Samuel Nacar

Crónica de una crisis humanitaria sin cifras

Llegamos de madrugada a Polonia. Hace frío y la frontera queda caso a dos hora. Polonia dice  que hay más de diez mil migrantes en Bielorrusia esperando llegar a Alemania. Bruselas acusa a Bielorrusia de fletar aviones, mientras Minsk señala a Varsovia por forzar y mantener esta crisis humanitaria

Migrantes caminan por la frontera en el lado bielorruso. (Leonid SCHEGLOV/AFP)
Migrantes caminan por la frontera en el lado bielorruso. (Leonid SCHEGLOV/AFP)

Al llegar a Polonia nos dirigimos a Kuznica el área militar de tres kilómetros por donde están intentando cruzar un número indeterminado de migrantes.

Horas más tarde, ya bien entrada la madrugada, llegamos Sokolka, el último pueblo antes de la zona militarizada. Son las 3 de la mañana, pero intentamos llegar cuanto antes para ver cómo está la situación. Seguimos por una carretera en línea recta con un sólo destino, Bielorrusia. Unos militares aparecen de la nada, pero no nos da tiempo a frenar, seguimos, y a los pocos metros aparecen unas luces azules que ya nos dan el alto. «¿Qué hacéis aquí? Pasaportes», nos dicen en un inglés roto.

Intentamos explicar que nos dirigimos a Kuznica, pero nos dicen que es una área militarizada, que Polonia ha cerrado el acceso. Hay 20.000 soldados desplegados en estos tres kilómetros que nos separan de la frontera. El acceso está restringido a pesar de ser prensa y aunque esto implique una vulneración al derecho de información en un país europeo, pero la realidad es que la verdadera vulneración a los derechos humanos es que Polonia también ha restringido el acceso a la ayuda humanitaria. En definitiva, los médicos no pueden pasar. Nos vamos a casa. Se nos ha hecho muy tarde.

La primera noticia de la mañana es que un chico de 14 años ha muerto de frío en la frontera donde seguimos sin saber cuántos migrantes están atrapados. En los informativos se habla de sanciones a Bielorusia, de terrorismo de Estado y Alexandr Lukashenko responde con que cortará el gasoducto que cruza por su país. Mientras tanto, las temperaturas son de dos grados y varias ONG, como Granica Group, reportan que han vuelto a encontrarse familias que han pasado la noche escondidas en medio de los bosques de esa zona militarizada. Muchos denuncian devoluciones en caliente y otros relatan que han pasado días, incluso semanas, escondidos en los bosques.

No es suficiente con llegar a Polonia y cruzar la frontera, para poder pedir el asilo, tienes que conseguir salir del perímetro de exclusión, de la zona militarizada sin que te atrapen. Evitando que los helicópteros con cámaras de visión térmica o los 20.000 soldados desplegados en la línea de separación no te encuentren. Porque si te encuentran, vuelves a empezar, vuelta a Bielorrusia.

Polonia dice que sólo en octubre ha contabilizado más de 17.000 intentos de cruzar la frontera. La realidad es que muchos de los migrantes dicen que lo han intentado hasta nueve veces.

Decidimos tratar de dejar Polonia y entrar en Bielorrusia. Entendemos que la historia está allí. Que la crisis humanitaria está allí, pero en los medios las únicas fuentes que están pasando imágenes son fuentes gubernamentales, a través de las agencias. Más propaganda.

«Nadie puede entrar»

De camino al cruce fronterizo de Bobrowniki, nos encontramos a miles de camioneros que llevan hasta tres días esperando para cruzar la frontera. Sabemos que sin visado es imposible, pero vamos hasta allí. Viajamos con el diputado del Parlament Ruben Wagensberg y nos queda la posibilidad de entrar por vías diplomáticas. Nada, imposible. La UE no reconoce a Lukashenko y, de momento, ningún parlamentario podrá entrar al país.

A pesar de no haber conseguido cruzar, intentamos seguir por caminos de tierra y llegar lo más cerca posible de la frontera. Primer control. Es la Policía, nos permite seguir, parece que podremos acercarnos lo suficiente, pero a los pocos kilómetros hay otro control, esta vez militar, parece que no nos permite el acceso.

«Esto es una zona militarizada, nadie puede entrar». Desesperamos. Llevamos ya casi cinco horas intentando acercarnos y no es imposible. No podemos cubrir la crisis humanitaria. Seguimos sin saber el número de migrantes y las condiciones en las que están. Pero sabemos que las temperaturas no han subido de los 5°C en todo el día.

Al grupo de mensajería que han creado las ONG sobre el terreno llega un mensaje: «Robo y ataque a los refugiados. Esta tarde, en la carretera cercana a Hajnówka, tres refugiados, un matrimonio de Irak y un hombre de Siria han sido atacados con una barra de metal y han sido robados por una persona que han descrito de apariencia europea».

Han llegado más de 150 periodistas, pero ninguno consigue entrar al área militarizada. Las informaciones son difusas, pero seguimos sabiendo que la verdadera crisis está al otro lado de la frontera. En Bruselas no dejan de amenazar con sanciones, que se aprobarán el Lunes, mientras un número indeterminado de migrantes volverá a dormir está noche al raso con temperaturas en torno a los cero grados.

Se acerca rápida la noche. A las cuatro de la tarde ya está todo oscuro. Decidimos volver, reunir otra vez todos los contactos e intentarlo al día siguiente. De camino al hotel, volvemos a recordar el mensaje que ayer nos llegó al móvil, enviado por el Gobierno polaco, de camino a Kuznica : «La frontera polaca está cerrada. Las autoridades bielorrusas os han mentido. Volved a Minsk. ¡No aceptéis pastillas de los soldados bielorrusos!». Más propaganda.