Dinamarca, conejilla de indias en un laboratorio mucho mejor preparado
Con la transmisión del virus desbocada, Dinamarca ha sorprendido eliminando todas las restricciones. El argumentario que acompaña a esta decisión llena de incertidumbres señala que los contagios actuales se deben a ómicron, menos severa, y subraya la necesidad de aligerar medidas cuando se pueda.
Dinamarca decidió el pasado 1 de febrero levantar todas las restricciones. «Estamos listos para salir de la sombra del coronavirus, decimos adiós a las restricciones y le damos la bienvenida a la vida que teníamos antes. La pandemia sigue, pero hemos pasado la etapa crítica», explicó la primera ministra, Mette Frederiksen. El SARS-CoV-2 ya no es una «enfermedad crítica para la sociedad», añadió su ministro de salud, Magnus Heinicke.
Ese mismo día se detectaron en el país escandinavo 43.309 casos. Son muchísimos. De hecho, son 7.803 casos por millón de habitantes, un peldaño por encima de los 6.128 detectados por millón de habitantes en el Estado francés el mismo día, y muy lejos de los 1.665 registrados en el Estado español –diferencia que también se debe a la cantidad de test realizados, como se verá–.
No es la primera vez que un gobierno decreta el fin de la pandemia. La propia Dinamarca, igual que Nafarroa, sin ir más lejos, ya lo hicieron en vano, con unas proclamas que el coronavirus se encargó de arrojar a la papelera de la historia. Lo que ha sorprendido ahora es que sea Copenhage, con estos datos, la primera en levantar todas las restricciones vigentes, una decisión que ha generado expectativas y recelos a partes iguales.
Que vuelva a ser una decisión precipitada es una opción muy real, desde luego, pero hasta saberlo, quizá convenga atender a las razones que han llevado a Copenhage a dar el paso, sobre todo teniendo en cuenta que es uno de los países que con mayor éxito se ha desempeñado durante la pandemia. Algo que sirve también de aviso a navegantes: no vale copiar de Dinamarca solo lo que interesa o encaja a la visión propia.
Datos y confianza
La afirmación sobre el “éxito” danés se basa en dos datos. Uno es el relativo a los fallecimientos causados por el covid-19 a lo largo de estos dos años de pandemia. Dinamarca acumula 643 fallecidos por millón de habitantes. Es menos de la mitad de los registrados en Alemania (1.403), y tres veces menos que los correspondientes a los Estados francés (1.943) y español (1.994).
Junto a este dato, otro elemento más subjetivo pero de una importancia considerable: Dinamarca aparece en todos los rankings como uno de los países donde la población más confía en sus autoridades sanitarias. De hecho, a menudo aparece encabezando la lista. También es el país europeo donde la gente más confía en el prójimo, según Eurostat.
Dinamarca es uno de los países que menos fallecidos registra por SARS-CoV-2 durante toda la pandemia. Según el politólogo Bang Petersen, asesor del Gobierno, la apuesta de las autoridades ha sido «confiar verdades duras a la población».
Estos dos indicadores difícilmente pueden ser casuales. Sobre el impacto de la pandemia, conviene recordar que Dinamarca es uno de los países donde más test se hacen, también durante esta última ola causada por la variante ómicron. Del mismo modo, es uno de los territorios, junto a Gran Bretaña, donde más muestras se secuencian. Que las nuevas variantes se detecten antes en Copenhage o Londres no es capricho de la naturaleza, se debe a que son los que con más ahínco estudian las características del virus que circula en cada momento.
Estos elementos hacen que la imagen de la evolución pandémica que ofrecen los datos oficiales en Dinamarca sea mucho más fiel a la realidad que la que tenemos, por ejemplo, en Euskal Herria, donde en esta ola se ha decidido limitar los tests y, en casos como la CAV, incluso dejar de notificar positivos. Es decir, los datos mencionados al principio del artículo son engañosos, no está para nada claro que en Dinamarca haya más casos que en otros países; es probable que detecte muchos más casos porque hace muchos más test.
Sobre la confianza en las autoridades, el politólogo Michael Bang Petersen, profesor de la Universidad de Arhus y asesor del Gobierno danés durante la pandemia, explica que el país optó, acertadamente según él, por «confiar en la gente y trasladarle verdades duras», en contraposición a la actitud de muchos otros gobernantes que han caído en lo que considera como uno de los miedos más perniciosos desatados durante la pandemia: «El miedo de los gobiernos a su gente».
«La idea de que la gente es incapaz de lidiar de forma efectiva con una verdad desagradable dificulta la gestión de la pandemia, y lleva a las autoridades a comunicarse de manera contraproducente», añade este politólogo, para quien la retórica del Gobierno danés se ha guiado por «una impresionante claridad y un reconocimiento de la incertidumbre».
Una decisión arriesgada
Conocido el contexto, es hora de poner la lupa sobre los fundamentos que sustentan la decisión de eliminar todas las restricciones pese a la altísima circulación del virus. el propio Bang Petersen, en un hilo de twitter, trató de defenderse de los que consideran precipitada la decisión danesa, desplegando un argumentario que recoge razones tanto sanitarias como sociopolíticas, algunas más discutibles que otras. Veamos.
La situación pandémica es compleja. Los casos y las hospitalizaciones crecen rápidamente; las muertes también, aunque de forma más suave –es la resaca de la variante Delta, según Copenhage–; pero los ingresos en UCI están cayendo fuertemente.
Sobre el momento pandémico, lo cierto es que el gráfico de la situación actual en Dinamarca es tremendamente complejo. Los casos y los ingresos hospitalarios están creciendo de forma considerable, los fallecidos también –aunque a un ritmo menor–, pero la cifra de pacientes en UCIs está bajando rápidamente. De forma paralela, la ratio de vacunación en Dinamarca es alta: el 81% de la población tiene la pauta completa, y el 61% tiene una dosis de refuerzo.
La lectura que las autoridades danesas hacen de este puzzle es la siguiente: asumen que todas las infecciones son por omicron, a la que se le adjudica una menor severidad, algo que, unido a la amplia cobertura de dosis de refuerzo, desemboca en lo que Bang Petersen define como «desacoplamiento entre la infección y la severidad». Esto se manifiesta sobre todo en el hecho de que la ocupación de las UCI baja mientras los casos suben, algo que el Statens Serum Institut, el organismo público danés de respuesta a enfermedades infecciosas, achaca a la prevalencia de ómicron. Así, la curva ascendente de los fallecidos sería una disrupción causada por el tiempo, ya que el aumento actual se debería a la resaca de la variante delta, más virulenta. A todo esto, los defensores de la decisión añaden que los modelos matemáticos con los que trabajan las autoridades danesas predicen que la curva de los casos empezará a bajar en breves.
Por su parte, Bang Petersen añade una serie de argumentos sociopolíticos basados en los sondeos diarios que realizan sobre el sentir de la población. Explica que la ciudadanía apoya el fin de las restricciones, y que «solo» un 28% se muestra preocupada por la decisión. A ello añade que la cantidad de gente que considera al coronavirus como una amenaza para la sociedad está en el mínimo registrado durante la pandemia.
La mayor preocupación de los daneses, según estas mediciones, es la capacidad de los hospitales de atender a los enfermos, algo que ahora parece asegurado. De hecho, en la escala de preocupaciones, la economía o el riesgo de nuevos confinamientos están por delante de la preocupación por la salud de uno mismo y de su familia.
Estos indicadores llevan a Bang Petersen a señalar la conveniencia de aligerar las restricciones cuando la situación lo permite, al considerar que mantener normas excepcionales también tiene costes «en términos de economía, bienestar y derechos democráticos». Unos costes que, añade, generan «fatiga pandémica», la cual alimenta la desconfianza.
El argumentario que sostiene la decisión danesa es difícilmente discutible en su vertiente sociopolítica. Es decir, los argumentos sociales a favor de eliminar restricciones son consistentes, y es normal que las autoridades tengan prisa por aliviar la vida de sus ciudadanos. Más si cabe en sistemas donde luego hay que rendir cuentas ante la ciudadanía –es decir, no es lo mismo adoptar una política de «covid cero» en China que en Dinamarca, para entendernos–.
Pero lo cierto es que el deseo social poco tiene que ver con el comportamiento de un virus. En una pandemia, parece lógico que el razonamiento epidemiológico pese más. Aquí los argumentos daneses vienen acompañados de una importante dosis de incertidumbre. Está por ver, por ejemplo, que la curva de contagios empiece a bajar, igual que no está clara cuál es la incidencia y los efectos del covid persistente en los menores. Por no mentar la bicha de posibles nuevas cepas que den al traste con las estrategias actuales.
La decisión danesa ha levantado apoyos y críticas a partes iguales, pero lo cierto es que es imposible saber, ahora mismo, si ha sido una decisión acertada o precipitada. El tiempo lo dirá. Dinamarca es un banco de pruebas bien equipado que nos puede decir si hay camino tras esa puerta que acaba de abrir. Mientras se espera, hay muchas otras medidas danesas susceptibles de ser copiadas.