Contagio en vergüenza, fatalidad y maldad
De aquí al final de lo que va a ser la cobertura de esta corta pero intensa Berlinale, quiero dejar claro, por si le importa a alguien, que apoyo a la organización de dicho certamen en la adopción del formato online como medida de emergencia contra el covid. Aparte de alguna carencia en el catálogo y aparte de alguna decisión peligrosa tomada con respecto a la manera de ver películas (si me lo permiten, y ya que lo he sacado, abrir la puerta de la alta velocidad de reproducción es dirigirse rápidamente hacia el infierno en el que, se supone, no queremos ver a instituciones como este certamen), entiendo que, de momento, 2021 sigue siendo un año al que no se le debe pedir demasiado.
En cualquier caso, no dejo de lamentar la antigua «normalidad», aquella que congregaba a multitudes frente a la misma pantalla. Ese escenario ahora añorado en el que seguro que se habría montado un escándalo con la proyección del plato fuerte en la nueva jornada competitiva por el Oso de Oro. Ha aparecido Radu Jude, uno de los más geniales autores de la nueva ola del cine rumano. Este casi-fijo en la cita alemana ha presentado ahora ‘Bad Luck Banging or Loony Porn’, provocador calvario en tres actos sufrido por una profesora de instituto que tuvo la mala suerte de que una cinta de altísima carga sexual protagonizada por ella y su pareja, se convirtió en la nueva sensación de internet.
A vueltas con los fenómenos virales en tiempos coronavíricos. Radu Jude ha sorprendido esta vez con una película que se erige en perfecta síntesis de una de las filmografías (la suya) más estimulantes de los últimos años. Se ha comportado de forma imprevisible, ha puesto siempre a prueba los límites de lo que cualquier espectador podría considerar tolerable... y sobre todo, ha agitado con humor y afilada inteligenica el frágil sistema de valores sobre el que se levanta buena parte de las sociedades modernas. A partir de un incidente tan desafortunado como desagradable, desata esa fuerza imparable, la que es, de hecho, la mejor arma de su arte: la risa casi nerviosa; la carcajada inoportuna que seguro que nos va a traer problemas, pero que al menos conseguirá desnudar las vergüenzas de un mundo ciertamente enfermo (y no por el «bicho» que estamos pensando).
Y lo que ha venido a continuación no ha podido estar a la altura (era difícil), aunque igualmente no ha estado carente de interés. Primero, el francés Xavier Beauvois instaló en una tranquila localidad costera del norte de su país natal. Ahí, un policía (solventemente encarnado por Jérémie Renier) vivía un idilio familiar, en casi perfecta armonía con la comunidad de la que cuidaba. Hasta que los sucesos empezaron a torcerse en su contra. De la manera más cruel e injustificada. Con ello, Beauvois reflexiona sobre el peso del destino y, de nuevo, sobre la transmisión de aquellas dolencias que de ningún modo pueden afectar a un solo individuo. A nivel técnico, el cineasta galo ha dado un recital de cine impecable, tan pulido en la filmación, en el montaje a base de cortes limpios, en el trabajo actoral... tan divino, que de algún modo no ha acabado de encontrar el pulso humano a la historia.
Después, el húngaro Dénes Nagy nos ha llevado en ‘Natural Light’ al horror de la Segunda Guerra Mundial, de la mano de un batallón magiar que luchó en el bando nazi. Durante casi dos horas, la acción queda suspendida en la negrura de la mugre y la miseria moral. Es una exploración del abismo de la barbarie técnicamente poderoso, pero demasiado fustigante en la esfera conceptual de un Mal que, como suele pasar, en realidad no tenía nada nuevo que aportar.