Ofrendas a la fortuna
Hoy, por fin, la Berlinale aflojó un poco el ritmo... pero de aquella manera. A falta de pocas horas para conocer el palmarés de la 71ª edición, la Competición rebajó el promedio de películas al día. De tres pasamos a «solo» dos, y ya fue bien. Porque aunque este año no haya tocado viajar a Alemania, el cansancio se nota igual... y porque igualmente hubo mucha tela que cortar.
Hoy, al fin y al cabo, era el día de otro de los pesos pesados de este concurso. El japonés Ryûsuke Hamaguchi (vaca sagrada de la autoría sobre todo desde 2015, año en el que presentó la colosal ‘Happy Hour’, de más de cinco horas de duración) llegó con ‘Wheel of Fortune and Fantasy’ bajo el brazo, es decir, con un largometraje compuesto por tres mediometrajes. Ahora, el contador final se quedó en «solo» dos horas de duración. Fue lo que tomaron, en total, tres historias independientes las unas de las otras, pero hermanadas con el propósito de ilustrar la influencia que podemos llegar a tener sobre las demás personas.
Como cabía esperar, Hamaguchi dio una clase maestra de precisión cinematográfica. El firme pulso del clasicismo nipón se notó en la nitidez y honestidad de unas imágenes que no querían manipular, mucho menos engañar... pero que igualmente se divirtieron librándose a los caprichosos designios de la diosa fortuna. La película fue a más, y cuando cogió confianza, apostó por el riesgo, y ahí, acertó de lleno. Cuando menos lo esperábamos, ‘Wheel of Fortune and Fantasy’ jugó con los saltos temporales abruptos, con las repeticiones y con ucronías de apariencia apocalíptica... pero de espíritu utópico. En un presente tan calamitoso como el que nos ha tocado vivir, reconfortó la luz y bondad de un cine que, a pesar de todo, siempre nos invitó a ser considerados, y a querer a los demás. Porque hay pandemias que, en efecto, se combaten con la empatía humana.
Mientras, desde Irán, llegó ‘Ballad of a White Cow’, de la dupla compuesta por Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha, un film que, en la elección del telón de fondo (esto es, las consecuencias de la pena de muerte) recordó mucho a “La vida de los demás”, de Mohammad Rasoulof, la que se alzara el año pasado con el Oso de Oro. Ahora el relato episódico dejó paso a un drama nuclear regido, una vez más, por las vueltas de la rueda de la fortuna. Un hombre acusado de asesinato fue ejecutado, y la cámara siguió los pasos de su mujer y de su hija. La primera iba a descubrir, de las manos del propio estado, que su marido en realidad era inocente de todos los cargos que se le habían adjudicado.
Brutal punto de partida a partir del cual la pareja de directores reflexionó sobre la voluntad divina, la de los hombres... y el minúsculo e indigno espacio que queda para que lo ocupen las mujeres. Un alegato feminista escrito y gritado desde la oscuridad donde se olvida a las personas con menos suerte.