Algunas de las imágenes de «la caída de Kabul», que se consumó de forma fulgurante unas semanas antes de lo pronosticado por el Pentágono, han dado la vuelta al mundo en los últimos días. Tras 20 años de presencia militar en Afganistán, la guerra más larga que ha mantenido Estados Unidos ha concluido, por ahora, con una victoria espectacular de la insurgencia talibán que empañará «la imagen» de la primera potencia mundial, quizás para siempre.
Una reflexión a vuelapluma que parece obviar que las tropas estadounidenses se vieron obligadas a abandonar Vietnam en 1975 después de una presencia militar que se inició en 1964 y dejando detrás una larga serie de acontecimientos históricos más que «deshonrosos». En su concepto más amplio, la Guerra de Indochina (1955-1975), en la que, de una forma u otra, intervinieron todas las potencias militares de la época, provocó la muerte de más de dos millones de civiles solo entre la población vietnamita; más de un millón de combatientes de «la Resistencia contra EEUU» también murieron, mientras que entre las tropas estadounidenses hubo cerca de 60.000 bajas.
El Ejército yankee abandonó Saigón (la actual Ciudad Ho Chi Minh) en medio de un infierno bélico sobre el terreno y tras vivir una insólita contestación interna. De hecho, la oposición civil a la Guerra de Vietnam en EEUU es uno de los hitos icónicos del pacifismo internacional.
Comparar hechos históricos conlleva muchos riesgos y un par de imágenes no bastan para hacer un análisis serio. No obstante, el colapso del Gobierno que presidía Ashraf Ghani y de su Ejército, financiado directamente por EEUU, y el baile de helicópteros sobre los tejados de Kabul entre la Embajada y el aeropuerto para proceder a la evacuación de su personal son hechos históricos que pueden tener más peso a corto y medio plazo que las garantías de la Administración Biden de que esta misión de retirada militar de Afganistán resultará «exitosa».
Los porqués tras el 11S
Con los talibanes de nuevo en el poder y a menos de un mes para el aniversario de los atentados del 11 de setiembre de 2001 –que fueron el detonante de la intervención en Afganistán ordenada por George W. Bush–, es posible que la cuestión de los «porqués» vuelva a avivarse: ¿Por qué cerca de 2.500 vidas estadounidenses perdidas? ¿Por qué esta factura económica que supera los dos billones de dólares?
Ya han surgido voces, como la de la congresista republicana Liz Cheney, que temen que esta debacle socave la acción de Washington en otros escenarios internacionales si EEUU ya no produce el mismo miedo entre sus adversarios. Husain Haqqani, antiguo embajador paquistaní en Washington, ahonda en esa idea: «La credibilidad de EEUU en tanto que aliado se ve erosionada por la forma en la que el Gobierno afgano ha sido abandonado durante las conversaciones de Doha», comentó a AFP aludiendo al ciclo de reuniones internacionales mantenidas en la capital de Qatar.
Resulta curioso que este análisis proceda de quien, entre 2008 y 2011, fue alto representante de un país, Pakistán, al que se acusa desde muchos ángulos de haber sido el apoyo imprescindible para que los talibanes hayan resistido dos décadas los embates de EEUU. Haqqani trabaja ahora como experto sobre Oriente Medio y el Sur de Asia en el Hudson Institute, un think tank de tendencia conservadora con sede en Washington.
En su defensa, la Administración Biden puede alegar que el Acuerdo de Doha con los talibanes, que fijó un calendario para la retirada de Estados Unidos, fue negociado y firmado bajo el mandato de Donald Trump, y que la mayoría de los estadounidenses se oponen a participar en «guerras sin fin».
Claro que esto no impidió a Trump montar una de sus habituales parodias en las redes sociales el pasado domingo, cuando escribió: «Lo que ha hecho Joe Biden con Afganistán es mítico. Esta quedará como una de las más grandes derrotas en la historia estadounidense».
«Misión cumplida»
Ese mismo día, el actual secretario de Estado, Antony Blinken, intentó dejar a un lado las comparaciones con «la liberación de Saigón» –como la denominan los vietnamitas– en 1975: «Fuimos a Afganistán hace 20 años con una misión y esta misión era arreglar cuentas con los que nos atacaron el 11 de Setiembre. Hemos cumplido esta misión».
Este mensaje tiene mucho calado si se entiende en clave de Estado porque, con esas palabras, que el propio presidente ha repetido, el Gabinete Biden está avalando la estrategia que puso en marcha la Administración Bush, y el Partido Republicano debería tenerlo en cuenta, a no ser que prefiera jugar a corto y centrarse en las encuestas.
Por otro lado, el inquilino de la Casa Blanca quiere presentar la iniciativa de EEUU como un movimiento de fondo en el ámbito internacional. «No hay nada que a nuestros competidores estratégicos les gustaría más que vernos atrapados en Afganistán por otros cinco, diez o veinte años», subrayó Blinken.
China, considerado como su rival número uno por Washington –opinión que parece haberse reforzado con el traspaso de poderes de Trump a Biden–, ya ha comenzado a explotar la situación, según se desprende de un análisis publicado por el diario estatal chino ‘Global Times’, conocido por su tono nacionalista. Este medio se apuntó rápidamente a la tesis de que el caso de Afganistán ilustra cómo EEUU sería «un actor poco confiable, que siempre abandona a sus socios y aliados en la búsqueda de sus propios intereses».
Pero Richard Fontaine, experto del Center for a New American Security (CNAS) –próximo al Partido Demócrata–, juzga que sería simplista deducir que la «derrota afgana» podría incitar a Pekín a intervenir en Taiwán, a la que considera parte de la República Popular China y cuya defensa se levanta sobre el equipamiento militar adquirido a EEUU y el apoyo que este país le presta en todos los ámbitos.
Por el contrario, Fontaine considera que esta costosa retirada de Kabul podría ser vista por China como una ilustración de la firmeza con la que Washington pretende volver a centrarse en la región del Pacífico. Por si acaso, también señala que la reorientación estadounidense en el Pacífico no serviría de mucho en el caso de que se reanuden los ataques yihadistas fomentados desde Afganistán, ya que, como sostiene, los talibanes nunca han roto claramente sus lazos con Al Qaeda.
Caída brutal en los sondeos
En cuanto a la opinión pública estadounidense, un sondeo publicado el pasado martes reflejó una brutal caída del apoyo a la retirada de las tropas de Afganistán. Solo el 49% de las 1.999 personas consultadas por Politico y Morning Consult entre el 13 y el 16 agosto apoyaron la decisión de Biden de abandonar el país asiático, frente al 69% que lo hacían en abril, cuando el presidente anunció que todos los soldados estadounidenses habrían salido de Afganistán antes del 11 de setiembre.
Además, el 51% de los votantes encuestados critican la forma en que Biden está manejando esta retirada, según la encuesta. Entre los electores demócratas, el 53% aprueba la gestión de la salida por parte de Biden, lejos del índice de popularidad que tiene dentro de su partido, «que se sitúa habitualmente entre el 70% y el 80%», como resaltaron Politico y Morning Consult.
«Defiendo firmemente mi decisión. Después de 20 años, he aprendido de mala gana que nunca es un buen momento para retirar las fuerzas estadounidenses», asumió Biden el lunes desde la Casa Blanca.