Como un rito más, los nazis introdujeron en los Juegos Olímpicos Modernos el uso de la antorcha olímpica y su recorrido desde Olimpia hasta Berlín, sede que acogió la cita deportiva mundial en 1936, una costumbre que ha acabado convirtiéndose en tradición, transportando el "fuego sagrado" hasta la ciudad organizadora.
Sí que es verdad que unos años antes, en Amsterdam 1928, se había recuperado la costumbre de colocar un pebetero con una llama encendida, pero sin que ese fuego procediese de la ciudad griega, ni se realizase carrera alguna para llevarlo hasta allí.
Ávido de elevar la raza aria por encima del resto, el régimen hitleriano buscó símbolos que representasen la pureza a su modo, y la luz, brillante y blanca, fue uno de ellos. Intentando trasladar ese concepto a los efectistas desfiles nazis, el organizador de Berlín 1936, Carl Diem, ideó la travesía con la tea olímpica.
Un total de 3.331 voluntarios portaron el testigo ígneo –se había encendido previamente en Olimpia utilizando el sol y un espejo parabólico– durante los 3.187 kilómetros entre la ciudad griega y la capital alemana, recorriendo también países como Bulgaria, Yugoslavia, Hungría, Austria y Checoslovaquia –muchos de ellos ocupados después con la expansión nazi– por espacio de doce días.
Tiempo más que suficiente para que el objetivo de la cineasta Leni Riefenstahl se pudiese recrear durante dicho trayecto plasmando las "excelencias" del Tercer Reich y su Führer en el celuloide, a través del documental "Olimpia". Lo cierto es que los nazis ya eran muy dados a marchas con antorchas y no siempre con fines pacíficos.
En todo caso, Diem, considerado posteriormente como uno de los mayores historiadores alemanes sobre el deporte, bien pudo bucear en precedentes como las lampadedromías, carreras de relevo de antorchas que practicaban los antiguos griegos y cuyos ganadores encendían la llama sagrada.
Culto a Prometeo
Un fuego con el que rendir culto a Prometeo, un titán que robó dicho elemento a los dioses transportándolo en el tallo de una cañaheja para dárselo como regalo a sus amigos mortales, un mito que se puede datar aproximadamente entre los siglos VI y V antes de Cristo.
En aquellos tiempos, el fuego también evocaba un espíritu de tregua sagrada –claramente no era el sentido que perseguían los dirigentes nazis–, paz que se declaraba a lo largo de la antigua Grecia en los meses previos a los Juegos Olímpicos y que era comunicada por los corredores que viajaban por el país.
Una concepción que conservó la posterior civilización romana, con la existencia de las vírgenes vestales, encargadas de mantener vivo el fuego sagrado de Vesta, la diosa de dicho elemento.
Sea como fuere, la idea de esa antorcha olímpica reinventada por el régimen hitleriano no se debió ver con malos ojos incluso por los que habían sido sus recientes acérrimos enemigos, pues se mantuvo la fórmula en la reconstruida Londres, encargada de acoger en 1948 los Juegos inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Pese a la austeridad de aquellos tiempos, grandes multitudes se echaron a las calles para acompañar el trayecto de la llama móvil, una costumbre que se ha venido manteniendo en las sucesivas ediciones, solo ensombrecida de manera reciente por la actual pandemia.
Extravagantes transportes
Casi un siglo de tradición, en el que la antorcha ha ido cambiando de diseño, en ocasiones ha estado acompañada de un tema y los medios de transporte por tierra, mar y aire han sido de lo más variados, en algunas ocasiones incluso rozando la extravagancia.
Con esquís y motos de nieve en varias ediciones de los Juegos de Invierno, por debajo del agua en la Gran Barrera de Coral (Sidney 2000), surcando el cielo a bordo del mítico Concorde (Albertville 1992), vía satélite (Montreal 1976), en paracaídas (Lillehammer 1994), e incluso ha llegado a estar en el espacio, antes de Atlanta 1996.
Tampoco ha estado exento de protestas su recorrido. Como sucedió en Pekín 2008, flanqueada por guardaespaldas chinos, que vieron en diferentes países cómo se manifestaban a su paso militantes pro-Tíbet y defensores de los derechos humanos. Sin olvidarnos de que hasta la década de los años cincuenta del siglo pasado, era un evento cargado de machismo, pues a ninguna mujer se le permitió transportarla antes.
Una circunstncia que poco congeniaba con el espíritu que el fundador del movimiento olímpico moderno, Pierre de Coubertin, pretendía para la tea olímpica, esperando que «siguiera su camino a través de las edades, aumentara la comprensión de amistad entre las naciones, por el bien de una humanidad cada vez más entusiasta, más valiente y más pura».
Este domingo se apagará la llama sagrada en Tokio, pero lo será solo de manera provisional. París 2024 ya aguarda la llegada del fuego que encenderá de nuevo el alma olímpica en apenas tres años.