Berlín, dos años después del fin del mundo
Este jueves arranca una nueva edición del Festival de Cine de Berlín, con varias películas que ya parten como favoritas en la carrera por el Oso de Oro.
Esto es algo que ya llevo tiempo diciendo: mi sentimiento arraigado de culpabilidad judeo-cristiana, mira hacia aquella ya legendaria 70ª edición de la Berlinale para entender las desgracias que vinieron justo a continuación. Aquello fue, recordemos, hará exactamente dos años: exacto, era febrero de 2020 y estábamos a pocos días de que nos confinaran. Durante aquel festival, ya empezaron a saltar las alarmas (aquel primer brote masivo en Italia, el posterior cierre de conexiones ferroviarias entre Austria y el país transalpino…), pero en la capital germana estábamos demasiado ocupados celebrando una fiesta cinéfila histórica.
Aquello era el primer ejercicio de la era Carlo Chatrian (por aquel entonces, flamante Director Artístico de la cita, en sustitución del insostenible Dieter Kosslick), un hombre de festivales que confirmó su condición de MVP (en jerga deportiva: ‘jugador más valioso’) con un programa que aún hoy se recuerda. Hong Sang-soo, Kelly Reichardt, Cristi Puiu, Tsai Ming-Liang, Josephine Decker… aquello fue una avalancha de grandes nombres y, aún más importante, de grandes películas. Nos lo pasamos tan bien; gozamos tanto… que a la fuerza el destino tenía que castigarnos a posteriori. Y aquí estamos, recuperándonos de los golpes, intentando ver el final de una pandemia que parece que sí, que por fin se acaba, pero que en realidad no.
Y así estamos: con la difícil tarea de hablar de cine en un certamen todavía marcado por el maldito bicho. Ahora mismo las bandejas de entrada de los mails de los acreditados en esta Berlinale echan humo. Están inundadas de correos en los que se nos explica, con todo lujo de detalle, los pasos a seguir para garantizar una experiencia festivalera segura. Del covid seguimos hablando: mientras el resto del mundo da síntomas de dejar este mal trago atrás, Alemania redobla esfuerzos para blindarse. Hasta el último momento, de hecho, estuvo sobre la mesa repetir la fórmula del curso anterior: una edición íntegramente en formato online para febrero y presencial ya para el verano. Pero no, la organización comandada por Mariette Rissenbeek y Carlo Chatrian no podía permitirse dos años seguidos sin alfombra roja.
Así que ahí vamos. La Berlinale vuelve a instalarse en las salas de cine, esto sí, con una lista de restricciones dignas de los peores momentos de la pandemia. Aforo al 50% y obligación de llevar mascarilla y estar vacunado con, por lo menos, la doble pauta. Pero hay más: a todo esto hay que añadirle la necesidad de mostrar, cada 24 horas, una prueba PCR de resultado negativo. De no satisfacerse alguno de estos requisitos, no podrá entrarse en ninguno de los recintos de un certamen que además (siempre hay más), para la ocasión ha decidido comprimir las fechas. Porque si no, los números no debían cuadrar. Así, lo que normalmente nos hubiera tomado entre diez u once días (lo que suelen durar estas celebraciones) ahora se va a concentrar en menos de una semana.
El problema es que la cantidad de películas a analizar va a ser más o menos la misma que en otras ocasiones. O sea, que no va a quedar otra que vivir la experiencia con –aún– más intensidad que la habitual. Por supuesto, el riesgo de morir por combustión espontánea va a estar flotando permanentemente en el aire. Por suerte, Chatrian y el resto de equipo de programación se las han ingeniado para invocar una ristra de nombres realmente impresionable. Por tercer año consecutivo. Casi nada. Esto, ni falta hace decirlo, es clave, porque en este tipo de maratones, si las películas con las que se marca el camino ponen de su parte, entonces todo va a ser más fácil.
En este sentido, hay razones de sobra para volcar esperanzas en una Competición por el Oso de Oro donde, a priori, destaca la doble participación catalana. Carla Simón presentará ‘Alcarràs’, su esperadísimo segundo largometraje, después del boom de ‘Estiu 1993’ (presentado, precisamente, en este mismo festival). Por su parte, Isaki Lacuesta, después de haberse adjudicado su segunda Concha de Oro en Zinemaldia con ‘Entre dos aguas’, estrenará ‘Un año, una noche’, drama intimista con el ataque terrorista en la sala Bataclan de París como telón de fondo. Y de nuevo, habrá más: esta 72ª edición de la Berlinale será la plataforma de salida de los nuevos trabajos de Claire Simon (‘Avec amour et acharnement’, con Juliette Binoche y Vincent Lindon), de Rithy Pahn (‘Everything Will Be Ok’, vuelta a la animación del prestigioso documentalista camboyano), Paolo Taviani (‘Leonora Addio’), Ursula Meier (‘La ligne’), François Ozon (‘Peter Von Kant’, a partir de ‘Las amargas lágrimas de Petra von Kant’, de Rainer Werner Fassbinder), Ulrich Seidl (‘Rimini’) y, por supuesto, el siempre fiel Hong Sang-soo (‘The Novelist’s Film’, de nuevo con Kim Min-hee).
Pero es que más allá de la Competición, va a haber más grandes títulos. En la sección Encounters (una de las grandes apuestas de la troupe Chatrian) vamos a poder ver ‘Coma’, de Bertrand Bonello, ‘Flux Gourmet’, de Peter Strickland o ‘A Little Love Package’, de Gastón Solnicki. Mientras, en Berlinale Special nos esperará lo nuevo de Quentin Dupieux (‘Incredible But True’), Dario Argento (‘Dark Glasses’) o Andrew Dominik (‘This Much I Know to Be True’, nueva colaboración con Nick Cave)… y de propina, también estarán ni más ni menos que Lucrecia Martel y Hlynur Pálmasson, con un cortometraje cada uno (‘Terminal norte’ y ‘Nest’, respectivamente).
Por último, aunque no por ello menos importante, la representación vasca va a estar capitalizada por Alauda Ruiz de Azúa. La cineasta vizcaína presentará en la sección Panorama ‘Cinco lobitos’, su largometraje de debut en la escritura y la dirección. Acompañada delante de la cámara por Laia Costa, Susi Sánchez, Ramón Barea y Mikel Bustamante, nos pondrá en la piel de una joven madre primeriza sobrepasada por las nuevas obligaciones familiares adquiridas, pero también por los ritmos de un presente que, sin necesidad de echar mano al azote de la pandemia, la exprimirá hasta el ahogo. O sea, una especie de diario personal ideal para plasmar el espíritu de lo que puede ser esta 72ª Berlinale.