Los años de los descubrimientos
Esto admito que nunca lo había hecho antes (porque nunca me había visto en esta situación). Estas mismas palabras que estás leyendo las estoy escribiendo en una sala de cine. He abierto el ordenador portátil en plena proyección, y he empezado a volcar en él ideas, por miedo a que estas desaparezcan; sin miedo a molestar a nadie con ello. Ahora mismo, estoy solo, pero en menos de cinco minutos, los demás van a volver, y claro, tendré que dejar para más adelante, lo que estoy haciendo ahora mismo. «¿Pero cómo es esto posible?» Esto lo han preguntado, hará un rato, una panda de críos; los protagonistas de esta película, vaya.
El director, Jonás Trueba, se lo ha explicado: «No os preocupéis», les dice con su voz siempre tranquila, «durante la proyección hará dos intermedios, de cinco minutos cada uno». Para que la gente comente la jugada, o para que vaya al lavabo, o para que salga durante el rato justo para que le dé un poco el aire. En la vida real, fuera de la pantalla, es 2021: es obligatorio el uso de mascarilla en los recintos cerrados, y un sistema informático decide en qué butaca vas a pasar las próximas tres horas-y-pico (casi cuatro) de tu vida. En la otra vida real, la de dentro de la pantalla, es 2016.
‘Quién lo impide’, nuevo proyecto de Jonás Trueba, empieza como han empezado otras muchas conversaciones en el período pandémico: con una pantalla partida, con mala calidad de imagen, con peleas de última hora con el audio y con ese sufrimiento constante por miedo a que no vaya a cortarse la conexión. El coordinador de todo esto se reúne con sus pupilos, con sus objetos de estudio, con sus amigos, y les da la buena nueva. La película en la que llevan tantos años trabajando, está por fin terminada, así que ya pueden verla. Esto en la misma temporada que Leos Carax y su troupe cantaban ‘So May We Start’, instantes antes de subirse a sus respectivos autos para dirigirse, literalmente, a ‘Annette’, la función que estaba a punto de comenzar.
Así que ‘Quién lo impide’, como nadie se opone, arranca. Y lo hace con otra reunión de grupo, pero esta sí, en formato físico, pues como se ha dicho, faltan aún cuatro años para que el coronavirus entre en nuestras vidas. En otoño de 2016, Jonás Trueba está con unos chavales que son aún más chavales (alumnos de 4º de ESO y 1º de Bachillerato), y les pide que, ante todo, sean ellos mismos, pero también escucha sus peticiones, y las atiende, y sobre todo, observa. Como observaba en las piezas que habían trascendido hasta ahora (‘Si vamos 28, volvemos 28’, ‘Solo somos’, ‘Principiantes’ y ‘Tú también lo has visto’).
Pero claro, no bastaba con estos anticipos. Teníamos que verlo todo, para que el todo cobrara auténtico sentido. Y ahí está, por fin, la película colosal que se le podía pedir a un festival como Zinemaldia. Una propuesta gigantesca, en efecto, pero hecha a partir de pequeños trozos, de gestos discretos, de momentos que parece que no importen… pero en realidad sí. Es la grandeza a la que se llega a partir de lo minúsculo; la que se conquista sin desprenderse nunca de la escala humana (de lo que nos hace humanos, vaya). Cine-mosaico: el precioso y emocionante testigo de un esfuerzo colectivo, en el que cada piedra tiene algo muy valioso que contarnos, y puede hacerlo de mil maneras distintas (lo entendemos muy pronto), como si cada fragmento tuviera voluntad propia.
Ahora es una video-llamada grupal, ahora es un documental, ahora es una sesión de mediación, ahora es una ronda de entrevistas, ahora es un coming of age, ahora es una asamblea de estudiantes, ahora es un drama romántico, ahora es un musical, ahora es un foro de discusión, ahora es una película de aventuras… Y siempre suena a gran aventura. Parece, de hecho, que cada escena la haya concebido un chaval diferente, pero siempre consultando previamente con sus compañeros de clase. Y la sala de cine se convierte, con todo esto, en ese patio de recreo en el que, durante un suspiro, somos libres de hacer lo que queramos. Esto no es una película: es una experiencia. Y yo debo apresurarme, debo seguir escribiendo, hasta que vuelvan los demás.
‘Quién lo impide’ es un portentoso foco de contagio, primero de la efervescencia vitalista de sus jovencísimos protagonistas. Después del gusto por descubrir: la sexualidad, la Alhambra, los placeres prohibidos, los sentimientos de los otros, la conciencia política, el cine de Rita Azevedo Gomes… Todo cabe en un cine que pide ser re-descubierto a cada cambio de secuencia. Es un grito tan vivo, tan joven, que dedica buena parte de sus energías a cuestionar enérgicamente los supuestos límites de ese lenguaje y ese formato que siente como herramienta, pero también como prisión. Esta película de películas (que miran otras películas) es una fuerza incontenible, que vibra; que hace que todo vibre a su alrededor.
La criatura se mira al espejo, y no sabe si gustarse o si avergonzarse. Parece que no sepa nada, pero claro, nosotros tampoco. Una cámara cruza el perímetro de la intimidad, y se entromete en el posible nacimiento del amor. Ella se acerca a él, pero también repara en nuestra presencia, y por supuesto, se ruboriza… lo cual añade aún más sentido de realidad a la escena. La complicidad con los actores / personajes / personas es total, es por esto que incluso cuando miente, parece que Jonás Trueba sigue contando la verdad. Y sigue, y sigue… en las casi cuatro que nos habrá tenido aquí, a lo mejor le habrá dado tiempo para añadir otra idea, otra revelación para un nuevo montaje «final».
Pero paro, tengo que dejarlo aquí, pues ya termina el intermedio. No voy a poder terminar este texto, porque creo que esta película no va a terminar jamás. Ojalá no lo haga; ojalá sigamos mirando al futuro como un océano de preguntas que no pueden ser resueltas.