Las 1.200 páginas del acuerdo sobre la futura relación entre la UE y Gran Bretaña han sido acogidas con bastante frialdad y desconfianza a un lado y otro del Canal de la Mancha, pese a que el premier británico, Boris Johnson, lo presentara como un «pequeño regalo» durante su mensaje navideño.
El inquilino del número 10 de Downing Street sortea las dudas sobre su futuro político tras uns gestión errática de la pandemia, coronada por un cierre de la frontera provocado por una nueva cepa, y que ha mostrado descarnadamente el escenario de un no acuerdo («No Deal»).
Pronto se sabrá la influencia que esa crisis ha tenido en la firma del pacto, pero las grandes cabeceras británicas recuerdan que el hecho de que haya evitado una calamidad no es un mérito remarcable.
Y el malestar no termina en sectores como el agrícola y el pesquero (este habla de traición). Los servicios financieros (la City) han denunciado haber quedado fuera del acuerdo pese a que suponen el 7% del PIB británico y 1,1 millón de empleos, frente al 0,1% y 12.000 empleos del sector pesquero.
La pesca se ha convertido en un elemento de valor más simbólico (soberanía sobre sus aguas, mayormente escocesas) que real en la recta final de 4 años y medio de negociaciones.
«Relación especial»
El «número dos» del Gobierno, británico, Michael Gove, ha anunciado que el Reino ¿Unido? y la UE tendrán una «relación especial entre soberanos iguales», expresión que Londres utiliza para definir su relación con EEUU pero que oculta la subordinación del que fuera imperio marítimo mundial frente al, hasta ayer, amo único del mundo (China le pisa los talones).
Nostalgia imperial que explica tanto el proceso del Brexit como las reservas sobre el acuerdo que muestran los sectores más euro-escépticos del Partido Conservador. El gobierno tiene asegurado el voto el 30 de diciembre con el apoyo laborista pero el propio Gove ha reconocido «muchos errores», en un intento de cierre de filas tory.
Acuse de recibo sobrio en la UE
Tampoco en Bruselas están para celebraciones. Los embajadores de los Veintisiete, reunidos por vez primera el día de Navidad, acogieron con sobriedad las explicaciones del negocidor jefe de la UE, Michel Barnier. «No ha habido celebraciones, porque un divorcio nunca es una buena noticia», señaló un diplomático.
Ahora, tienen « unos días» para examinarlo en sus cancillerías y volverán a reunirse el lunes para lanzar el proceso de firma del acuerdo por cada país y su aplicación provisional en espera de su sanción por el Parlamento Europeo el año entrante.
Tras medio siglo de integración a medias, la UE ofrece a su ya ex-miembro británico un acceso inédito, sin aduanas ni cuotas, a su inmenso mercado de 450 millones de consumidores.
Pero Londres deberá asumir las reglas europeas en materia medioambiental, laboral, de fiscalidad y de control estricto de los subsidios estatales.
El derecho a la libre circulación a un lado y otro del Canal es historia, como el proyecto educativo Erasmus y las empresas estarán sometidas a muchos controles administrativos.
En fin, un proceso que no satisface a nadie porque no reforzará a una Gran Bretaña en declive y debilitará a a una UE aquejada de una gravísima crisis existencial sobre su futuro.