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Veinte años después de su nacimiento, el euro todavía sueña con rivalizar con el dólar

Como viene ocurriendo desde 2019, el 1 de enero el euro volvió a cumplir 20 años. El ‘truco’ está en que su creación fue un largo proceso que se materializó en 2002, cuando la gente pudo usar monedas y billetes de la nueva divisa en doce estados europeos.

Billetes y monedas de euro.
Billetes y monedas de euro. (Ina FASSBENDER | AFP)

Adiós a los marcos, los francos, las liras, las pesetas... El 1 de enero de 2002, tres años después de su nacimiento oficial, los habitantes de doce Estados de la UE pudieron por fin tener euros entre sus manos y en sus bolsillos.

Y muchos también aprendieron a manejar alguno de los artilugios que se popularizaron como ‘conversores’ para facilitar el cálculo del cambio de divisa, mientras que en los comercios se optó por indicar los precios en la moneda ‘única’ y en la propia, lo que se mantuvo durante muchos años.

Entre euforia y reticencia

La agencia AFP regresa a través de sus archivos a los primeros días de ese salto histórico, marcado por una mezcla de euforia y reticencia.

«Café, cruasán, baguette y flores: los franceses estrenan el euro en los pequeños comercios con mucha curiosidad», explicaba un teletipo matinal de aquel 1 de enero.

«Algunos juerguistas hicieron de la retirada de euros una de las atracciones de su cotillón» de Año Nuevo para palpar lo antes posible la nueva moneda. Unas 450.000 retiradas de efectivo tuvieron lugar durante la noche en los cajeros.

Ante una de esas máquinas, una mujer observaba su billete: «Hacía un año que esperaba esto; por fin podemos tocarlos». «De todas formas, no hay otra opción», decía otro hombre estoicamente.

Los pequeños comerciantes que abrieron en ese día festivo formaron la primera línea del frente para los primeros gastos en euros ‘físicos’. Y trataron de respetar la obligación de devolver el cambio en euros en la medida de lo posible, aunque les pagasen todavía en francos franceses, aceptados durante varias semanas más.

En la Estación del Este de París, una taquillera se armaba de paciencia ante los clientes cargados con antiguas moneditas. «Trato de reunir diez francos (1,5 euros) en chatarra para librarme de ellos porque mi panadera ya no los quiere», explicaba uno de ellos.

El 1 de enero de 2002, tres jovenes de vuelta a casa tras un cotillón en Gasteiz muestran un billete de 10 euros que acaban de retirar de un cajero. (Raul BOGAJO/FOKU)

Los días siguientes se cambió de escala: la actividad se reactivó y los grandes comercios entraron en el baile.

«Todas las monedas se parecen –se quejaba en Dublín una dependienta de una cadena de ropa irlandesa–. Y deberían abandonar la más pequeñas, la moneda de un céntimo, que es ridícula».

Mientras, la cosa parecía funcionar bien en Atenas, donde AFP relataba un cambio al euro «con buen humor». Pero no para todos: en el mercado central, ubicado en un barrio popular a los pies de la Acrópolis, el dracma continuaba siendo el 3 de enero el rey del negocio. «Su moneda de bárbaros, se la pueden quedar», soltaba un carnicero.

En Italia, donde el Gobierno de Silvio Berlusconi se dividió ante la moneda única, las filas se eternizaban en bancos, correos y ventanillas de estaciones. La Policía acudía al rescate cuando la situación se envenenaba.

La prueba del Big Mac

En Nápoles habilitaron un teléfono gratuito ‘SOS euro’ para señalar errores y abusos en las conversiones de las que se quejaban los consumidores italianos.

En muchos otros lugares tampoco pasaron desapercibidos algunos ajustes de precios aprovechando el cambio.

Así, en el Vaticano, la «bendición papal» en un pergamino pasó de 5.000 liras a 3 euros, casi medio euro más de su valor anterior. También se encareció la entrada a los museos del Vaticano y a la cúpula de la basílica de San Pedro.

En el Estado español, los famosos comercios de «todo a cien pesetas» (0,60 euros) pasaron rápidamente al «todo a un euro» (166 pesetas).

En la mayoría de los doce Estados, las historias de ‘redondeos’ exagerados se multiplicaban. Pero no era eso lo que afirmaba la Comisión Europea: «No se ha constatado ningún exceso generalizado en los precios».

El entonces presidente del Banco Central Europeo (BCE), el holandés Wim Duisenberg, recurría a su propia experiencia para tratar de convencer a los ciudadanos. «Cuando esta semana he comprado un Big Mac, acompañado de un batido de fresa, me ha costado 4,45 euros, es decir, exactamente el precio que pagué por la misma comida en marcos alemanes» antes del cambio.

Pero también había abusos en el otro sentido. En la pequeña ciudad francesa de Auch, un camarero se dio cuenta demasiado tarde de que un cliente había pagado su consumición con un billete falso de 5 euros del Monopoly.

El primer día del euro como moneda oficial en los autobuses de Bizkaibus. (Luis JAUREGIALTZO/FOKU)

La escasez de los primeros días

Al terminar esa primera semana del año 2002, el principal problema era la escasez de monedas y los pequeños cortes de aprovisionamiento en varios Estados.

En Países Bajos, alumno modelo del cambio al euro, supermercados y gasolineras cortos de efectivo decidieron devolver el cambio en florines durante unos días.

En el Estado español se hicieron llamamientos a no acaparar las nuevas monedas y billetes para evitar este tipo de penurias.

En el Estado francés, el Gobierno se mostró sorprendido por «la precipitación de los franceses para deshacerse en unos días de todos sus francos». Para no perturbar el sistema, las autoridades bancarias pidieron que no fueran a comprar «su baguette con un billete de 500 francos», equivalente a más de 75 euros.

Pese a estas dificultades, los primeros pasos de las monedas y billetes de euro entre más de 300 millones de europeas y europeos fueron celebradas ampliamente como un éxito. «Ni siquiera el legendario apego de los alemanes a su marco» ha resistido a la fiebre, indicaba AFP el 5 de enero.

«Estoy convencido que el 1 de enero de 2002 permanecerá en los libros de historia de todos nuestros países como el inicio de una nueva era en Europa», se entusiasmaba Wim Duisenberg, apodado «el padre del euro».

La soñada rivalidad con el dólar 

Saltando veinte años hacia delante, AFP plantea un análisis de la situación actual en términos de política monetaria, señalando que «el euro todavía sueña con rivalizar con el dólar».

Recuerda que, en 2002, el entonces presidente francés, Jacques Chirac, aseguró que Europa estaba «reivindicando su identidad y su poder». Para los promotores más entusiastas de la divisa única, el euro no era solo un paso esperanzador para la unidad europea, sino que también establecía una nueva rivalidad con Estados Unidos y el todopoderoso dólar.

Pero el dólar sigue reinando avasalladoramente como divisa refugio a nivel internacional. Por ello, cuando la propagación del coronavirus paró la economía global, el valor del dólar se disparó ya que los inversores acudieron a la seguridad de la que, de facto, es ‘la moneda mundial’.

A día de hoy, más de 2,1 billones de dólares están en circulación y alrededor de un 60% de las reservas de divisas extranjeras de los bancos centrales están en dólares. El porcentaje del euro se sitúa alrededor del 20%, según el BCE.

Pero aunque no suponga una amenaza directa a la hegemonía del billete verde, la moneda única europea es un respetable aspirante.

Billetes de euros y dólares estadounidenses. (Denis CHARLET/AFP)

El modelo alemán

El euro es hijo de un doloroso compromiso entre los dos motores de la Unión Europea: Alemania abandonó su querido marco a cambio de que París apoyara la reunificación alemana tras la caída del muro de Berlín.

Al comienzo, las normas del BCE sobre el euro tomaron una línea claramente alemana en la que la única prioridad eran la estabilidad y evitar la inflación. Y tampoco es casualidad que su sede está ubicada en Frankfurt.

Hacer del euro una divisa líder en el plano internacional «puede haber sido la visión francesa, pero ciertamente no era la del público alemán», comenta Guntram Wolff, director de Bruegel, un centro de reflexión económico en Bruselas.

«Cuando el BCE empezó a operar, lo hizo siguiendo el modelo del Bundesbank, lo que significa básicamente ser neutral en esa cuestión», añade.

En cualquier caso, el sueño se hizo añicos con la crisis de la deuda de la eurozona. En 2010, en su décimo aniversario, el euro luchaba por su supervivencia.

La respuesta a Trump

La idea de promover el euro como herramienta de poder se avivó con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Cuando este abandonó el acuerdo nuclear con Irán, las compañías que habían invertido en ese país se vieron amenazadas por represalias estadounidenses.

Bruselas preparó una estrategia legal para mantener a las firmas europeas lejos de posibles sanciones de Washington, pero el plan fracasó porque las empresas temblaron ante la idea de desafiar al Tío Sam y al amplio alcance del dólar.

Molestos, los líderes europeos pidieron a la Comisión Europea que buscara otras formas de compensar el uso del dólar como arma político-económica. El Ejecutivo comunitario presentó algunas ideas en enero pasado, pero no una propuesta legislativa.

Un responsable europeo conocedor del debate explica a AFP que, con la salida de Trump de la Casa Blanca, la cuestión perdió importancia. Y, en cualquier caso, «cuando hablas del rol internacional del euro, hablas de todo y de nada al mismo tiempo». «Todo el mundo está de acuerdo con el principio de que el euro tenga un mayor rol en el mundo, pero donde surgen desacuerdos es en cómo llegar a eso», puntualiza.

Los bonos del fondo pospandemia

La mayoría de analistas concuerda en que el ingrediente mágico que falta es un activo seguro, un equivalente europeo a los bonos del Tesoro estadounidense que desde la Segunda Guerra Mundial han sido el refugio global de los inversores ante las tempestades que sufren los mercados.

La gran demanda de bonos europeos para ayudar a financiar el enorme fondo del bloque para la recuperación pospandemia ha dado más fuerza a este argumento.

Pero esta cuestión está fuera de la mesa de debates para socios como Alemania o Países Bajos, que temen terminar pagando préstamos que benefician a Estados endeudados como el francés, el español o el griego.

Para Wolff, del instituto Bruegel, no se puede discutir que un eurobono «ayudaría» a alcanzar el escenario deseado, pero señala que lo mejor para el euro sería una economía más productiva. «Si tienes una economía dinámica, la inversión internacional vendrá a Europa y fortalecerá el euro como divisa», sostiene.