Hablemos de la muerte
Si vives en alguna de las capitales de Hego Euskal Herria, te quedan dos días para poder ver en la pantalla grande “Mendian hil, hirian hil”, pequeña joya dirigida por Iñaki Peña –habrá proyecciones también en otras localidades–.
Como punto de partida, el documental aborda las muertes, inevitablemente traumáticas, de alpinistas en el ejercicio de su pasión –¿es suficiente consuelo saber que hacían aquello que les llenaba?–. Como prolongación, emerge nuestra deficiente relación con la muerte, sea en la montaña o, sobre todo, en la ciudad. Y como colofón, las sonrisas de Juanjo San Sebastián y Felipe Uriarte al recordar a amigos muertos hace años en la montaña, o las imágenes de las celebraciones con las que familiares y amigos de Mikel Crespo y Xabier Ormazabal recuerdan a quienes se fueron antes de tiempo. Hay lugar para el recuerdo sin dolor. «Pero requiere tiempo y trabajo, no solo tiempo», afirma Peña en una entrevista que será publicada en estas páginas los próximos días.
Quizá requiera también –la idea flota en la película– hacerle sitio a la muerte en nuestras vidas; el justo, tampoco hay que exagerar. Puede que baste con no alejarla de nuestra cotidianeidad para evitar, en la medida de lo posible, que arrase con todo cuando llega, sea tras un largo anuncio o sin aviso previo.
Antes de que la ubicación de estas líneas confunda, no es un documental sobre la eutanasia. Pero en el fondo de este trabajo brilla la dignidad de la vida y de la muerte, que es lo que pone encima de la mesa el debate de la eutanasia, por mucho que sotanas y rosarios enreden. Así lo ve también Peña, médico paliativista del Hospital de Arrasate, que rechaza cualquier incompatibilidad entre los cuidados paliativos y la eutanasia. «Estamos hablando de lo mismo», dice. De facilitar las herramientas necesarias para que la muerte sea un lugar lo más agradable posible, de eliminar de la ecuación cualquier sufrimiento innecesario.