Àlex Romaguera
Entrevista
Fermí Rubiralta
Historiador

«Como ha pasado en Catalunya, en Euskal Herria desaparecerá pronto el espejismo del oasis»

Fermí Rubiralta, tras varios libros sobre los referentes del soberanismo, publica “Historia del independentismo político catalán. De Estat Català al 1 de Octubre” (Txalaparta), que nos acerca a la génesis y evolución de un proyecto que ha conseguido suscitar el apoyo de una amplia mayoría social.

Fermí Rubiralta. (Víctor SERRI)
Fermí Rubiralta. (Víctor SERRI)

Catalunya continúa su particular andadura para lograr un estado propio. Nunca antes había visto tan cerca esta posibilidad, una vez los partidos soberanistas iniciaron el llamado Procés empujados por la sociedad civil ahora hace diez años. Pero la idea de la independencia tiene sus raíces mucho antes, pues a finales del siglo XIX ya encontramos expresiones que empiezan a dibujar la necesidad de un proyecto de ruptura con el Estado español. De todo ello habla Fermí Rubiralta en el libro “Historia del independentismo político catalán. De Estat Català al 1 de Octubre” (Txalaparta). Una obra en la que este historiador de 61 años, establecido en el barrio bilbaino de Santutxu, analiza el carácter inclusivo del movimiento, sus sucesivas etapas y aquellos elementos básicos que lo han diferenciado del independentismo vasco, al que también se refiere en la entrevista.

Sitúa el nacimiento del independentismo político catalán a principios del siglo XX. ¿No había antes ninguna experiencia mínimamente articulada?

Se considera que el punto de partida es La Reixa, una organización antirrepresiva surgida a consecuencia del arresto de treinta activistas durante la Diada del 11 de septiembre de 1901. Pero a causa de la represión, que explica el uso de la palabra separatismo y el tabú del término independencia los años posteriores, el primer partido independentista en Catalunya no surge hasta después de la Primera Guerra Mundial, con la fundación de Estat Català el año 1922.

¿La restauración borbónica había provocado que el independentismo fuera más reactivo que propositivo?

Hasta entonces, la reivindicación de la independencia es un tema recurrente pero escurridizo, que tiene como antecedentes los escritos de Josep Narcís Roca i Farreras en la década de 1880, en los cuales ya defendía un nacionalismo popular que abarcaba el conjunto de los Països Catalans. Pero si no se vertebra antes es, efectivamente, por la represión de una administración foránea que, al igual que la segunda restauración iniciada tras la muerte de Franco, se caracteriza por la corrupción. No es de extrañar que, a causa de ello, se trate de un independentismo apolítico que rechaza participar en consultas electorales, hecho que lo convierte en un movimiento poco dado a la pedagogía de las ventajas que supondrían para el país la independencia, y nada partidario de grandes construcciones doctrinarias o ideológicas.

¿Estat Català consigue arrastrar estos sectores?

Es fruto de la radicalización social y nacional que se vive en ese periodo, lo cual hace que se inspire en el modelo irlandés político-militar. Un modelo que, tras el fracaso de la Federació Democràtica Nacionalista del año 1919, coge cuerpo gracias al carisma personal y político de Francesc Macià y el activismo de pequeñas entidades juveniles lideradas por Daniel Cardona. Ellos impulsan Estat Català y adoptan como elemento icónico la enseña estelada del triángulo azul y la estrella blanca.

Ese independentismo convivirá con un catalanismo que se empecina, una y otra vez, a buscar el encaje de Catalunya dentro del Estado español…

Exacto. El catalanismo, primero representado por la Lliga Regionalista de Francesc Cambó y a raíz de la Transición con Convergencia i Unió y otras formaciones, siempre ha apostado, pese a fracasar en su empeño, en un estado plurinacional español donde tuviera cabida un proyecto nacional catalán diferenciado; mientras que el independentismo nace justamente de la conciencia de dicha imposibilidad.

¿Cuáles son las diferencias entre este nacionalismo popular y el vasco?

El vasco tiene un fuerte contenido etnicista –al menos el formulado por Sabino Arana en esta época– que responde a un proceso industrializador que se desarrolla muy rápido tras la pérdida definitiva de los fueros. Estas circunstancias, en ningún caso, son equiparables a las conocidas en Catalunya, donde se desarrolla poco a poco un nacionalismo ideológicamente plural y permeable a las sucesivas olas migratorias. Y este enraizamiento con las corrientes sociales más progresistas y, por tanto, contrarias al autoritarismo español le han convertido en un movimiento más inclusivo, cívico y transversal, diferente del aranismo vasco.

Esto lo ha hecho más plural pero también menos cohesionado que el vasco. ¿No cree?

Insisto: la rapidez con la que se produjo la industrialización hará que el vasco sea eminentemente defensivo y casi obligado a rechazar la integración de las corrientes migratorias. Y claro, esto tuvo su traslación a un esquema político más hermético, aglutinado al entorno de un partido que consiguió crear a su alrededor una galaxia de organizaciones sectoriales propias. Más tarde la izquierda abertzale copió la fórmula y también creó su amalgama de colectivos afines.

¿En Catalunya la sociedad civil nunca ha dependido de las organizaciones políticas?

Ha tenido mayor autonomía y eso le ha dado capacidad de mover los partidos de sus posiciones, a costa, eso sí, de que la cohesión ideológica fuera menor. Ello explicaría la aparente paradoja entre un Parlament del Principat con una mayoría más exigua de formaciones partidarias del derecho a la autodeterminación pero inmerso en un potente proceso soberanista. Todo lo contrario que el Parlamento de Gasteiz, donde, pese a contar con una mayoría nacional más amplia y teóricamente superior a las dos terceras partes de su composición, todavía no ha experimentado un proceso similar.

¿Qué otras diferencias sobresalen entre los proyectos de liberación de Euskal Herria y Catalunya?

Parten de patrones culturales y realidades económicas y políticas distintas, aunque cabe decir que, a raíz del liderazgo del lehendakari José Antonio Aguirre en los años treinta del siglo pasado –y, más aún, tras la derrota en la Guerra Civil–, los planteamientos nacionalistas vascos y catalanes cada vez se parecen más. Pero si tenemos que destacar algunas diferencias, podemos empezar por la referencia en la Constitución de 1978 a los derechos históricos vascos, pasando por un sentido de la territorialidad de las siete provincias que, en el caso catalán, no se ha interiorizado cuando nos referimos al ámbito nacional de los Països Catalans. También mantienen una estructura económica diferenciada y trayectorias muy asimétricas respecto a la lucha sindical, pues en Euskal Herria la mayoría sindical es claramente abertzale mientras que en Catalunya apenas existe un sindicalismo nacional catalán. En cualquier caso, si dejamos de lado las diferencias, lo relevante es que los dos pueblos luchan contra los mismos estados y eso hace que la solidaridad entre ellos nunca se haya perdido.

¿Por qué los intentos de insurrección armada siempre han fracasado en Catalunya y no así en Euskal Herria?

Más allá de la percepción de que «España es una nación débil pero un Estado fuerte», al menos a la hora de esgrimir el monopolio de la violencia, sería preciso analizar los intentos que ha habido en Catalunya de emprender la vía insurreccional –que no son pocos– y los factores que han jugado en su contra. Pues no es lo mismo la situación planteada bajo la dictadura de Primo de Rivera en los años 20, el “complot regicida fallido de Garraf” o el intento de invasión del Principat de Prats de Molló, en 1926. De la misma forma que no se pueden comparar los hechos del 6 de octubre de 1934, la Guerra Civil, el franquismo –donde existieron grupos sin demasiada repercusión, como el FAC o EPOCA– o ya en los años 80 la presencia de Terra Lliure, que muy probablemente llegó tarde una vez la radicalización comenzaba a desaparecer y empezaba la Transición, momento en que el catalanismo más pactista tuvo la hegemonía.

¿También ha influido el sentimiento de derrota que en muchas generaciones de catalanes significó la pérdida de las instituciones en la Guerra de Sucesión de 1714?

Puede ser un motivo, aunque esto no ha impedido que una mayoría de la sociedad catalana siga apostando por salvaguardar su diferencialidad nacional. Y así se puede apreciar, por ejemplo, en el uso del idioma catalán.

¿El independentismo catalán, pues, se ha mantenido primordialmente como un movimiento más pacífico y de matriz antiautoritaria?

Si alguna cosa le distingue es que nunca ha interiorizado un principio estático de la nación. El gran problema –y que explicaría su posición minoritaria hasta hace pocos años– ha sido su incapacidad de estructurar un discurso pedagógico sobre las ventajas de lograr un estado catalán independiente.

¿El actual Procés nace cuando la sociedad se da cuenta de esta necesidad?

Efectivamente, la triple crisis económica, política e institucional padecida en Catalunya en los últimos años ha hecho comprender a una mayoría de la población que el encaje político en una España plurinacional es imposible y que, sin la independencia, la existencia de Catalunya como nación diferenciada tiene los días contados. Por eso, en lugar de la metáfora del tsunami, habría que hablar de un volcán en estado de latencia, que especialmente ha entrado en erupción en el Principat.

¿Cómo divisa el futuro de ambas naciones?

En mi opinión, y pese a las diferencias entre los dos pueblos, estoy convencido de que pronto en Euskal Herria también desaparecerá el espejismo de un oasis vasco y asistiremos a la apertura de ese segundo frente, tan ansiado por el soberanismo catalán. Es el único camino que las dos naciones tienen para sobrevivir, de forma diferenciada, en esta realidad mundial globalizada.