Iraia Oiarzabal
Edukien erredakzio burua / Jefa de redacción de contenidos

Los cuidados como motor hacia un cambio de modelo

Cuidarnos ha sido nuestra mayor preocupación estos últimos meses, sin embargo, el cuidado implica mucho más de lo que creemos. Estos trabajos son esenciales para sostener nuestras vidas, la pandemia lo ha demostrado. Pese a ello, es una labor invisibilizada, castigada y feminizada. 

Getty Images.
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Es difícil poner la perspectiva en el año que empieza sin comenzar por la pandemia que hace diez meses irrumpió de la manera más inesperada en nuestras vidas. Entre otras cosas, porque ha hecho más evidentes, si cabe, algunas de las grietas más profundas que ya existían en nuestra sociedad. Si bien gran parte de los agentes de este país, con el feminismo a la cabeza, llevaba años tratando de poner la cuestión de los cuidados en el centro del debate, la convulsión producida por el covid-19 ha hecho inevitable que la reflexión se abra.

Hemos tenido que cuidar nuestros cuerpos y mentes ante la amenaza del virus y en este contexto se han visto las costuras de nuestro modelo, porque hablar de cuidar implica muchas cosas y nos interpela a todas y cada una de nosotras. Intentar completar un listado de lo que suponen los cuidados y las personas implicadas en ello sería un ejercicio complicado y en parte injusto porque seguro que siempre alguien queda por mencionar. Otra muestra más de lo central que es esta cuestión.

La crisis del coronavirus ha hecho más palpable el abismo entre el capital y la vida, algo de lo que se venía advirtiendo desde hace tiempo. Los cuidados son parte esencial para el sostenimiento de nuestras vidas, aunque no han tenido el reconocimiento debido. Devaluados social y económicamente, han recaído históricamente en las mujeres y el paso del tiempo no ha dado muestras de cambio. Y, pese a su no reconocimiento, son eje vertebral en nuestra sociedad. Si lo medimos en términos monetarios, según un estudio publicado por Oxfam a principios de 2020, se calcula que el valor del trabajo de cuidados no remunerado que realizan las mujeres supera, cada año, los 10,8 billones de dólares. Medido en tiempo, esto supone alrededor de 12.500 millones de horas diarias dedicadas a tareas sin ningún tipo de contraprestación.

Son datos que ahondan en la desigualdad, más si tenemos en cuenta que toda esa riqueza no se materializa en monedas mientras se multiplican millones en otros sectores gracias al trabajo oculto de todas esas mujeres. Todo ello tiene implicaciones directas en las condiciones de vida y viene marcado por nuestro modelo social.

El cuidado informal condena a las mujeres del entorno familiar y, por supuesto, sucede gratuitamente. En los casos en los que se busca esa atención fuera de la red familiar, en la gran mayoría de los casos la tarea recae igualmente sobre mujeres. Cuidadoras que muchas veces lo hacen en condiciones laborales y salariales miserables. A ello hay que añadir los estigmas alimentados al infravalorar una labor que sin embargo es primordial para sobrevivir y un engranaje para que nuestro defectuoso sistema de bienestar siga en marcha.

En su trabajo sobre los cuidados, el empleo y la participación sociopolítica, Marina Sagastizabal pone sobre la mesa un dato que habla por sí solo. En el Estado español se calcula que el 86% de los trabajos de cuidados se realizan en el entorno familiar. El 14% restante se lleva a cabo en otros ámbitos, el 51% de ellos en servicios privados informales, el 3% en servicios privados formales, el 37% en servicios públicos y el 9%, en comunidad.

La principal conclusión que sacamos de todo ello es que son las mujeres las que soportan esa carga en el ámbito privado. Las políticas de conciliación surgen para tratar de cambiar ese desequilibrio pero el modelo familiar que todavía hoy predomina entre nosotras hace imposible cambiar la balanza de lado. La participación de las mujeres en el mercado laboral implica que o bien realicen también el trabajo de cuidados en el hogar o que recaiga sobre otra mujer en condiciones muchas veces vergonzosas. Es un círculo que se retroalimenta una y otra vez.

Replantearnos el modelo para cambiarlo de arriba abajo es un reto que no podemos seguir esquivando. Para ello será necesario reflexionar en comunidad y debatir sobre cómo afrontamos un futuro incierto que ahora más que nunca pide a gritos que pongamos las vidas en el centro. El feminismo lleva mucho tiempo guiando el camino. La crisis sanitaria nos ha enseñado algo que sabíamos pero preferíamos olvidar, que somos interdependientes y vulnerables. Ahora toca luchar por unos cuidados dignos.