parece mentira que un presidente con la historia que lleva a sus espaldas y los cuatro escandalosos años de mandato pueda tener el 48% de los votos de la principal potencia mundial y la mayor democracia occidental. Pero los tiene.
La pregunta es por qué. Lo primero y más claro que aparece es el éxito de su discurso de la «alt-right» (derecha alternativa). Esta mezcla de proteccionismo, nacionalismo, conservadurismo social y liberalismo fiscal ha calado profundamente en la clase media empobrecida del «rust-belt» (cinturón de óxido), como se llama a la región que circunda los Grandes Lagos. Los sectores medios no universitarios y blancos han permanecido fieles a Trump y su “America First”. Lo demuestran Ohio, Pensilvania, Indiana, West Virginia y Michigan, que, aunque acabe dando triunfo a Biden, será por un margen tan pequeño que ni puede considerarse una derrota para el actual presidente.
Pero hay otros motivos para estas jornadas aciagas. ‘Global Risk Insights’, prestigiosa publicación sobre geopolítica de la London School of Economics, recordaba este lunes que el magnate neoyorquino tenía serias posibilidades de ganar por varios motivos. Uno de ellos es que las encuestas fallan porque el voto duro de Trump, su bastión electoral, es muy poco probable que participe de las encuestas y sea parte de la muestra, que no suele representar fielmente lo que vota la Norteamérica blanca, periférica y empobrecida.
Otro de los elementos que señala la publicación es que la tracción para el voto afroamericano, muy opositor a Trump, podría no ser lo suficientemente fuerte como con Obama, sobre todo por algunas posiciones consideradas racistas realizadas por Biden en los años 70. Además, apunta al programa económico «inestable» del candidato demócrata, que puede desmotivar al voto a un sector empresarial que vea con malos ojos anuncios de gastos billonarios y menos guiños al mercado.
Por último, también apuntan a que hasta el estallido de la epidemia en territorio estadounidense, en abril, hubo un récord histórico de tasa de empleo para afroamericanos y minorías étnicas. La economía, por el motivo que sea, dio buenas noticias a Trump y en una elección general puede pesar aún más para un segmento grande de la población que otros temas más morales, como los asuntos raciales y la corrupción.
Congreso y Senado, buenas noticias para los demócratas
Además de muchas gobernaciones, los estadounidenses renovaban la totalidad de su Cámara de Representantes y la mitad de su Senado. El Congreso quedará en manos demócratas, que retendrán el control que ganaron hace dos años y que inició una dura puja de poder con la Casa Blanca. La ecuación quedaría 227 contra 208 republicanos.
En el Senado crecen los escaños para los demócratas aunque el control quedaría en manos de los conservadores, aunque, según cómo acabe el escrutinio en algunos estados, podría haber un empate de 50 a 50. En ese caso, la mayoría la tendría el partido de la Casa Blanca, ya que el vicepresidente en ejercicio preside la Cámara alta y su voto desempata.