Guerra de chips, turbulenta geopolítica de las tecnologías
La lucha por la supremacía en los semiconductores es una señal: nadie es intocable, no se puede hacer negocios como antes. Y su dimensión geopolítica puede fragmentar aún más las cadenas de suministro globales y perturbar el comercio internacional.
Son maravillas de la nanoingeniería que apilan diminutas células de memoria en densidades cada vez mayores. Unas obleas de silicio, láminas de tamaño nanométrico, más delgadas que una hebra de cabello humano, que constan de hasta 40.000 millones de componentes, y cuanto más circuitos se puedan empaquetar, más potencia de cálculo tienen. Son los semiconductores, conocidos también como los «chips», y tienen un impacto gigantesco en la economía global. Están en el corazón del crecimiento económico y son un componente vital de la innovación tecnológica.
La industria de los semiconductores se ha transformado en geopolítica de alto riesgo y fuente de tensión, particularmente entre EEUU y China, pero con implicaciones para el comercio mundial. Ambos gigantes compiten en áreas como la inteligencia artificial, la computación, las redes móviles y teléfonos, la industria militar, la carrera del espacio... y el componente básico de todas estas tecnologías son los chips semiconductores.
Increíblemente complejos, exponentes de una de las industrias más intensivas en capital y en investigación y desarrollo, estos circuitos integrados alimentan todo, desde computadoras, teléfonos inteligentes, automóviles, servidores de centros de datos hasta consolas de juegos. Y la demanda de chips está aumentando, justo cuando la industria enfrenta una crisis de escasez a medida que la pandemia y las guerras comerciales tensan las cadenas de suministro y valor.
Con EEUU imponiendo sanciones tecnológicas a China, la industria electrónica mundial se enfrenta a tiempos turbulentos. La cadena de suministro global de chips electrónicos se ha visto afectada, lo que ha provocado una escasez de chips en varios sectores. El mayor cuello de botella se ha producido en la industria del automóvil, que ha visto gravemente afectada su producción. La plantas de Volkswagen en Landaben, la de Mercedes en Gasteiz y la difícil situación de docenas de empresas vascas que trabajan para ese sector, son una prueba de ello. El futuro de miles de trabajadores vascos puede verse comprometido si sigue esta «guerra de chips». Y además, también puede afectar a otras industrias, que ven las barbas del vecino a remojo y ya empiezan a temblar.
Liderar es dominar
Esta crisis plantea varias preguntas: ¿Es la «guerra de los chips» el equivalente del siglo XXI a lo que fueron las guerras del petróleo en el siglo XX? ¿Es la crisis de la industria de los semiconductores la precursora de la fragmentación de las cadenas de suministro globales? ¿Conducirá a bloques en guerra, con EEUU en un polo y China en el otro? ¿El daño que pueda infringir a China es realmente ganancia neta para EEUU? ¿Y para Europa? ¿Estamos viendo el fin de la globalización como un paradigma?
EEUU ha elegido la industria de los semiconductores como campo de batalla para su competencia geoestratégica con China. Cree que tiene un liderazgo tecnológico significativo y que China es aún un recién llegado. Aunque tiene una participación de mercado comparable a la de EEUU, todavía depende de ciertas tecnologías claves que aún controlan Washington y sus aliados, la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y Taiwan.
Por eso empezó con Huawei y SMIC, dos importantes actores chinos en la industria de la tecnología y los semiconductores, como su objetivo de sanciones. Y ahora está dando seguimiento a esas sanciones con un plan para excluir a China de las tecnologías claves. El argumento de Washington es simple: «estamos por delante, tenemos ventaja en ciertas tecnologías críticas para la fabricación avanzada de chips; todo lo que tenemos que hacer para mantenerla es negarle a China el acceso a estas tecnologías; esto asegurará nuestro liderazgo y dominio».
En otras palabras, EEUU cree haber encontrado el punto débil par atacar el auge de la economía china y pretende hacer sangre, morder ese hueso para que estalle la burbuja de los semiconductores de China, y que el colapso de las nuevas empresas provoque una pérdida masiva de puestos de trabajo. Creen que esa es una de las mayores ventajas que tiene Biden sobre el presidente de China, Xi Jinping.
En efecto, el principal problema de China es la fabricación de chips de alta gama, que es virtualmente un monopolio global de EEUU, que tiene el 80% del mercado en algunos procesos de fabricación y diseño de chips, como grabado, implantación de iones, deposición electroquímica, inspección de obleas y software de diseño. Cuando se trata de tecnología de los chips, la fuerza impulsora es la miniaturización. La compañía taiwanesa TSMC, una de las principales del mundo, ahora está avanzando para desarrollar el proceso de producción de 3 nanómetros(nm) y se espera que los chips de 2 nm lleguen al mercado en 2025. En comparación, la compañía estatal china SMIC, solo comenzó a producir chips de 14 nm a finales de 2019, lo que los coloca al menos una o dos generaciones por detrás. Hay que recordar que EEUU prohibió a Huawei comprar los chips de escala de 7 nm de TSMC.
Cuellos de botella
Al final, los semiconductores representan el eje de las ambiciones tecnológicas mutuamente dependientes de EEUU y China: todas las grandes empresas tecnológicas chinas dependen de chips estadounidenses y muchas firmas de ese país se han beneficiado de los mercados y clientes chinos. Hay, además, otro factor a tener en cuenta: Taiwán. Dado su papel central en la fabricación de chips y las cadenas de suministro, es probable que quede atrapado en este creciente conflicto, ya que ambos dependen de dispositivos semiconductores producidos en Taiwán. Y es que la geopolítica jugó un papel clave en el por qué la producción de chips chinos está por detrás de la de Taiwán, o Corea del Sur o Japón. Como aliados de EEUU durante la Guerra Fría, esas economías se beneficiaron de las transferencias de capital y tecnología estadounidenses.
Por otra parte, el mayor fabricante de máquinas de fabricación de chips de Europa, ASML de los Países Bajos –con un valor superior a Airbus, Siemens o Volkswagen–, es el proveedor exclusivo de máquinas de litografía ultravioleta extrema, la herramienta más costosa del mundo, esencial para producir los chips más avanzados. Casi una quinta parte de los componentes que ASML necesita para construir sus máquinas también se fabrican en su planta de EEUU y, por tanto, están bajo el régimen de sanciones. Los Países Bajos han detenido los envíos a China de máquinas de litografía ultravioleta extrema desde 2019, fruto de la presión de EEUU.
Los chinos reconocen y se dan cuenta de que aún están rezagados, no piensan que pueden sacudir el mundo rápidamente. A su manera, bajo este clima geopolítico, han decidido mantener la cabeza baja, ponerse manos a la obra y crecer en silencio. Por supuesto, que le llevará tiempo ponerse al día, pero sus piezas ya están en juego. A corto plazo, las empresas chinas van a sentir el efecto, China tendrá dificultades para resolver este punto débil. Pekín está impulsando la independencia de su industria de chips, hacerla segura y controlable, fortalecer la autoinnovación.
¿Cuánto tardará China en atrapar el liderazgo que tienen EEUU y sus aliados? Según la Asociación de la Industria de Semiconductores de EEUU, la única forma en que se puede preservar ese liderazgo es exportando a China, excepto en el sector militar estratégico. Podría así usar las ganancias de estas exportaciones para desarrollar una nueva generación de tecnologías. Y es que, como saben los marxistas, el conocimiento impulsa las fuerzas productivas, en este caso, los avances en el diseño y fabricación de chips, muy intensivas en conocimientos y que requieren personas con habilidades muy especializadas.
EEUU quiere mantener su posición de líder mundial, tendrá que igualar a China invirtiendo en la generación de conocimiento. Entonces, ¿por qué toma la vía de las sanciones? Porque son más sencillas de implementar; porque construir una sociedad que valore el conocimiento es más difícil. Y esta es una patología del capitalismo, otra clave.