Isidro Esnaola
Iritzi saileko erredaktorea, ekonomian espezializatua / Redactor de Opinión, especializado en economía

Y al final los precios se dispararon

La estabilidad de precios ha terminado. Ya ni gobiernos y ni reguladores consideran la inflación algo coyuntural, pero ni los discursos ni las medidas han abandonado la ortodoxia neoliberal. Hablan de contención salarial pero el problema es que el mercado está cada vez más controlado por el capital

(Kirill KUDRYAVTSEV | AFP)

Este año los precios han crecido hasta alcanzar registros récord en los últimos cuarenta años. Prácticamente desde que la revolución conservadora impuso a principios de los ochenta del siglo pasado el modo en el que había que entender y controlar la inflación no se habían registrado alzas tan importantes de los precios ni en la UE ni en EEUU ni en otros países.

La meteórica subida ha pillado a los bancos centrales –teóricos responsables de mantener la inflación bajo control– por sorpresa. Por esa razón, su primera reacción oficial fue achacar la subida de los precios a desajustes coyunturales: cuellos de botella en los suministros, los precios de la energía, etc. De este modo podían considerar el alza de precios como algo temporal. Sin embargo, a mediados de diciembre, la Reserva Federal de EEUU primero, y el BCE un poco más tarde, empezaron a valorar que la inflación no era una cuestión meramente temporal y notificaron que comenzaban a retirar estímulos, es decir, dinero en circulación. Se supone, según la doctrina neoliberal, que con menos dinero circulando los precios no subirán tanto. Sin embargo, llevan desde la crisis de 2008 inyectando dinero a espuertas y los precios no han subido. Y ahora sí, y en todas partes a la vez. Por fuerza, la clave está en alguna otra parte.

La Reserva Federal anunció asimismo subidas de los tipos para el próximo año, algo que ya ha hecho el Banco de Inglaterra y que de momento el BCE descarta. Esa es otra de las recetas neoliberales. En teoría, tipos de interés más altos frenan el crédito –hay que pagar más intereses– y por tanto reducen el dinero en circulación, lo que debería reducir también la posibilidad de inflación. Se pueden poner multitud de ejemplos que contradicen ese postulado, entre otras cosas, que los créditos se piden cuando existen expectativas de negocio; si no las hay, aunque el interés sea cero, nadie pide un crédito.

En este caso, la reticencia del BCE a subir los tipos tiene que ver con la gigantesca deuda que arrastra la eurozona, tanto los Estados como las empresas y los bancos. Estos últimos todavía están lejos de estar saneados. La subida de tipos puede suponer un golpe importante para los resultados y puede además provocar movimientos especulativos contra los países más endeudados. De hecho, a mediados de diciembre, el BCE anunció que seguirá comprando deuda griega aunque su calificación está por debajo del estándar que él mismo exige. Christine Lagarde ha tomado medidas, no para ayudar a los griegos, sino para evitar que la especulación termine dejándola sin trabajo.

Tanto al principio, cuando se consideraba algo temporal, como ahora que han comprendido que no es una cuestión coyuntural, la reacción ha sido la misma: exigir moderación salarial. La última en pedirlo ha sido la ministra de Economía, Nadia Calviño, en una entrevista en “La Vanguardia”, en la que señalaba que «hay que evitar que una subida salarial pueda tener efectos de segunda ronda que tengan un carácter más estructural». Los precios han estado subiendo sin que los salarios subieran, y por eso decían que la inflación era coyuntural. Ahora que han empezado a tomar medidas porque no parece que sea coyuntural, y eso sin que los salarios hayan subido todavía, vuelven a repetir el mantra de que cuando los salarios suben, la inflación se convierte en estructural. El único sentido que tiene todo esto es que para esos tecnócratas neoliberales, lo más terrible es que los salarios suban porque estarán disputando parte de los beneficios al capital. El resto, les es indiferente.

Además, para justificar esta relación entre salario e inflación, inventaron la teoría de la Nairu (Tasa de desempleo no aceleradora de la inflación, en castellano). Lo que viene a decir que cuando hay poco desempleo, los precios crecerán. Lo cierto es que ahora la inflación se ha disparado en todos los países independientemente del desempleo, así que no parece que haya una correlación tan estrecha entre desempleo bajo e inflación. Lo que lleva a otro interesante corolario: para el capitalismo la inflación es un mal inaceptable, sin embargo, que haya personas buscando trabajo y no lo encuentren es un mal perfectamente asumible. Para ser un sistema tan eficiente mantener a parte de la fuerza de trabajo ociosa no parece una estrategia muy inteligente.

Pero entonces, ¿por qué suben los precios? En el mundo perfecto de los neoliberales solo puede ser por lo que dice la ministra, porque sube la energía o por los cuellos de botella en los suministros. Es una explicación bastante superficial porque, por ejemplo, los precios del alquiler llevan tiempo subiendo, pero como su peso en el cálculo del IPC es muy pequeño –ya que la mayoría de la gente vive en una vivienda particular–, las espectaculares subidas apenas han tenido reflejo en el IPC y en consecuencia en la inflación.

Tal vez, lo que ocurre con el alquiler de viviendas explique mejor lo que está ocurriendo con los precios de manera más general. Supongamos que un propietario tiene un par de pisos en una ciudad donde hay, digamos, unas 500 viviendas en alquiler, menos del 1% del total. Y supongamos que ese propietario decide subir el precio del alquiler que cobra un 10%. Lo más probable es que le cueste mucho más tiempo alquilarlas; la gente buscará alternativas más baratas. Es posible que finalmente lo consiga. También puede que se queden vacías; en ese caso, que haya dos pisos menos en un mercado de 500 viviendas en alquiler apenas afectara a los arrendamientos en esa ciudad.
Ahora bien, si en vez de un propietario llega un fondo buitre que se hace con 50 viviendas de los bancos, otras 30 de alquileres protegidos y compra 20 pisos más a alguna inmobiliaria, en conjunto se habrá hecho con un centenar de pisos que son casi el 20% del total en alquiler en esa ciudad (500). Si este fondo buitre decide subir un 10% la renta de esos pisos, la primera reacción de los inquilinos será la de buscar alternativas, pero ahora hay 100 viviendas menos (no dos) donde buscar, las que posee el fondo buitre. Es evidente que de un día para otro no aparecerán 100 pisos más en alquiler en ese municipio. Y a partir de ahí, las urgencias de cada uno obligarán o bien a pagar el precio exigido, o bien a compartir piso. Y una vez que se aceptan los nuevos precios, estos se irán trasladando al resto de viviendas en alquiler, generalizándose la subida. Eso es lo que está pasando con la subida de rentas: los fondos de capital acaparan viviendas para condicionar el mercado y poder subir los alquileres.

Para influir en un mercado no hace falta un dominio abrumador, basta con tener una participación significativa, sobre todo cuando la oferta, como en el caso de los pisos en alquiler, no se puede aumentar a voluntad. O, alternativamente, cuando la demanda es cosa de unos pocos compradores. Es por esa razón que cuando se habla de inflación, sobre todo en el caso de los mercados llamados «libres», que son mayoría, es muy importante conocer en manos de quién está la propiedad y el posible control del mercado y de los precios. La concentración de la propiedad sí es una característica estructural de cualquier mercado: cuántos oferentes y compradores hay, qué proporción del total controlan directa o indirectamente, qué capacidad financiera tienen detrás para forzar subidas de precio o bajadas que arruinen a los que tienen menos recursos, etc. Todos esos aspectos sí estructuran un mercado y son fundamentales para empujar los precios al alza.

Y eso es lo que ha ocurrido con la famosa liberalización: se han dejado los principales mercados de bienes y servicios en manos de unas pocas corporaciones con capacidad para condicionar los precios. En este momento, no solo con la vivienda, sino también con la energía, los componentes, el transporte, etc., los grandes grupos están exprimiendo su posición de dominio para completar beneficios tras un 2020 desastroso por la pandemia.
Y allí donde no hay grandes oligopolios, los fondos buitre o fondos privados de inversión están tomando posiciones para controlar mercados mucho más específicos. Ahí están las recientes compras de empresas vascas como Euskaltel, o el grupo de distribución Uvesco y Angulas Aguinaga. Estas últimas fueron adquiridas por el fondo francés PAI Parnets que compró también Amplitude Surgical, una empresa líder en tecnología quirúrgica para ortopedia o MyFlowers, propietaria de interflora, líder en venta de flores a domicilio y con presencia en media Europa. Lo único común que tienen todas esas compras es que dominan un determinado mercado, ya sea la ortopedia, las flores o las angulas. Y ese fondo va a explotar al máximo esa posición de dominio, lo que sin duda se traducirá en un aumento de los precios. Este es un fenómeno que va al alza y que va a destrozar precios y mercados en todas partes.

La propiedad de los grandes grupos está en manos de capital riesgo, fondos de pensiones y todo clase de fondos privados de capital. Sus accionistas exigen altas rentabilidades, especialmente tras un 2020 sin apenas dividendos. Y son esos monstruos financieros los que están presionando para rentabilizar la posición de dominio de las grandes multinacionales.

El dinero en circulación, los tipos de interés o la teoría de Nairu llaman la atención sobre aspectos secundarios de la inflación, escondiendo las verdaderas claves. Hoy en día los mercados realmente competitivos son residuales. La aplastante mayoría son muy específicos y unos pocos productores o compradores pueden condicionar los precios en gran medida. Esto hace que la clave para evitar escaladas de precios no sean ni los salarios, ni los tipos de interés, ni el dinero en circulación, sino la regulación y el control de los oligopolios que dominan los mercados.