Aritz INTXUSTA

Aquiles, la tortuga y el virus

La paradoja de Zenón en la que plantea una carrera entre Aquiles y una tortuga ejemplifica cómo se han endurecido las restricciones y debería ser tomada en cuenta a la hora de la iniciar la desescalada.

Zenón de Elea, en su intento para negar el movimiento, imaginó una carrera entre Aquiles, ‘El de los pies ligeros’, y una tortuga. En dicho reto, el héroe aqueo, lleno de soberbia, decide dar una ventaja al reptil y deja que avance todo un estadio de distancia antes de salir en pos del caparazón a toda velocidad.

En el momento en el que Aquiles cubre ese estadio de distancia que había dejado a la tortuga, mira a su alrededor, pero la tortuga no está. El animal se encuentra unos pasos más adelante, pues mientras el héroe corría, ella había tenido tiempo para avanzar otro poquito.

Una vez más, Aquiles corre y alcanza el punto donde había visto a la tortuga. Pero, para su desgracia, la tortuga ha tenido tiempo de avanzar otro pelín. Lo mismo le sucederá la próxima vez que lo intente. Y la siguiente. Y así hasta el infinito.

En la paradoja de Zenón (resuelta matemáticamente hace siglos) Aquiles nunca alcanza a la tortuga por mucho que dure la carrera. Tan solo es capaz de acortar la distancia más y más.

La mecánica que plantea el filósofo recuerda mucho al endurecimiento de medidas. El virus (la tortuga) iba infectando a la población, luego las autoridades detectaban el avance y decidían qué estrategia seguir, pero para cuando la sociedad (Aquiles) reaccionaba, el virus ya había dado otro paso y ese primer esprint ya no bastaba. Había que correr una y otra vez.

Esta carrera tratando de atrapar al coronavirus se alargó demasiado y, por eso, las reglas cambiaron. Ya no bastaba con alcanzar al virus, sino que había que rebasarlo y bajar la incidencia a toda prisa, pues la situación hospitalaria era –sigue siendo– explosiva.

En Nafarroa estamos en esas, apretando el paso y dejando la tortuga atrás. Con bares cerrados y sin posibilidad de entrar en casas de terceros, la incidencia del virus está cayendo a una velocidad ilusionante.

Ahora bien, este no es el único paralelismo que existe entre la aporía de Zenón y la situación actual. Esta fábula de Aquiles viene otra vez que ni pintada para explicar de qué modo descienden los contagios.

La primera semana donde se apreció el bajón en Nafarroa, los contagios pasaron de unos 500 diarios a 400. Ahora llevamos dos semanas cayendo un 40% intrasemanal, pero no se nota tanto, porque el total de casos es cada vez menor. En quince días, aun siguiendo a este ritmo, no bajaremos cien casos ni en toda una semana.

Como en la paradoja de Zenón, parece evidente que erradicar al virus con estas restricciones, llegar a los cero casos diarios y mantenerse en ellos, resulta prácticamente imposible, pues la mejoría se irá ralentizando. Y en caso de lograr alcanzar esa tortuga, sería un esfuerzo inútil pues enseguida llegaría otro caso de otra parte.

Así, en algún momento determinado, el esfuerzo (el lujo) de tener los bares y restaurantes cerrados y el evitar reuniones con seres queridos dejará de compensar en función a la disminución de la incidencia que se consigue. ¿Cuándo se alcanzará este umbral? Desde luego, yo lo desconozco, pero pinta que está lejos. El 26 de noviembre que ha apuntado el Gobierno como día de la posible reapertura de las terrazas de bar se antoja un poco temprano.

Nafarroa evoluciona bien pero viene de una situación crítica. Todavía no se ha llegado a los niveles de seguridad que se fijaron en el Consejo Interterritorial, donde se dijo que el grado extremo era a partir de una incidencia acumulada de 250 casos por 100.000 habitantes en 14 días. Estamos cerca del doble de esa cifra. Y el resto de territorios de Hego Euskal Herria aún van más retrasados. Y lo peor es que los hospitales mantienen aún una tensión importante.

Existen otros hitos por el camino a tener en cuenta, como que las Navidades llegan justo antes de los meses críticos para las enfermedades respiratorias (enero y febrero), el adiós definitivo de los «veranillos» y su efecto de contención y, en último término, despejar la incógnita del inicio de la vacunación.

Tampoco conviene olvidar que cuando salimos corriendo tras la tortuga nunca llegamos a cogerla, sino que nos vimos obligados a adelantarla para que la incidencia cayera de forma drástica. Por eso, todavía desconocemos cuáles son las medidas justas (sin quedarnos cortos, ni pasarnos) para mantener al virus a raya y llevar una vida lo más normalizada posible. Y esto es un drama, pues uno está harto de tanto correr.