Osasuna sale rana en la metamorfosis de Arrasate
Con un punto sobre 21 cualquier entrenador estaría defenestrado o en la picota. No es el caso de Arrasate, con crédito suficiente en la hinchada rojilla, en lo futbolístico y en lo emocional. Al contrario, la demanda es que vuelva el estilo Arrasate. Y la duda, si eso es posible.
Un punto en siete partidos es una muy mala noticia para Osasuna, pero no la peor. Hay 25 encuentros por delante para remediarlo; el problema real es que el equipo de Arrasate se ha vuelto irreconocible. El Villarreal le pasó por encima con descaro igual que han hecho esta temporada rivales menores como el Levante o el Huesca durante 45 minutos. El choque del martes en Elche (y el apéndice de la visita a El Sadar del Alavés) marca una encrucijada: punto de inflexión o zozobra.
En realidad, en la temporada ya ha habido un punto de inflexión: fin de octubre. Y un síntoma: Ante Budimir. En los seis primeros partidos, hasta la victoria ante el Athletic en el centenario, el equipo acumuló diez puntos. En los siguientes siete, justo desde que la apuesta de Arrasate (y Braulio) por un nuevo estilo se radicalizó con el croata, solo ha sumado uno y ha pasado a ser colista. Budimir no es el problema, obviamente, pero sí la señal.
Del Osasuna de Segunda al 2.0. Hay que remontarse al principio para explicar la metamorfosis. Y el comienzo fue una remontada 2-1 al entonces líder de Segunda, el Málaga, hace ahora no mucho más de dos años. Desde aquella tarde Osasuna despuntó con un fútbol que llamaba la atención por la velocidad en las transiciones pero no despreciaba la posesión, con peloteros como Roberto Torres, Rubén García, Fran Mérida o Iñigo Pérez, que dieron esa temporada su mejor versión. Arrasate era Klopp, sí, pero también era Guardiola.
A Osasuna lo había automatizado solo en lo defensivo Diego Martínez. Jagoba Arrasate consiguió algo más complejo: mecanizarlo en lo ofensivo y hacerlo muy rápido en el tiempo y muy vertiginoso en el césped. Jugaba de memoria, pero además jugaba valiente y bonito, y ello le rentaba una confianza brutal. Es historia: arrolló con 87 puntos y esas inolvidables 19 victorias y dos empates en El Sadar.
Si en Segunda el estilo había sido innegociable, el primer partido en Leganés ya anticipó un Osasuna 2.0, mucho más precavido como exige una categoría que no perdona errores. El 0-1 del estreno solidificó esa nueva apuesta para toda la temporada. Los rojillos mantenían las claves defensivas adquiridas (presión alta, defensa de anticipación) y algunas de las ofensivas (rapidez en las transiciones, laterales largos) pero reducían la combinación. El equipo ya no fue tan versátil, sino que priorizó el juego de ida y vuelta; Darko por Mérida, para entendernos. Con ese estilo Torres o Rubén no tuvieron tanta centralidad pero se salieron jugadores hiperenergéticos como Chimy Avila o Estupiñán.
La metamorfosis en dos tiempos. Osasuna llegó sobrado de puntos al parón de la pandemia, pero la lesión de Chimy abocó a un nuevo retoque, que aceleró la metamorfosis. Con Enric Gallego en punta, el equipo se volvió más estático y simplificó aún un poco más más su juego de ataque. La automatización ofensiva se iba diluyendo, dejando todo a la efervescencia de los laterales y los chispazos de Rubén o Adrián, mientras mantenía intacto el mecanismo defensivo con Oier-Moncayola eficaces y Aridane-David poderosos.
La extraña recta final de campaña resultó muy rentable en puntos (de hecho Osasuna acabó sumando más sin Chimy que con el de Rosario). Es posible que ello animara a entrenador y director deportivo, Braulio, a darle otra vuelta de tuerca al giro. Es probable que el nuevo fútbol del VAR, en el que tan o más importante que meter gol es lograr que el balón pegue en la mano del defensa, incentivara el afán de meter balones en el área sin demasiada elaboración. Y es seguro que Ante Budimir llegó en el último minuto del mercado para eso: jugar siempre con dos delanteros dotados para el fútbol directo (con el croata, Calleri y Gallego, Osasuna tiene el tridente ofensivo más alto de la Liga).
Jagoba frente al jagobismo. La apuesta se está mostrando fracasada, además de fea. Salvo en el segundo tiempo contra el Huesca o los últimos cinco minutos en Valladolid, Osasuna no logra arrollar a su rival, queda descolocado para la presión alta, se vende en el centro del campo y deja inermes a los centrales cuando intentan robar en anticipación. El 0-1 del Villarreal fue el crisol de todos estos defectos. Sobra añadir que Juan Cruz no es Estupiñán, que Nacho Vidal está fuera de forma, que Chimy se volvió a lesionar... y que Mérida salió del equipo en una clara declaración de intenciones de lo que se pretendía, porque no llegó un perfil similar sino otro «box to box» como Lucas Torró.
Llegados a este 3.0 fallido, ¿cabe volver a la primera propuesta, a la segunda o incluso a la tercera de fin de temporada pasada? El «jagobismo» echa en falta a Jagoba. En las redes sociales hay un clamor por comenzar por prescindir de un delantero, armar más el medio campo o dar más galones a Rubén García (desolador verlo de lateral izquierdo 70 minutos el sábado), pero a decir verdad no se atisba de momento que Arrasate vaya a rectificar su plan para este año: fue elocuente que ni con la expulsión de Aridane renunciara a un delantero y dejara al centro del campo a merced de un equipo de toque como el Villarreal.
Volver atrás nunca es fácil, y menos sí no se tienen ya las piezas adecuadas para componer el puzzle anterior: no hay un medio centro que haga fluir el balón salvo que se reconvierta ahí a Torres (a quien el puesto le gusta y lo desempeñó bien en Euskal Selekzioa), tampoco hay dos laterales profundos en forma, y en el mar de dudas que siempre crean las derrotas hasta la portería está en cuestión. Elche dirá si este equipo mira atrás para seguir adelante o continúa mirando adelante con riesgo de no llegar a ningún sitio.