Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Emiratos legitima a Israel y a su propia deriva a costa de Palestina

La recepción del jeque bin Zayed a Bennet apuntala al sionismo y confirma la ambición geopolítica de la satrapía del Golfo, en las guerras de Yemen y Libia, y en la normalización de relaciones con la Siria de Al-Assad. El apoyo de regímenes árabes a los palestinos era pura fachada.

El jefe de gobierno israelí, Naftali Bennett, recibido por el príncipe heredero emiratí, Bin Zayed Al-Nahyan, en Abu Dhabi.GPO | AFP
El jefe de gobierno israelí, Naftali Bennett, recibido por el príncipe heredero emiratí, Bin Zayed Al-Nahyan, en Abu Dhabi.GPO | AFP

«El primer ministro, Naftali Bennett, ha sido recibido por el príncipe heredero de los Emiratos Árabes Unidos, el jeque Mohamed bin Zayed en su palacio privado en Abu Dhabi».

Podría parecer la típica recepción diplomática y protocolaria entre los líderes de dos países pero va mucho más allá.

Que el hombre fuerte de la satrapía del Golfo que engloba a siete principados árabes reciba al jefe de gobierno del Estado sionista se puede calificar con toda justicia, y más allá de lo manido del recurso, esta vez sí de hecho histórico.

La oficina de prensa del primer ministro israelí no da abasto y publica fotos y comunicados sobre «una reunión histórica». Lo que contrasta con la escasa, cuando no nula, cobertura de la primera visita oficial de un jefe de gobierno sionista por parte de los medios emiratíes y con la discreción de la corte del jeque Bin Zayed, que insiste sobre el carácter predominantemente económico del encuentro.

Y es que la población local, como el conjunto del mundo árabe, es hostil a semejante reconocimiento de Israel, y las redes sociales rebosan de críticas en un reino que no destaca precisamente por su respeto a la libertad de expresión.

Legado  de Trump

Los Emiratos, secundados por la satrapía de Bahrein, fueron los primeros que en setiembre de 2020 firmaron los bautizados como Acuerdos de Abraham, auspiciados por la presidencia de Trump en EEUU y que normalizaban sus relaciones con Israel, saltándose la línea roja que hasta entonces exigía la creación de un Estado palestino.

El Ejército de Sudán –sin el aval del Parlamento– y Marruecos se sumaron a la iniciativa.

Arabia Saudí, que alberga  las ciudades santas de La Meca y Medina, sigue sin dar el paso.

Lo que tiene, como telón de fondo, el creciente desafío de los Emiratos, el hermano menor, a la dinastía de los Saud.

Bin Zayed impulsa una política internacional autónoma y agresiva tanto en Yemen, donde ha utilizado las ansias de autodeterminación del sur para poner su pica en Flandes y hacerse con el control de la isla de Socotra, estratégica en la entrada del Índico al mar Arábigo, como en Libia –apoya al mariscal Haftar junto con Rusia– y en Siria, donde ha normalizado las relaciones bilaterales con el régimen de Bashar al-Assad.

Es indudable que los acuerdos de Abraham –profeta bíblico reconocido por el islam, son un duro golpe para las perspectivas del pueblo palestino.

Pero, quizás siguiendo el adaggio de que «no hay mal que por bien no venga», la traición de algunos regímenes árabes arroja luz y evidencia la hipocresía de los que decían sostener la causa palestina pero la mantenían cautiva y olvidada.

Para los Emiratos, y para otros, Irán es mucho más enemigo que lo amigo que nunca llegaría a ser el depauperado y discriminado pueblo palestino.