La crueldad como hilo conductor y arma de doble filo
Con ‘Rimini’ y ‘Manto de gemas’, la Competición de la 72ª Berlinale pone la velocidad de crucero. Con ello, Ulrich Seidl y Natalia López dejan claro que nadie está a salvo y, por si acaso, Peter Strickland y su «Flux Gourmet» se aseguran de que no haya quedado nada vivo.
Sobre el papel, el desarrollo de esta 72ª Berlinale estaba clarísimo. Solo hacía falta echar números y darse cuenta de que tantas películas en tan pocos días, iban a llevar a una compresión anti-natural del tiempo. No quedaba otra, y repito, lo sabíamos antes de venir. Pero claro, una cosa es temerse lo peor y otra es encontrárselo; sufrirlo, vaya. Se cumple el segundo día en el Festival de de Cine de Berlín, pero parece que han pasado por lo menos dos semanas.
Hoy el cine, esa cosa, nos ha dado un rapapolvo. Por cantidad y por las malas ideas que traían sus golpes. Y casi siempre ha dado mucho gusto, a decir verdad. La jornada ha empezado fuerte, precisamente con uno de los platos más fuertes previstos para esta edición. El austríaco Ulrich Seidl, maestro de esa provocación instalada en los incómodos confines de la realidad y las fantasías más perversas, ha vuelto a la carga con ‘Rimini’, ficción marca de la casa que, como tal, se sustenta en el plano frontal dedicado a esas imágenes que el séptimo arte, ese gran show, normalmente no nos ofrece.
Básicamente porque nosotros, como espectadores, tendemos a huir de ellas. Esta historia sigue los pasos tambaleantes de Richie Bravo (brillantemente interpretado por Michael Thomas), una antigua estrella de la canción melódica que hace tiempo que se apagó, pero que de alguna manera, sigue respirando, y cantando, y bebiendo, y follando. Lo crepuscular convertido en decrépito: Seidl en su salsa; en esa localidad italiana que pone título a la función, y que para no desentonar, es retratada durante la agónica temporada baja turística. Podría pasar como una versión muy europea de ‘El luchador’ de Darren Aronofsky, si no fuera porque la redención –trágica– de aquel es sustituida aquí por una crueldad terrible que, para rematar la jugada (nunca mejor dicho) actúa con el mismo criterio que el karma, es decir, como una especie de fuerza que debe llevar el equilibrio al universo. Brutal; demoledor.
Y sin tiempo para reponerse, y tampoco sin saber cómo, ha habido tiempo para dos golpes más. El primero, aún en la Competición, corrió a cargo de la mexicana ‘Manto de gemas’, de la debutante Natalia López, un árido, impresionista y algo indignante viaje al infierno de los secuestros relacionados con los cárteles del narcotráfico. Si Seidl come carne cruda, López intenta hacer poesía con ella. Como sucede con el cine de Carlos Reygadas (pareja de la directora, por cierto), pero sin aquel poderío en la puesta en escena de títulos como ‘Post Tenebras Lux’ o ‘Luz silenciosa’. Aquí la crueldad es la –condenable– herramienta con la que los artistas (tan lúcidos, tan privilegiados) se divierten con la sordidez ajena, la de los que están por debajo, se entiende.
Por último, en la sección Encounters, nos hemos encontrado con Peter Strickland. El virtuoso de las imágenes y los sonidos nos tenía preparada ‘Flux Gourmet’, un plato combinado (por así llamarlo) en el que performances, alta cocina y los consecuentes reflujos reflejos, tienen que ser digeridos en la misma sesión. La tarea, por supuesto, es imposible, y Strickland, que de esto sabe mucho, lo celebra con un festín de vómitos y flatulencias. La lógica aplastante de quien cree que lo exquisito y lo repulsivo forman parte del mismo menú degustación. Bendita indigestión.