Las cuatro últimas jornadas ligueras han sido de exigencia máxima para Osasuna. En ellas, se ha medido a Real Madrid, Sevilla, Real y Atlético, por ese orden, dejando la sensación de que ha competido sin complejos, quitando algunas fases del encuentro del Pizjuán. Sin embargo, los fríos datos no son tan positivos.
Un punto y ningún gol a favor dejan bien a las claras la dureza del Everest que le ha tocado ascender a la escuadra navarra sin margen de descanso. Los de Jagoba Arrasate se han afanado en esmerarse en el aspecto defensivo, habida cuenta del enorme potencial del fuego enemigo, pero no han sabido hacerle daño en ataque.
La larga travesía comenzó de manera gratamente positiva, arrancando un sufrido empate en el Bernabéu. Con una defensa de cinco, los rojillos resguardaron su portería con uñas y dientes, pese a las numerosas acometidas merengues.
Incluso el botín pudo ser mayor si en una de las contadas contras osasunistas el disparo final de un llegador como Moncayola no se hubiese estrellado en el poste. Al final, el esfuerzo de contención prolongó la imbatibilidad foránea rojilla.
Sin embargo, el desgaste físico fue extremo, lo que, sumado a la proximidad del duelo contra el Sevilla, obligó a Arrasate a obrar una remodelación casi completa de su once, algo que lo acabó acusando el equipo sobre el césped del estadio hispalense.
Se vio frenada la sobresaliente racha visitante y Osasuna ofreció su peor cara lejos de Iruñea en la presente temporada. Los de Lopetegi supieron manejar los tiempos del partido y el conjunto navarro nunca dejó la sensación de que podía sacar algo positivo de dicho duelo.
Con más tiempo para preparar a conciencia el derbi, los rojillos recibieron a la Real en una contienda en la que, de nuevo, los anfitriones estuvieron solventes táctica y defensivamente hablando hasta prácticamente el último cuarto de hora de partido.
Sin embargo, una vez más, se echó de menos algo más de colmillo con el que inquietar a los txuri urdines que, poco a poco, fueron arrinconando a su rival hasta hacerle caer en la lona en el último tramo del choque disputado en El Sadar.
Con el margen más que suficiente del parón de selecciones, Osasuna afrontó su última cima, rindiendo visita al actual campeón liguero el pasado sábado. Y con similar planteamiento al diseñado en el anterior compromiso disputado en Madrid.
De hecho, los de Arrasate sufrieron bastante menos en el Wanda Metropolitano que en el Bernabéu, entre otras cosas porque los colchoneros se empeñaron en buscar constantes centros al área, situación en la que la actual zaga rojilla se encuentra bastante cómoda a la hora de abortar esos acercamientos. No obstante, un error de concentración impidió que un nuevo punto subiera al casillero cuando ya se acaricibia.
La teoría de la manta
Durante esos cuatro choques ha habido una circunstancia común. Osasuna no ha sabido perforar la meta del contrario. Cuatro jornadas en las que el cuadro navarro no ha anotado gol, algo que preocupa, como dejó constancia de ello el técnico de Berriatua a la conclusión del envite ante el Atlético.
En todo caso, y aún aportándole el valor que se merece al hecho de hacer autocrítica, hay que ser conscientes de que los rojillos han sufrido durante dichas jornadas la manida teoría de la manta. Difícilmente se puede llegar a los dominios del adversario si todo el esfuerzo físico y mental se pone en mantener tu portería a cero.
Y debe quedar claro que no se trata de una interpretación crítica por el planteamiento táctico llevado a cabo, sino que es una constatación de la realidad de una plantilla que se parte la cara sobre el verde, independientemente del rival que esté enfrente, pero que llega hasta donde llega.
Sí que cabe exigirle más en el plano ofensivo al equipo en las dos inmediatas jornadas que vienen, ante contrincantes de su liga y rivales directos en la lucha por la permanencia. Para empezar, ante un Elche que aterriza en Iruñea en apenas una semana y que estrenará inquilino en su banquillo tras la destitución de Fran Escribá.
Oier sigue escalando
El encuentro del Wanda Metropolitano sí que tuvo una noticia positiva y fue el hecho de que Oier disputase su partido oficial número 339 con la elástica rojilla, lo que le convierte en el sexto con más envites jugados en la historia del club.
El lizartarra adelantó en la clasificación a otro de los mitos recientes del osasunismo, Miguel Flaño, actual entrenador del Juvenil de División de Honor, y tiene por delante los 377 partidos de Eugenio Bustingorri. Oier, que ha perdido protagonismo en el equipo, concluye contrato con Osasuna este próximo junio y todavía no se sabe si renovará su compromiso.
Por otro lado, el duelo contra los colchoneros fue el primero en el que Rubén García entró en la convocatoria y no disputó nigún minuto. El futbolista valenciano trabajó ayer de manera individual en el interior de las instalaciones de Tajonar, pero el club no ha emitido ningún comunicado sobre posibles contratiempos en su estado físico.