Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional
Entrevista
Xulio Ríos
Analista internacional y experto en China

«Los intentos de seducir o someter a China han fallado, hay que hacerle hueco»

Xulio Ríos es una de las voces más autorizadas para desgranar las claves del pasado, auscultar el presente y anticipar el futuro de una China que cada vez tiene más que decir en el mundo. Sus aportaciones son imprescindibles para suplir nuestro desconocimiento sobre el Imperio del Centro.

Xulio Ríos.
Xulio Ríos.

Mucho se ha elucubrado sobre la gestión inicial de la pandemia en China, sobre su posterior acierto a la hora de atajarla de plano, sobre su experiencia previa con las gripes y los distintos sars. ¿Cómo será la China pos-covid?

La pandemia va a actuar como un acelerador de procesos. China acaba 2020 como la única de las grandes economías con cifras de crecimiento, aunque muy modestas en comparación con las que nos tiene acostumbrados. Pero, ciertamente, no ha habido ni habrá a consecuencia de la Covid el ‘Chernobil’ que algunos vaticinaban para China. Por el contrario, el PCCh logró darle la vuelta al desafío y legitimar su gestión como una de las mejores a nivel global. Ello a pesar de que hay agujeros negros, algunos atribuibles a los déficits de su sistema político y otros, a las dificultades derivadas de hallarnos ante una nueva enfermedad cuyos extremos aún no conocemos suficientemente. El balance general y su comparación con el occidental nos presenta a una China más confiada en sí misma.

De una percepción de superioridad narcisista hacia China se ha pasado en Occidente a una suerte de envidia avergonzada por sus logros. ¿Qué hay de cierto y real en una y otra?

Diría que estamos ya en una tercera fase, la de incriminación acusatoria. En efecto, estábamos habituados a una imagen de ‘pobres chinos’ que, después de padecer las guerras del Opio y demás rapiñas imperialistas sin cesar que les sumieron en un siglo de decadencia, tuvieron que soportar a mayores las tragedias del maoísmo, desde el Gran Salto Adelante a la Revolución Cultural. Y, de repente, llegó el denguismo y el ‘enriquecerse es glorioso’ que acabó inundándonos de restaurantes, primero, y de tiendas todo a cien, después. Ahora, convertida en una potencia industrial y tecnológica de primer nivel, se percibe claramente como una amenaza y se desempolva el discurso anticomunista y los tics de la guerra fría para evitar que pueda trastocar la hegemonía occidental de los últimos siglos. Desde el discurso del vicepresidente estadounidense, Mike Pence, en el Instituto Hudson en octubre de 2018, algunos han pasado claramente al ataque en todos los frentes.

¿Cuál es la esencia del modelo chino, más allá del debate sobre el socialismo y su uso retórico o no y el capitalismo realmente existente?

En mi opinión, es un híbrido en transición que conjuga variables históricas y culturales de singular relevancia. La historia le aporta no solo una visión hacia el pasado, que es indispensable conocer para entender la esencia del proyecto chino, sino también hacia el futuro. Hay en todo su proceso una dimensión prospectiva de enorme relevancia. No son planes a cuatro años. Ahora mismo, hablamos de dos saltos, 2035 y 2049, cuando entonces, con otro ciclo de 30 años se culminará la modernización soñada a finales del siglo XIX. Y hay también una fuerte identidad cultural porque China ha ideado un cosmos propio. En un momento dado, a este se le culpó de la decadencia, incluso durante el maoísmo; hoy, sin embargo, repunta y brinda una coraza que ayuda al PCCh a blindarse frente a la influencia del liberalismo occidental. Todo ello configura un modelo centrado en la modernización y el desarrollo, pero incorporando una ideología ecléctica, un sistema híbrido y en permanente evolución. En ese contexto de presencia de manifestaciones asociables al capitalismo o al socialismo, es bueno tener presente que el Estado sigue en manos del PCCh y que conserva su capacidad para determinar el rumbo del país no solo por su firme control del Ejército sino también de los sectores estratégicos de la economía.

¿Qué podemos aprender de ellos y de su cultura milenaria?

Hay un gran desconocimiento de lo que es China, de su enorme importancia a lo largo de los siglos. La soberbia occidental ha silenciado y menospreciado sus innumerables aportaciones en todos los órdenes, incluso las tecnológicas. La fascinación romántica por el exotismo oriental es, desde luego, preferible a la hostilidad supremacista, pero debiéramos transformarla en fuente de experiencias. En las capitales occidentales se tiende a querer imponer nuestro modelo, incluso sin reconocer las influencias externas (empezando por la burocracia, que no es sino expresión del viejo mandarinato), como si todo empezara con nuestra hegemonía global. En contraposición, China quiere divulgar su cultura, no tanto por afán «salvador» sino porque ahí están las claves de su visión del mundo y de su comportamiento. Pero hay quien solo quiere ver en ello una vocación mesiánica y hegemónica.

¿Tienen algo que aprender ellos de Occidente?

Todos podemos aprender de todos. Ellos lo han hecho, y a veces de forma muy amarga. En la China de hoy no solo se reivindica el marxismo sino incluso algunos aspectos del liberalismo, ambos con origen en el pensamiento occidental. Les podemos acusar de dogmáticos pero su experiencia nos advierte de una resiliencia importante, al igual que de una ingente capacidad de adaptación que ya mostraron en otras épocas históricas, fagocitando cuanto pudiera tener valor e interés. Creo que tratándose de la única civilización antigua que aún subsiste se merecen un cierto respeto y en la medida en que avance el apogeo de su poder global, aumentará su rechazo a admitir lecciones de nadie.

¿Es el autoritarismo chino, el despotismo ilustrado que se permite hacer experimentos de prueba y error, más eficaz que la democracia representativa en la que los gobiernos se juegan la reválida cada año?

Si comparamos la gesta hospitalaria en Wuhan con el centro Zendal de Díaz Ayuso, no habría duda. En Taiwán, por ejemplo, la gestión ha sido muy buena, al igual que en otros países asiáticos democráticamente homologables. En general, donde el músculo público sigue siendo fuerte, la gestión ha sido mejor.

El neoliberalismo de los últimos lustros ha debilitado enormemente las capacidades públicas en muchos países. Y los imperativos del mercado dominan sobre cualquier otro aspecto. Eso puede explicar que en Europa, por ejemplo, la del bienestar, tengamos un balance tan terrible: ¡más de 300.000 muertos!. El sistema chino tiene algunas ventajas en la gestión de recursos y en la disposición de políticas, especialmente las de naturaleza estratégica.

Por otra parte, la admiración que suscitan sus éxitos no llega al punto de que alguien reivindique su socialismo como modelo a trasplantar como acontecía con el soviético, por ejemplo. Y es que es producto de sus condiciones nacionales y ahí está su valor implícito: no hay fórmulas universales. Cada sociedad debe procurar el camino, en permanente construcción, para establecer su propia síntesis de igualdad, justicia y libertad. Eso no quita que algunas de sus experiencias sean aplicables, y de hecho está ocurriendo (como es el caso de las Zonas Económicas Especiales, por ejemplo).

Indudablemente, los sistemas representativos ofrecen ciertas ventajas en materia de libertades, de las que en China se carece en la misma dimensión, pero también es cierto que la calidad de nuestra democracia se ha deteriorado enormemente y su auctoritas se ha devaluado. Y hay un hecho revelador: los soviéticos que podían salir de la URSS se querían quedar en Occidente, los chinos que salen libremente de China hacia los países occidentales quieren volver a su país. Y no es solo el factor cultural: en la comparación, creen que lo suyo es mejor.

¿Qué futuro le ve a China? ¿Qué retos y oportunidades enfrenta?

China se encuentra en un momento clave. La cuestión social, territorial, tecnológica, ambiental, son asuntos vitales de la agenda y constituyen desafíos neurálgicos. Como también la estabilidad política en un momento de cambios que apuntan a la clausura del denguismo y la consolidación del xiísmo. Esta tercera fase del proceso histórico iniciado en 1949 debe conducir al país a la posición que, por sus dimensiones demográficas y territoriales, pudiera corresponderle, es decir, asentándole como una de las potencias determinantes de un orden multipolar en el que el peso de la UE o de EEUU se reduce y eso debe reflejarse en un cambio de reglas, mal que les pese. Esto abre una pugna importante por intentar someter a China a las redes de dependencia occidental. El problema es la soberanía, no la economía.

¿Es posible una convivencia, tensa, pero convivencia? ¿O estamos ante un choque de orgullos, el viejo occidental y el recuperado chino?

Estamos ante la trampa de Tucídides que nos ilustró Graham Allison, y el resultado podría deducirse en esta década, sin descartarse que se produzca incluso una guerra, con focos ya definidos (mar de China Meridional o Taiwán). Ahí, Europa, India, Rusia, etc., tienen una especial responsabilidad para incitar a un acomodo paulatino sin dejarse enredar en aventuras, llamadas ‘alianzas’ por algunos, para doblegar el reto. Los intentos de seducir o someter a China no han funcionado. Su reacción fue avanzar en la modernización militar, pero también en la creación de su propio mundo a través de la Franja y la Ruta y otros proyectos. Hay que hacerle hueco.