Maite Ubiria
Aktualitateko erredaktorea, Ipar Euskal Herrian espezializatua / redactora de actualidad, especializada en Ipar Euskal Herria

Si en Biarritz «hubo un crimen seguido de un suicidio», ¿por qué cuesta hablar de feminicidio?

Hoy hace una semana que se supo de la muerte de una mujer por disparos de su marido en Biarritz. El procurador de Baiona, Jerôme Bourrier, reitera: «El hombre mató a la mujer; hubo un crimen antes de un suicidio». La pregunta se impone: ¿Son las mujeres de edad las olvidadas de los feminicidios?

Mural con los nombres de mujeres muertas a manos de sus parejas o excónyuges en el Estado francés. (Sandrine MARTY-Hans LUCAS / AFP)
Mural con los nombres de mujeres muertas a manos de sus parejas o excónyuges en el Estado francés. (Sandrine MARTY-Hans LUCAS / AFP)

La muerte de una mujer de 75 años de edad a la que su marido, de 77, disparó, el pasado 11 de abril, con una escopeta de caza en Biarritz «obedeció a un crimen, ya que el hombre disparó a la mujer aunque luego se suicidara».

Cuando se cumple una semana desde que el 15 de abril trascendiera lo ocurrido, las declaraciones del procurador de Baiona, Jérôme Bourrier, a ‘Mediabask’, son claras a la hora de definir penalmente la última muerte violenta de una mujer en Lapurdi.

Ya a raíz de que el matrimonio apareciera muerto en su apartamento del barrio de Aguilera, donde también se localizó el arma, el fiscal dio prioridad a la hipótesis del «homicidio voluntario previo a un suicidio» a la espera de los resultados de la autopsia.

Al ratificarse ahora en esa apreciación, se deja de lado, al menos a efectos judiciales, el debate, alentado en redes, sobre un «suicidio acordado» de la pareja.

Aunque el propio procurador se refiriera desde el principio a la carta aparecida en el domicilio de los fallecidos como un «escrito genérico» que daba cuenta de «la situación de agotamiento vital» de la pareja, pero que no permitía explicar de manera fehaciente lo ocurrido, en redes sociales aparecieron de inmediato entradas que aludían a que «algunos vecinos conocían la intención de la pareja de poner fin a sus días».

Hasta el punto de que, vía Facebook, empezaron a propagarse denuncias sobre las informaciones aparecidas en prensa y, algo no menos habitual, sobre la actuación del movimiento feminista de Ipar Euskal Herria, que se concentró el 16 de abril ante el Ayuntamiento de Biarritz para denunciar la violencia sexista.

Jerôme Bourrier despeja esa cuestión con la aseveración de que independientemente de que alguien haga saber que quiere acabar con su vida, «cuando una persona mata a otra persona hay un crimen aunque luego se suicide».

El aislamiento social o el propio cansancio vital, en definitiva los factores humanos o ambientales, no cambiarían, en términos judiciales, el hecho de que en Biarritz hubo un hecho criminal, y que en el mismo murió una mujer que se suma a esas otras 24 mujeres que han muerto de manera violenta a manos de sus parejas o excónyuges en Ipar Euskal Herria según el cómputo que lleva a cabo este movimiento feminista del norte de Euskal Herria desde el año 2005.

Segunda franja de edad en feminicidios

El 7 de diciembre de 2020 el digital parisino ‘Mediapart’ publicaba un artículo firmado por Cécile Andrzejewski bajo el título ‘Las mujeres de edad, víctimas olvidadas de los feminicidios’.

Según destacaba la autora, las mujeres de más de 70 años representan la segunda franja de edad que acumula más casos de muerte violenta en el Hexágono.

Sin embargo «son raros los juicios por unos actos que todavía en demasiadas ocasiones son considerados como suicidio altruista», constataba.

Esas tesis de «muerte acordada» o de «acto para acabar con el sufrimiento» aparecen no ya en los mensajes publicados en redes a raíz del crimen de Biarritz, sino que son mencionadas en o pocos casos por representantes públicos tras muertes de mujeres seguidas del suicidio del marido.

El alcalde de Angelu, Claude Olive, recurrió al argumento tras la muerte de una mujer de 83 años a manos de su marido de 89, también con un arma de caza, el 6 de mayo de 2020.

Un año antes, el primer edil de Bardoze, Paul Diribarne, hablaba de «una pareja discreta» antes de elogiar el compromiso con la municipalidad del nonagenario Jean Juanteguy, que mató, también con un arma de caza, a su esposa Chantal Montes, de 72 años.

«Chantal quería vivir»

El artículo de ‘Mediapart’ recurre precisamente al testimonio de Nadia que, como su hermana Amina, acostumbraba a hablar casi a diario por Skype con su madre, Chantal.

Hasta que un fatídico día de junio de 2019 «la luz que te dice si estás conectada apareció en gris, cuando mi madre siempre la tenía en verde», explica Nadia en el artículo.

Ambas hermanas relatan la visita a la casa familiar de Bardoze, en cuya mesa de despacho encontraron la solicitud de pasaporte que había realizado su madre, ya que planeaban hacer un «viaje de chicas» a Marruecos ese verano.

Para Amina y Nadia esa decisión de Chantal de retomar su afición a viajar, que había dejado de lado desde que se casó en 2006, «al ser su marido un hombre de más edad y reacio a salir de casa», estaría en el origen de su muerte.

Tanto el crimen de Bardoze como el ocurrido en Angelu, o el que acabó un año antes con la vida de Mayi Nervi en Urruña responden al patrón de mujeres de más de 70 años.

Basta consultar la lista aportada en 2020 por el colectivo francés que lleva la cuenta de los feminicidios para ver que de los 90 crímenes sexistas reportados en el Hexágono en el año de la pandemia 14 concernían a mujeres de más de 70 años de edad. En nueve casos a la muerte de la mujer siguió el suicidio del marido.

‘Mediapart’ deja constancia de que las crónicas de esos hechos hablan a menudo de una patología de la mujer, de la degradación de su estado de salud físico mental, del aislamiento, de una vejez que se vive con sufrimiento o angustia.

Un repaso a la hemeroteca vasca permite observar que los medios de mayor difusión en Ipar Euskal Herria calcan a cada caso esos argumentos.

La tesis popular y mediática del «suicidio altruísta»

«A partir de una cierta edad se habla directamente de suicidio altruista, dando a entender que una mujer que ya no puede asumir las tareas hogar, o que está enferma, se convierte en una carga de la que un marido desbordado decide un día deshacerse» resume Sandrine Bouchait.

La presidenta de la Unión Nacional de Familias afectadas por Feminicidios (UNFF) perdió a su hermana Ghylaine, quemada por su marido en 2017.

En el Estado francés el 59,5% de las personas cuidadoras son mujeres, «lo que da a entender que ellas no matan a sus maridos enfermos», resume, por su parte, en el digital parisino una representante del colectivo «Feminicidios por el compañero o el ex».

El suicidio posterior del marido, además de llevar, como ocurrirá en el caso de la muerte en Biarritz, a la extinción legal del caso, «deja al agresor en el papel de mártir, y alienta esa tesis de que las mujeres consienten que las maten», añade.

El hombre que disparó a Chantal Montes desempolvó un fusil que llevaba años guardado en el granero, hizo algunos disparos de prueba en el exterior de la casa, se tomó tiempo para redactar una larga carta hablando de mil y un pasajes de su vida, de la localidad en que vivía, citando a distintas personas conocidas, al alcalde, al párroco, pero sin mencionar ni una sola vez el nombre de la mujer a la que al poco quitó la vida.

Sin embargo, ello no evitó, destacan las hijas de Chantal, que se elogiara públicamente al vecino que mató a su esposa antes de quitarse la vida.

Hasta que la voz de una mujer de 18 años, Salima, nieta de la fallecida, salió a la palestra para quejarse de los halagos de que fue objeto el hombre que apretó el gatillo y dejar, de paso, sentado que «la única verdad es que nuestra amatxi quería vivir, y disfrutar de la vida, hasta que un hombre que consideró que estaba por encima de ella decidió matarla».

Una declaración que invita a escarbar en las construcciones culturales sobre el envejecimiento, incorporando la perspectiva de género, y a reflexionar con la mente abierta sobre el camino por recorrer para sacar a la luz a esas mujeres para las que la edad se convierte en el enésimo factor de riesgo cara a sufrir una muerte violenta. Y cuya desaparición se pervierte, en demasiadas ocasiones, como un último acto de amor a cargo de quien se creyó con derecho a decidir hasta el final sobre sus vidas.