Maddi Txintxurreta
Aktualitateko erredaktorea / Redactora de actualidad

Trabajar con el dolor y el hedor que emiten los papeles de la justicia

Entre las paredes donde resuena la máxima de que toda ciudadana es igual ante la ley, las funcionarias de la justicia sobreviven en un sistema clasista, machista, racista y caciquil. Lo cuenta Miren Alcedo, en su libro «Schubert nunca trabajó en justicia».

Portada del libro de Miren Alcedo Moneo. (TXALAPARTA)
Portada del libro de Miren Alcedo Moneo. (TXALAPARTA)

La portugaluja Miren Alcedo Moneo es desde 2005 funcionaria de carrera de la Administración de Justicia en la CAV, y basándose en su propia experiencia, describe desde una ficción narrativa la vida desconocida de las funcionarias –las, porque la mayoría son mujeres– de esta Administración. Lo hace mediante Carmiña, Maricarmen, Carmentxu y Karmele, y mediante textos muy cortos, la mayoría en forma de relato, que ayudan a entender la cotidianidad de las funcionarias de justicia.

Lo explica con un toque de humor, ligero, ameno, pero son relatos que se encuentran sobre un poso de violencia estructural. Alcedo publica con la editorial Txalaparta ‘Schubert nunca trabajó en Justicia’.

«Seguramente trabajar en la Administración de Justicia no sirva para ver cómo se hace justicia, pero sí que es útil para averiguar cómo es la realidad, la de verdad, no la que nos cuentan, para empaparnos de cómo es la condición humana, en lo más miserable y en lo más sublime:quien tortura y quien socorre desfila por el mostrador del juzgado, quien es altruista y quien es egoísta, quien se limita a sobrevivir. A todos atendemos, de todas aprendemos. Y con ellos y ellas el mundo de lo posible se agranda», resume la escritora en las últimas páginas de su último libro.

Las funcionarias de la justicia lidian día tras día con una burocracia que supura dolor y que requiere ser tratada con una impasibilidad inhumana, en una casa, la de la justicia, donde todo lo rige la jerarquía, el machismo, el caciquismo y, otra vez, el dolor.

Revisar, firmar, transcribir, enviar y archivar dolor. Escuchar relatos de violencia, con empatía al principio, pero con hastío, resignación y costumbre tras el paso de los años. Y, perdido el gusto de la empatía, participando sin querer en el sistema que penaliza a las más desamparadas, a las drogadictas, okupas, vendedoras del Top Manta, tramitándolo todo antes de que venzan los plazos. Sin derecho a atenerse a la objeción de conciencia.

Alcedo desentraña una Justicia, la mayúscula, que hace sufrir tanto a trabajadoras como a clientes. La curiosa balanza de la Dama de la Justicia.

Además de la resignación de las empleadas, relata la desesperanza de las clientas. Desde una víctima de violencia de género, un trabajador que sufrió un accidente laboral, el caso archivado de una trabajadora sexual encontrada muerta en el prostíbulo, unas pintadas anónimas denunciadas por la Ertzaintza que se enjuician por terrorismo, encausados del caso Gürtel en libertad bajo fianza, o una niña a la que se le culpa por «ya saber dónde se metía» después de que abusaran de ella. Los hay de todos los colores.

De jerarquías y abusos

Se podría extractar el hastío de las desconocidas trabajadoras que atienden a clientes desamparados con una frase de ‘Schubert nunca trabajó en justicia’: «Carmentxu se pregunta cuántos años o meses pasarán antes de que la crueldad de lo cotidiano desgaste a Carmiña hasta que con vergüenza tenga que recordarse que no está en un trabajo cualquiera, sino en un servicio a personas en problemas».

O, en crudo, con esta otra: «La trabajadora se sienta entre expedientes y la miasma que rodea su mesa empieza a minar las defensas que la inmunizan contra la intransigencia y la arbitrariedad. Poco a poco su naturaleza va asumiendo que la intolerancia ante lo diverso es el origen natural de las relaciones de poder y la justificación del abuso. El desequilibrio es la base sobre la que asienta la estructura».

En ese desequilibrio se aguanta de puntillas este sistema jerárquico que distribuye a las trabajadoras en «castas», cada cual con su función, cada pieza bien colocada encima o debajo de otra, en nombre de la justicia que afirma que todos los ciudadanos son iguales ante la ley.

Pero como en todo sistema jerarquizado se dan casos de abusos, y desde togados hasta limpiadoras, el abanico de castas es tan amplio como la variedad de abusos que suceden en estos edificios.

«Acudir a tribunales es escenificar en un juzgado el teatro de la vida, y en el Reino de España la norma de convivencia es clasista, racista, machista y caciquil y la justicia, muchas, demasiadas veces, es solo una palabra para colgar en piedra en las fachadas de los edificios», relata alcedo en su libro.

En este conglomerado se pierden las protagonistas del libro de Alcedo, tramitadoras, auxiliares o gestoras, todas funcionarias; todas diferentes pero intercambiables.

Carmiña, Maricarmen, Carmentxu y Carmele pierden su capacidad de pensar a cambio de un sueldo. Pierden, incluso, su vida, porque «todo eso que hace la vida vivible y nos humaniza, se amustia en cuanto atravesamos la puerta del juzgado. En cuanto entramos, vemos una o dos malas caras y aflora lo peor de nosotras, ese abismo negro que siempre nos acompaña, pero que mantenemos a raya combatiéndolo con luz y vida, se convierte en una amenaza concreta: la cara se nos agrisa, la desconfianza aflora y ya no amamos a nadie. Solo estamos tristes y agresivas».

Y la única alternativa para sobrevivir es la huida. Por eso se calzan los cascos y escuchan ‘Las truchas en el río’ de Schubert. «Porque Schubert nunca trabajó en justicia. Nunca de haberlo h echo podría haber compuesto una pieza tan briosa como ‘La trucha’, su quinteto para piano y cuerda».