Daniel   Galvalizi
Periodista

Iglesias y Díaz, la dupla forjada en la adversidad que busca salvar a Podemos

El vicepresidente y la ministra de Trabajo son ahora socios del objetivo mayúsculo que es salvar a su partido, para que no lo devore el PSOE en el Estado ni el errejonismo en Madrid. Componen una sociedad política que lleva años y que busca resistir. Estas son algunas claves del relevo.

Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, en un acto electoral en A Coruña en 2009. (M. DYLAN | Europa Press)
Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, en un acto electoral en A Coruña en 2009. (M. DYLAN | Europa Press)

Yolanda Díaz le daba órdenes a Pablo Iglesias. Hoy suena raro pero así fueron los comienzos de esta relación que integran la ministra de Trabajo y el vicepresidente segundo. Y que hoy tiene como meta estratégica no dejar morir Podemos, la formación que rompió el bipartidismo estatal y ahora lucha mantenerse como herramienta de cambio sin salir del Gobierno de coalición.

Era el otoño de 2012, y Díaz, una sindicalista de familia militante del PCE (es hija del histórico sindicalista comunista gallego Suso Díaz y sobrina también de militante del PCE), era concejal en Ferrol por Izquierda Unida. Pero en aquel mes de octubre lideraba junto a Xosé Beiras la coalición Alternativa Galega de Esquerda, que obtuvo el tercer lugar. El jefe de campaña de la candidata era un joven madrileño con mucha ambición y doctorado en Ciencia Política llamado Pablo Iglesias.

«El inicio de la relación entre ambos fue siendo ella su jefa y empezó bien», recuerda a NAIZ uno de los funcionarios más cercanos al líder de Podemos. Hace una década, Díaz ya llevaba muchos años de militancia orgánica mientras que Iglesias, tras su paso por la Universidad de Cambridge, probaba suerte en algunos proyectos de comunicación alternativa, como ‘La Tuerka’. Pero comenzó a ser asiduo de tertulias en los medios madrileños, cobró algo de popularidad y en 2014 cofundó la formación morada.

El tiempo los volvió a encontrar, siendo él ya secretario general de la marca Ahora Podemos y asociándose con Díaz y Antón Gomez para En Marea en Galiza. Con experiencia parlamentaria (años de concejala y legisladora autonómica), la hoy ministra se especializó en los asuntos laborales y era la portavoz al respecto de Podemos, mientras que no se desmarcaba de su segunda casa, IU.

Llegó el Gobierno de coalición e Iglesias pidió el Ministerio de Trabajo junto con otros cinco. Díaz ya tenía dónde ejercer y ahí ha pasado a ser conocida fuera de Galiza y fuera de los consumidores de noticias parlamentarias. Varios reportajes destacaban que una dirigente obrera y comunista vistiera con mucho estilo y elegancia. Quienes la conocen saben que siempre ha sido igual.

«Es uno de los vínculos más sanos y menos tóxicos que he visto en estos años de política», comenta un pablista, que asegura que no lo dice por su filiación política sino que realmente es testigo de una relación ejemplar. El tiempo lo dirá pero lo que no se puede negar es que no mediaron egos desmesurados y primó la estrategia: Díaz ha demostrado con el diálogo social y su medida estrella (los ERTEs en la pandemia) ser una ministra con prestigio y mejor ponderación que el propio Iglesias en varias encuestas.

Operativo rescate
Desde la cúpula de Unidas Podemos destacan a NAIZ que la designación de Díaz por parte de Iglesias (movimientos que deberán refrendar los inscritos aunque nadie duda de ese aval) tiene tres motivos. El primero es que UP estaba en 4,5% de preferencia de voto en la Comunidad de Madrid de cara a las elecciones anticipadas del 4 de mayo. «Ya en pocos días trepó a 11%», aseguran, y advierten con crudeza: «Si Podemos desaparece en Madrid, se caía el Gobierno y el propio Podemos. No se podía permitir algo así». Tras la negativa de Alberto Garzón (coordinador general de IU) a ser candidato, no había otra.

La segunda razón que esbozan los morados es que la jugada del lunes pasado aspira a «dejar bien claro para los votantes madrileños que Podemos pone todo el equipo al asador para que Vox no ocupe carteras en Madrid y para tratar de que las elecciones no sean un paseo para la derecha».

En tercer lugar, Iglesias «quiere facilitar un trampolín para Yolanda desde la vicepresidencia a optar por la candidatura a presidenta». Eso se pudo interpretar del vídeo de ocho minutos en que el líder de Podemos explicó su decisión, pero cuesta creer que después de haber navegado tanto en el lodo esté dispuesto a apartarse. «Él ya no se ve en la competencia electoral», aseguran.

Iglesias no cree en los liderazgos eternos que se vuelven vetustos en el tiempo, o al menos eso afirman en su entorno. Dudar es humano y sano pero tampoco se puede negar que en una sola jugada el líder de Podemos eligió a quién quiere de sucesora, la nombró explícitamente como posible presidenta del Gobierno e indicó a quién tienen que mirar de ahora en adelante sus inscritos (que llegado el caso deberán votarla para liderar), los medios y los ciudadanos en general. El futuro es ella por más que el presente sea más pablista que nunca.

El modelo Lula
Díaz tiene un liderazgo incipiente, más fresco y más conciliador. Su imagen cae mejor que un ya gastado Iglesias y captar votos le sería más fácil, sin duda. Pero hasta qué punto se retira el vicepresidente aún es un enigma. «Ella no se va a dejar gobernar por él», dicen tanto desde el entorno de Díaz como del de Iglesias. Por ahora no se ha mencionado nada sobre una renuncia a la secretaría general de Podemos, aunque ya anunciaron que Iglesias no seguirá como diputado a partir de fines de abril, cuando comience la campaña madrileña (y si la izquierda no suma para un gobierno, pocos creen que él ejercerá como legislador autonómico).

También hay indicios que dan para pensar un juego táctico al estilo Lula da Silva, cuando el líder del PT eligió a Dilma Rousseff como sucesora, la catapultó e hizo elegir presidenta, pero él mantuvo las riendas del partido, incluso mientras estuvo encarcelado. Iglesias no sólo es el dueño simbólico indiscutible de la marca Podemos sino que tendrá en el Consejo de Ministros a su «alter ego», Irene Montero.

En este contexto y con un socio mayoritario que siempre abre trincheras de pelea sin cesar como el PSOE, Yolanda Díaz deberá ir construyendo su propio estilo de conducción y dentro de un mes será la encargada de discutir cara a cara las cuestiones con Sánchez. ¿Alguien duda de que si hace falta Iglesias reforzará las presiones desde la arena mediática? Pues sería inverosímil.

Habrá, como siempre, quien en los poderes económicos empiece a ilusionarse con ver un liderazgo progresista más débil que empuje al gobierno de coalición al centro. Pero hasta ahora Díaz es un puño de hierro en guante de seda: muy gradualista, no ha cejado en ninguna de las aspiraciones, sino que las ha ido dejando en reposo. Ha logrado que la CEOE asuma más de una medida de Moncloa y su meta principal antes de fin de la legislatura es resolver la cuestión de la reforma laboral del PP.

De estilo más descontracturado y sin declaraciones altisonantes como sí tienen otras dirigentes de UP, a Díaz se la ve con frecuencia en la Plaza Olavide (del barrio madrileño de Chamberí), bebiendo cervezas en alguna terraza. No tiene divismos y lo dejó claro cuando le pareció correcto ser la vicepresidenta tercera. «Lo de pelear por ser uno, dos o tres es de machirulos», dijeron en su equipo.

Pero Díaz parece haberse preparado toda su vida para este momento. No es una advenediza de la política y está acostumbrada a negociar con el adversario, sea patronal o político. Un dato que pocos recuerdan podría mostrar que hace menos de un año dio una señal emancipatoria, alistándose para el nuevo momento: a mediados de 2020 se dio de baja de Izquierda Unida. Legalmente ya no es inscrita en ningún partido. Si fuera la secretaria general de Unidas Podemos, no lo podría ser estando orgánicamente en IU. Parece que llegó la hora de ese nuevo tiempo.