Ibai Gandiaga
Arquitecto

¿Seguimos su ejemplo?

Empecemos con una imagen: cuatro niñas de la mano, en patines de línea, con cascos de colores. Un pelotón de bicicletas de distintas procedencias, colores y sabores, van detrás, y avanzan con torpeza, pero sin prisa, y con una sonrisa en la cara. Las bicicletas son de paseo, plegables, mountain-bikes, eléctricas, de carretera, fixies, con sillita de niño, algún que otro patinete despistado, otras del Decathlon, recicladas… Avanzan por las calles del Eixample de Barcelona, camino de la escuela, reclamando su espacio entre el tráfico. Volveremos más tarde a esta imagen, pero hablemos un poco de sus protagonistas principales: la ciudad y la bicicleta.

De cuando en cuando aparecen en estas páginas pequeñas obsesiones recurrentes, que versan sobre los mismo temas. Quiero creer que a todos los lleva de la mano un interés común, es decir, cómo hacer que nuestra ciudad y territorio sea más justo para la mayoría, y no para la minoría. Una de estas obsesiones ha sido, a lo largo de los años, la bicicleta como elemento de transformación urbano. Este último año he considerado necesario repetir la temática, ya que la amabilización de las ciudades, y la introducción de la bicicleta en ellas, es una flor que acaba de florecer, y se encuentra en el momento crítico en el cual debemos tratar de regar, abonar y cuidar de ella.

Aunque todas las visiones parciales sobre la ciudad arrojan verdades interesantes, cierto es que podemos recorrer la historia de la ciudad moderna a través de las dos ruedas; se convierte en un símbolo urbano con la adopción por parte de las clases trabajadoras de un elemento fabricado muchas veces en las mismas fábricas donde pasaban la vida; la estigmatización de la clase trabajadora se evidencia en la pérdida del uso de la bicicleta, cuando el éxito se medía con el modelo del coche y ya nadie quería reconocerse como clase trabajadora. La bicicleta se quedó para deportistas y para la infancia, siendo relegada esta última a espacios de juegos, y nunca viéndose como un medio de transporte, sino como un elemento de ocio y disfrute.

Finalmente, la eliminación paulatina del tráfico del centro de las ciudades –coincidiendo con el incremento de los precios y la gentrificación en el centro de la ciudad que comenzó a finales de la década del 2010–, hace que la bicicleta adquiera un nuevo estatus social: ya no va a trabajar en bicicleta quien no puede pagar el coche, sino quien puede permitirse vivir y trabajar en el mismo sitio. Los propios precios de las bicicletas ‘utilitarias’, que ahora cuentan con el aliciente de la tecnología eléctrica, han llegado a las cuatro cifras, claramente en un intento del mercado de dejarle claro al comprador que esté tranquilo, ya que la bicicleta no es un tema de pobres, y si compra tal o cual modelo, su estatus social no sufrirá.

Algunas iniciativas para la introducción y dignificación de la bicicleta en la ciudad se confunden con pacificaciones del tráfico y con la mayor presencia de espacios peatonales, pero lógicamente tienen que tener su propia deriva y planeamiento; ya en febrero de este mismo año la Diputación de Bizkaia anunciaba la próxima realización –estemos atentos– del bidegorri entre Bilbo y Getxo, y se suma a importantes operaciones de redes ciclables en Donostia o Gasteiz, por mencionar los dos mejores ejemplos de Euskal Herria.

Un acto político. Sin embargo, coger la bicicleta y salir a la calzada a batirse el cobre, sigue siendo un acto político. No es una lucha –recordemos al ilustre lector, que la bicicleta también es un vehículo y como tal tiene que atender a las normas de circulación–, pero sí existe una necesidad de autoafirmación y de reclamar el espacio de la propia bicicleta en el espacio urbano.

Volviendo a la imagen del inicio, la iniciativas llamadas ‘bicibús’ se van, poco a poco, implantando en gran parte del Estado español; hace ya 10 años que en Madrid se planteaban, en los colegios Ignacio Zuloaga y Jesús Maestro, la idea de crear “líneas” de bicicletas, es decir, trayectos en pelotón con un horario y una ruta fija. En Catalunya la idea se implantó con fuerza en Vic, y contó con el apoyo de grupos y administraciones locales. La idea enfiló perfectamente con la estrategia urbana de Ada Colaù, y la iniciativa del bicibús ha tenido una enorme caja de resonancia en el bicibús que cada viernes recorre el Eixample conectando los colegios Joan Mirò, Xirinacs y Entença, con un pelotón de más de 150 personas. ¿Seguimos su ejemplo?