Mientras las portadas de todos los periódicos recogían una noticia trascendental en la historia reciente de Euskal Herria –el Tribunal Constitucional permitía participar a EH Bildu en los comicios del 22 de mayo–, una expedición deportiva también emprendía, cargada de ilusión, un viaje en tren y avión hacia tierras nórdicas para lograr lo hasta entonces nunca conseguido.
Con mucho esfuerzo y sufrimiento, Itxako se había metido en la gran final de la Champions –en semifinales había dejado en la cuneta al todopoderoso Gyor–, donde, a doble partido, debía medirse a un Larvik que aglutinaba en su plantilla a la mayoría de internacionales noruegas, una selección que venía de ser campeona europea en 2010, mundial ese mismo año 2011 y lo sería olímpica en 2012, casi nada.
El descomunal reto no amilanó a la caravana de jugadoras –se desplazaron dos días antes del encuentro–, cuerpo técnico, responsables del club y aficionados –algunos incluso recorrieron en autobús los casi 5.000 kilómetros, ida y vuelta, que separan Lizarra de Larvik–, que aterrizó en una atmósfera todo lo primaveral que puede ser en una ciudad ubicada a casi 60º de latitud.
Un ambiente ideal para acometer el primer asalto de un duelo no inédito –ambas escuadras ya se habían medido en los cuartos de la Recopa de 2005-06, torneo que acabaron ganando las noruegas–, pero sí entre dos conjuntos que peleaban por primera vez para hacerse con el máximo entorchado continental.
Con ese impresionante premio en juego y un vistoso apoyo desde la grada –fueron los seguidores navarros quienes pusieron mayor picante entre un frío público escandinavo–, las jugadoras amarillas llevaron a la práctica el patrón de partido que su técnico, Ambros Martín, había diseñado esa misma mañana.
Frenaron en la primera parte la velocidad del Larvik y sorprendieron a las anfitrionas con una soberbia defensa, lo que les llevó a las de Lizarra a marcharse con un parco resultado y un gol de ventaja al descanso (8-9). Sin embargo, las locales le dieron la vuelta a esa dinámica en el segundo periodo y pudieron incluso dejar decidida la eliminatoria, pero ahí es donde aparecieron los arrestos de Itxako para poner las espadas en todo lo alto de cara a la vuelta en Iruñea (23-21).
Y es que la EHF no permitió que dicho envite se celebrase en Lizarreria –dicho pabellón no cumplía los requisitos de aforo que el organismo europeo obligaba–, por lo que Itxako tuvo que buscarse otro escenario, que no fue otro que el Anaitasuna iruindarra, un forzoso cambio que bien pudo influir en el resultado global de la final.
Con escasas sesiones de entrenamiento para aclimitarse a las condiciones de la nueva pista, pero enormes esperanzas de darle la vuelta al marcador de la ida al saberse ante la ocasión de una cita histórica, Itxako afrontó dicho duelo el 14 de mayo de 2011 con un polideportivo a rebosar, fruto de la campaña previa para arropar al cuadro lizartarra en un momento único.
Esa presión por satisfacer los deseos de los aficionados y la inexperiencia pasaron factura en los primeros compases del partido, en los que el Larvik supo manejarse mejor con los nervios de las navarras. Poco a poco, estas supieron recomponerse e incluso dispusieron de opciones para enjugar la diferencia y ponerse con los dos goles de ventaja necesarios, pues se desaprovecharon otros tantos lanzamientos desde los siete metros.
Desgaste físico y un arbitraje cuestionado
Desafortunadamente, al final no pudo ser. El desgaste físico de una exigente temporada –Itxako ganó la competición doméstica con autoridad– y un arbitraje bastante cuestionado –la capitana Andrea Barnó fue expulsada con una tercera exclusión por protestar en el minuto 52– supusieron un escollo demasiado grande como para franquearlo ante un adversario de la entidad del Larvik (25-24).
Lágrimas y sollozos por la oportunidad perdida surgieron con el pitido final, sobre todo porque las jugadoras eran conscientes de que el ambicioso proyecto deportivo que se había ido gestando a las orillas del Ega estaba derrumbándose –plantilla y cuerpo técnico llevaban varios meses de impagos–, si bien la existencia del club siguió agonizando hasta agosto de 2013.
Al menos, para la retina de los aficionados al balonmano quedó esa histórica eliminatoria, a la que le faltó nada para convertirse en toda una gesta. Nuestro malogrado compañero Juan Carlos Elorza no pudo reflejarlo mejor en la conclusión de su crónica del encuentro de vuelta: «Antes de que se me olvide. Muchos aficionados a este deporte sostienen que el balonmano femenino no tiene nada que ver con el masculino. Cada día que pasa estoy más de acuerdo con esa opinión. El balonmano femenino es mejor».