No por esperada, la irrupción de Vox en el Parlament de Catalunya ha sacudido la vida política catalana. Si bien se esperaba que obtuviera representación, ninguna encuesta de intención de voto daba a la formación ultraderechista 11 representantes, superando con creces al Partido Popular y Ciudadanos. De no contar con ningún cargo público, la formación liderada por Santiago Abascal ha conseguido colarse en la escena política catalana con 217.883 votos, un 7,69% del total de papeletas emitidas que le sitúa como cuarta fuerza de la principal institución del país.
Esta circunstancia, inédita y sin precedentes en el panorama catalán, calibra la importante penetración que tienen sus recetas populistas y xenófobas entre la sociedad, especialmente entre el españolismo más conservador, pero también entre las capas que buscan soluciones expeditivas a la crisis que afecta a un amplio sector de la población.
En este sentido, la entrada de Vox en el Parc de la Ciutadella obedece al hartazgo ante la falta de respuestas para combatir la precariedad y, a la vez, a la capacidad de sus dirigentes de postularse como el remedio a los supuestos peligros que, según esgrimen por las redes sociales y en sus mítines o actos políticos, conllevan la inmigración irregular, el independentismo o el feminismo.
A fuerza de demonizar a estos colectivos con un discurso exacerbado y lleno de falsedades, Vox ha atraído a un volumen de electores que, en la actual etapa de desconcierto, se han mostrado permeables a las tesis anticatalanistas y al rechazo a los partidos del establishment.
Basta repasar los resultados de las elecciones del domingo para comprobar que Vox ha arrebatado buena parte de los sufragios que, hasta ahora, se habían refugiado en el Partido Popular y en Ciudadanos. A estas dos fuerzas, el partido de Abascal les ha acusado de no actuar a tiempo para frenar el movimiento independentista, de ahí que su principal discurso haya sido prometer que «haremos limpieza y acabaremos con la mafia separatista».
Trumpismo sin complejos
Con esta carta de presentación, y contando con la ventaja de suponer una novedad en el tablero político catalán, la formación de ultraderecha ha cosechado unos resultados que ni sus propios dirigentes preveían.
Pero no solo ha favorecido a Vox la crisis que arrastran PP y Ciudadanos, a los cuales ha suplantado como primera fuerza españolista en la inmensa mayoría de municipios. Cabe recordar que, si bien se trata de la escisión que Santiago Abascal y Aleix Vidal-Quadras, exlíder de los «populares» en Catalunya, promovieron en el seno del PP en diciembre de 2013, se alimenta de una corriente extremista global que, en la última década, ha ganado terreno en la mayoría de democracias occidentales. Esta corriente registró un impulso a raíz de la crisis de 2008, con el ascenso de Marine Le Pen en el Estado francés y de Matteo Salvini en Italia y con el triunfo del Brexit en Gran Bretaña, y tiene a Vox como depositario en el Estado español.
La formación de Abascal, que a través de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Danae) ya mantenía contactos con la extrema derecha, ha reproducido el hilo argumental que enarbola el nacionalpopulismo, cuya base es el rechazo a la inmigración extracomunitaria y la defensa a ultranza de los postulados más retrógrados de la Iglesia católica. Esto se traduce en una ofensiva contra el derecho al aborto y la ideología de género y un apoyo entusiasta al modelo tradicional de familia.
En su mitin final de campaña, el cabeza de lista de Vox por Catalunya, Ignacio Garriga, terminó su alocución dirigiéndose a sus seguidores con la frase «¡Que Dios les bendiga y que Dios bendiga a España!».
A propósito del éxito obtenido por Marine Le Pen en los últimos comicios en el Estado francés, Vox no tuvo inconveniente en mostrarle su simpatía, pero fue con la entrada de Donald Trump en la Casa Blanca, cuando la formación de extrema derecha se alineó con este populismo ultracatólico que mezcla patriotismo, militarismo y un racismo desacomplejado.
En el caso del partido de Abascal, se añade también la cruzada contra la izquierda y el soberanismo y el apoyo, más o menos indisimulado, a lo que representó el franquismo. El mismo Garriga no ocultó su admiración a la figura del dictador Francisco Franco cuando el 18 de julio de 2016, efeméride del golpe de Estado fascista, tuiteó: «Agradezco a mis abuelos que en un día como hoy se lanzaron a defender nuestros principios».
Oposición y total rechazo
Se espera que Vox ejerza una oposición «nunca vista en la historia». Así lo anunció su cabeza de lista la noche electoral ante un nutrido grupo de jóvenes de Upper Diagonal y conocidos neonazis. Garriga aseguró que «recorreremos todos los rincones de la Cataluña hispánica para ser el dique de contención contra las políticas liberticidas del nacionalismo y la izquierda». Según el representante de Vox, la misión de su partido es «recuperar la libertad que nos han arrebatado» y «terminar con la mafia separatista» que, según su criterio, ha cercenado los derechos de la sociedad catalana.
Toda una declaración de principios que ha obligado a la mayoría de fuerzas parlamentarias a plantear un cordón sanitario para evitar que este discurso agresivo altere la actividad del Parlament y llegue a la calle.
La reacción ante la presencia de Vox, que ya ha sido denunciado por un vídeo de campaña que atiza el odio al pueblo judío, ha venido principalmente de los grupos soberanistas y de izquierdas, mientras que PP y Ciudadanos han preferido ponerse de perfil. También desde la sociedad civil, la plataforma Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) convocaba ayer concentraciones para alertar del «perjuicio que supone para la democracia, la convivencia y los derechos humanos» la entrada de la ultraderecha de Vox en el hemiciclo y «exigir a la clase política que no ceda ni un milímetro a las propuestas ultras».
En cualquier caso, el partido de Abascal aspira a condicionar la agenda política, aprovechando el empuje que le ha permitido tener un altavoz en los principales medios de comunicación y romper los consensos básicos que garantizan el normal funcionamiento de la Cámara. Su proliferación en las redes sociales y la caja de resonancia que supone contar con una nutrida representación en el Congreso de los Diputados español y en el Parlamento de Andalucía, le convierten en un factor desestabilizador en el nuevo ciclo político que se abre en Catalunya.