Filippo Rossi

Preparadas para lo peor, pero ancladas a la esperanza

En el nuevo Afganistán talibán, aún sin gobierno, las mujeres tienen miedo por su futuro y sus derechos. Algunas siguen luchando, protestando y se atreven a hablar. En las ciudades todavía salen a la calle y pueden estudiar. Esperan pero no se fían.

Mujeres afganas piden presencia femenina en el nuevo Gobierno del país. (Hoshang HASHIMI/AFP)
Mujeres afganas piden presencia femenina en el nuevo Gobierno del país. (Hoshang HASHIMI/AFP)

Se habla mucho de talibanes, sharia (ley islámica), legislaciones, imposiciones... Afganistán parece hoy un bazar de ideas confusas y compartidas sobre lo que va a venir, lo que será. «Bibinim chi meisha», es la frase más usada en el país en dari, (uno de los dos idiomas principales junto al  pashtun), en castellano «a ver qué pasa». Nadie osa dar sentencia. Los analistas intentan verlo claro. Pero no lo consiguen.

En todo este caos, las mujeres. Grandes protagonistas estas semanas en las que Afganistán giró y va hacía otra forma de gobierno. «¿Que pasará con los derechos de las mujeres? ¿Van a poder trabajar, estudiar, vivir?», son algunas de las preguntas que se hacen todos los días, especialmente las directamente interesadas.

«Kabul ha cambiado. Son pequeños detalles que a  muchos no les dicen nada, pero ya veo un cambio con menos mujeres jóvenes en las calles y chicos sin pantalones y todos con ropa tradicional (peran tomban). Hay como una atmósfera de espera nerviosa de algo que acontecerá de repente». Sentada detrás de la mesa de su despacho del barrio de Parwan, en Kabul, Mahbouba Seraj se pone el hijab antes de hablar frente a la cámara. Sonríe, aunque parece cansada de toda la esta infeliz situación.

«Ya no tengo nada que perder»

La activista –responsable de la ONG de ayuda a las mujeres Afghanistan Women’s Network– tiene 73 años. Habla sin miedo: «Digo la verdad, no tengo miedo a los talibanes». Seraj es una las pocas activistas que no huyó del país. «Entiendo a las que se fueron, las entiendo, son jóvenes, quieren vivir.. Yo, en cambio, puedo dedicarme al país por el que siento un amor muy profundo día y noche. Si los activistas se fueron, otros vendrán y habrá nuevas voces. Y los que están de fuera nos apoyan», señala esperanzada.

Seraj habla claro, sin miedo, y se emociona: «No te dejes engañar por sus caras simpáticas y sus declaraciones amistosas. Los talibanes no cambiaron para nada. ¿Cómo van a cambiar cuando su doctrina no cambia, sus ideas no cambian, cuando no tienen conexión con el mundo?», ruge airada.

Es el arranque de una conversación en la que pone muy en duda los propósitos de enmienda repetidos por los talibanes.

Pero Seraj no se deja llevar por rumores o campañas. «Todavía no he constatado estos días casos de violencia  contra mujeres. Y si hay videos en las redes sociales, no podemos decir si fueron los talibanes, cuándo y donde. Es un problema, porque el país va hacía un caos si no anuncian pronto el gobierno, y la gente se aprovechará de sus debilidades. Es un desafío real para los talibanes. Es demasiado fácil que alguien haga algo malo y eche la culpa al movimiento. Tampoco sabemos lo que van a hacer con las leyes», añade pero insiste en que «las señales que han dado no apuntan a nada positivo». Seraj quiere dejar claro que, aunque no defienda a los talibanes, para nada, no va a hablar sobre lo que no sabe.  «No hay necesidad, como hacen los occidentales, de prejuzgar tan rápido. Antes hay que ver», señala.

Mascarilla como arma de defensa

En las calles de Kabul, las mujeres desfilan como antes. Algunas dicen que ya no se ponen ropa colorada para no llamar la atención de los talibanes. Pero las que salen parecen tranquilas. La mascarilla contra el  covid se ha vuelto un buena arma de defensa, por si  alguien quisiera molestarlas. Pero muchas salen sin nada, solo con el hijab por encima de la cabeza. Están en las calles, en los mercados, en los cafés. Eso sí, «mucho menos que antes. Antes estábamos siempre en los cafés con los compañeros de la universidad. Hoy esto ya no pasa», lamenta Zohra, 21 años, una estudiante de sicología en la Universidad de Kabul.  «Y la semana que viene vamos a empezar las clases. No sabemos quién nos va a dar las clases dado que nuestros profesores han huido, no sabemos cómo tendremos que vestirnos y que pasará con nosotras. Aunque no hayan dado ni una instrucción, tenemos miedo».

Pero Seraj lo sabe: «Han hecho una propuesta de código de vestimenta para las chicas en las universidades. Lo he visto. Una carta oficial del Emirato islámico», comenta, mostrando la carta oficial con el timbre talibán. «Tendrán que ponerse –explica– un niqab como en Arabia Saudí, guantes y cubrirse completamente. Esta ropa no tiene nada a ver con Afganistán. ¿Por qué tienen que imponer una visión del islam a un país musulmán? Es una pregunta que me hago desde hace decenas de años. Y aunque la ley no ha sido aprobada aún, estoy segura de que esta medida, que fue enviada a todas las universidades, será implementada. Las mujeres afganas jamás podrán ponerse un bikini. Todo esto no tiene sentido».

Lo que asusta a las mujeres es la perdurabilidad de esas imposiciones. «Una vez que la ponen en práctica no hay marcha atrás», augura Seraj. 

Zohra forma parte de la nueva generación afgana. Estudia, habla bien ingles y tiene ganas de vivir. Hazara,  etnia chií que fue perseguido por los talibanes en los años 90, vive en Dasht-e-Barchi, un barrio donde son mayoría. Las ultimas tres semanas han sido muy difíciles. «Los primeros días no salí a la calle. Cuando llegaron los talibanes a mi barrio estaba fuera. Cogí un taxi para que me llevara a casa. Estaba aterrorizada, recordando por lo que pasaron los míos en el pasado». Después de tres días encerrada, Zohra ha decidido salir a la calle. «El primer encuentro con un talibán me asustó. Me miraba con ojos de odio. Pero no dijo ni hizo nada.. Pero estoy segura de que eso cambiará».

«Solo quiero volver a ser una niña»

«Solo querría volver a ser una niña –se traba, llora, las lagrimas anegan  sus ojos. Pero, decidida, se seca con un pañuelo y sigue hablando– para no darme cuenta de este horror. Además, todos los que podían ayudarnos se fueron del país, nos abandonaron». Zohra no solo se refiere a los extranjeros, sino sobre todo a las y los activistas que luchaban por los derechos de las mujeres en el gobierno. «Se fueron los que tenían experiencia técnica para crear un nuevo gobierno y apoyarnos. Nos dejaron. Aquí ya no hay nadie que pueda hacer algo. Yo me quedo aquí, como mi familia. Es mi país y quiero levantarme otra vez para mantener y mejorar nuestra vida».

Su familia ya vivió el trauma de ser refugiados durante los años 90. Ella nació en Pakistán. «Mi familia no quiere moverse, no quiere perderlo todo. Aquí está nuestro futuro». Pero Zohra no lo termina de ver. «Si los otros países van a reconocerlos, van a tratar las mujeres como antes. No nos ven como seres humanos sino como animales. Es lo que más nos asusta», concluye.

Seraj se opone a la desesperanza. «Solo la esperanza nos permite seguir luchando». Aunque quedan pocos activistas, hay mujeres que desafían a los talibanes protestando en la calle. En Herat y Kabul ha habido marchas de mujeres. Decenas protestaron en frente del palacio presidencial para que los derechos de las mujeres sean considerados y respetados.

El portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, ha confirmado que lo harán, pero siempre dentro de los límites de la ley islámica. Es una respuesta muy vaga que genera desconfianza. En el mercado, una persona anónima me dice que no me haga ilusiones.

«El otro día estaba mirando una entrevista de un periodista afgano y un joven líder talibán, Sher Mohammad Abbas Stanikzai (hoy  jefe del gabinete político de los talibanes), grabada en 1996 durante el primer régimen talibán– continúa Seraj– y lo que me asustó fue que decía las mismas cosas que dicen los talibanes hoy. Y mira lo que pasó».

«Si no dejan a las mujeres trabajar, va a ser un daño económico increíble. Muchas trabajan para mantener a sus familias. Si las paras, paras el país. Podrían destruir el tejido social. Si es el caos lo que quieren, esta es la vía. Yo no digo cuándo ni cómo, pero tengo el mal presagio de que esto no va bien. Tengo miedo pero vamos a seguir luchando, con las palabra y la acción política», concluye Mahbouba Seraj.