Te señalo a ti, malnacido
Tocaste una parte de mi cuerpo que ni yo misma había descubierto aún. Y yo solo supe responder con un bloqueo total. Desconcertada y asustada, bajé del autobús.
Estoy nerviosa y se me ha revuelto el estómago. Me tiemblan los dedos sobre el teclado y el corazón se me ha acelerado. Voy a recordar aquellos episodios pasados que tantas veces he revivido en mi intimidad y he lamentado en la soledad. Pero esta vez no, y a partir de ahora será distinto, dejarán de pertenecerme.
Voy a hablar, y te señalo a ti. A ti viejo malnacido que probablemente falleciste hace años ya. A ti viejo, que siendo solo una niña el azar me llevó a sentarme junto a ti en un autobús urbano de la ciudad. A ti, que mientras me dabas una banal conversación alargaste la mano hasta mis ropas, hasta mis pantalones y me tocaste. Me tocaste lascivamente una parte de mi cuerpo que ni yo misma había descubierto aún.
Disfrutaste, cabrón. Y yo solo supe responder con un bloqueo total. Desconcertada y asustada, perdida, bajé del autobús. Algo en mi cara me delató. «¿Qué te pasa, maitia?». No respondí. Te lo cuento hoy, ama, 30 años después. No supe hacerlo antes. No pude.
Te señalo a ti también. Joven y divertido. A ti, que entre risas y bailes te lanzaste. Mi boca, que nunca antes había besado y lo tenía todo por descubrir, pensaste que te pertenecía y tenía ganas de ti. Mis labios sabían a otra persona, a alcohol, a decepción. Arruinaste mi momento. Arruinaste la fiesta, la noche y los recuerdos que no fueron.
Te señalo a ti, desconocido, que me crucé por casualidad en tu camino mientras volvía a casa. A ti cobarde, que pensaste que abordándome por detrás sería mucho más sencillo. Me agarraste, me besaste el cuello, las orejas, me manoseaste el cuerpo. A ti malnacido, que lo hiciste solo porque a ti te apetecía.
Te señalo a ti, viejo y gordo, que momentos antes de entrevistarte en la oficina de tu sede me hablaste en las escaleras del placer de subir conmigo en el ascensor, ese día averiado. Y quizá aquello me salvó. A ti, que insinuaste entre risas lo largas que eran tus manos y tus ganas.
Os señalo a todos, malnacidos, para dejar de señalarme a mí misma. Ya no, se acabó.