Alessandro Ruta

La ‘Ley Zan’ italiana: Méritos, métodos y pasos atrás

El fracaso de la ‘Ley Zan’ en Italia en contra de la homofobia y la transfobia es la fotografía de un país cuyas prioridades siempre serán otras.

Celebración del Orgullo en Milán. (AFP)
Celebración del Orgullo en Milán. (AFP)

Cuando el pasado martes Maria Elisabetta Alberti Casellati (conocida como ‘La Casellati’), presidenta del Senado italiano, anunció que el voto para ratificar la ‘Ley Zan’ contra la homo-transfobia iba a ser secreto, la mayoría de la gente ya estaba pensando en que todo estaba listo para fracasar.

Y efectivamente así fue. El miércoles se confirmaron las sospechas en un Senado convertido en estadio, con acusaciones recíprocas y mil polémicas.

Otra vez Italia se ha confirmado como un país donde respecto a la igualdad de género o a algo parecido, las distancias con otras entidades más avanzadas son todavía muy grandes.

Pequeñas mejoras

La ‘Ley Zan’, cuyo nombre viene de un diputado del Partido Democrático (Alessandro Zan), no pretendía ser realmente nada del otro mundo: quería simplemente endurecer las medidas que ya están en vigor el Código Penal Italiano.

Resumiendo, en el artículo 604-bis y 604-ter del CPI las penas máximas pueden llegar a un año y seis meses de cárcel para los autores de discriminaciones racistas, y hasta seis años para los promotores de entitades supremacistas.

La ‘Ley Zan’ iba a añadir una categoría más de discriminados, la que comprendería a los homosexuales y a los transexuales, con penas que, según la gravedad, podrían oscilar entre uno y hasta cuatro años de prisión. Una ley que ya fue aprobada, entre mil polémicas como siempre, el 4 noviembre del 2020 por la Cámara de Diputados. Pero cada borrador de ley tiene que ser ratificado por el Parlamento sin ningún cambio, ni una coma o una palabra, antes de la firma definitiva del Presidente de la República.

Si no, hay que volver a empezar desde el principio, con enormes pérdidas de tiempo. A menudo estos tambaleos son necesarios para mejorar un borrador de ley, mientras que en muchísimas casos deriva en que todo caiga o caduque. Como los equipos de fútbol que van ganando 1-0 en el minuto 93 y echan el balón a la grada.

Según encuestas hechas por el Parlamento italiano, un borrador de ley se convierte en ley en 173 días si empieza en el Senado y en 227 si comienza en la Cámara. Es decir, sea como sea, casi medio año.

El borrador de ‘Ley Zan’ llevaba prácticamente 12 meses allí, en el frigorífico, esperando el último paso, el nulla osta. Entre la pandemia y el cambio en el Gobierno, de Giuseppe Conte a Mario Draghi, se hablaba mucho de este tema, sin que nadie quisiera ponerse manos a la obra. Hasta el miércoles, cuando con una votación secreta aprobada por la mayoría del Senado derribó el castillo de cartas.

Alguien podrá decir: «¿Pero, se puede volver a empezar, no?». En realidad no, porque ahora las prioridades para el Parlamento son otras. Una, sobre todo, no deja ninguna esperanza ni temporal ni técnica: hay que elegir al Presidente de la República durante la próxima primavera. Aunque el borrador de la ‘Ley Zan’ pruebe suerte otra vez, no existe tiempo suficiente para que lo firme el actual Jefe del Estado, Sergio Mattarella.

El Parlamento está maniobrando para verificar alianzas, para impulsar acuerdos, y no tiene la mínima intención de aprobar una ley que iba a afectar al amplio abanico de votos católicos todavía vigentes en Italia, tanto en la derecha como en la izquierda.

Como en el Orient Express

¿Entonces, qué equipo iba ganando 1-0 en el minuto 93? ¿Quién lanzó el balón a la grada? ¿Cómo ha podido un Senado supuestamente de centro-izquierda rechazar una ley de derechos civiles ya aprobada por la Camara de Diputados? El miércoles, en un debate bastante ridículo, el todos contra todos bailó entre lo embarazoso y lo hipócrita.

Faltaron 23 votos, teóricamente, para la aprobación definitiva del borrador Zan. «La culpa es del  Partido Democrático»; «no, del Movimiento Cinco Estrellas», y, mientras tanto, desde los partidos de la derecha, todos en contra del borrador de ley: «No estamos criticando el contenido, sino la manera unilateral de proponerlo: el método y no el mérito, la forma y no la substancia». Como si hubiese cambiado algo, ¿no? Matteo Salvini, Giorgia Meloni y Silvio Berlusconi se frotan las manos, viéndose más unidos que antes.

La izquierda va buscando francotiradores y traidores. El nombre es siempre el mismo, el de Matteo Renzi, que rompió en 2019 con el Partido Democrático para crear su grupo parlamentario, Italia Viva, acreditado por las encuestas con un rotundo 2%.

El ex primer ministro es uno de los líderes mas odiados, siempre según las encuestas, pero tiene un poder exagerado en ‘la habitación de los botones’, como se llama en Italia al lugar del Poder. De hecho, en el Parlamento controla 41 escaños entre diputados y senadores, mucho más que el 2%: una barbaridad, siempre decisiva en las votaciones.

El pobre Zan, el viernes por la mañana, se ha despertado diciendo: «Parece que Renzi va con la derecha». Así se ha desahogado en una entrevista con el periódico ‘La Repubblica’. A buenas horas, mangas verdes: como todos los peones, ha sido el último en enterarse de las cosas. Probablemente este activista LGBT de Padua pensaba convertirse en un nombre decisivo para la historia de los derechos civiles sin saber que la historia de los derechos civiles en Italia es una larga lista de fracasos.

Encabezados, y es triste decirlo, por una izquierda lejana, lejanísima, cada vez mas distante de su electorado, van constantemente hacia atrás. Y como en la novela ‘Asesinato en el Orient Express’ de Agatha Christie, matan golpe tras golpe, distribuyendo las culpas para que se dispersen.