Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión

‘El nombre de la rosa’: En el laberinto de su enigma

Dos años después de su publicación en Italia, en 1982 llegó a las librerías de Euskal Herria ‘El nombre de la rosa’, una novela crucial del siglo XX que supuso la primera incursión en los territorios de la ficción del semiólogo, filósofo y escritor italiano Umberto Eco.

Umberto Eco se inspiró en Sacra di San Michele a la hora de imaginar la arquitectura de su abadía ficticia.
Umberto Eco se inspiró en Sacra di San Michele a la hora de imaginar la arquitectura de su abadía ficticia. (ELIO PALLARD)

Dos monjes franciscanos ascienden por una ruta escarpada y zigzagueante que culmina a las puertas de una gran abadía benedictina ubicada en las alturas de los Apeninos septentrionales.

En esta cumbre –a escasos metros de Dios y, por lo tanto, cerca de todo de lo que el hombre codicia de él–, una serie de acontecimientos han castigado la apacible rutina de una comunidad religiosa que vela el secreto que oculta su envidiada biblioteca.

De entre la bruma de esta mañana invernal de 1327, se asoman fray Guillermo de Baskerville y su joven pupilo Adso de Melk, el resto forma parte de un legado literario firmado por Umberto Eco bajo el enigmático título de ‘El nombre de la rosa’.

Esta novela supone un fascinante juego para quien sabe desenvolverse en la trastienda de la cultura medieval. Disfrazada en un segundo plano de crónica policiaca, a lo largo de sus páginas nos adentramos en un mundo cambiante y salpicado de multitud de citas y personajes históricos que son descritos mediante diferentes niveles de lectura que tienen su raíz teórica en Gruppo 63 –un movimiento neovanguardista al que perteneció el escritor– y en la totémica presencia del polémico pensador franciscano Guillermo de Ockham, personaje que, junto al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, dieron sentido y significado a Guillermo de Baskerville.

La llegada de los dos monjes minoritas no fue casual. La abadía acoge en su seno una disputa entre los enviados del papa Juan XXII desde Avignon y la orden franciscana, que promulga la herética pobreza apostólica.

El afán de influencia del papa en Avignon, las guerras entre estados, la trágica situación de la plebe o la cruzada contra los partidarios de Fray Dulcino se entrecruzan entre los pasillos de la que ha sido considerada como una de las grandes obras cumbre de la literatura del siglo XX.

Herejías y pobreza

Escenificada en la primera mitad del siglo XIV, concretamente en la Italia de 1327, su argumento nos propone un viaje a través del tiempo y la ficción. Un tiempo en el que política y religión viven en un sobresalto constante.

La todopoderosa Iglesia católica empleó sus fuerzas en alcanzar una hegemonía dividida en dos papas que durante varios siglos se esmeraron en borrar cualquier atisbo de herejía. Un siglo antes de los acontecimientos descritos en la abadía, arremetieron contra los cátaros y no pararon hasta que los masacraron finalmente en 1244, en el asedio a la ciudadela de Montsegur.

A los cátaros les siguieron quienes prolongaron la palabra del abad Joaquín de Fiore; los ‘joaquinitas’ que defendían una concepción histórica de Dios y la Humanidad, en la cual la historia concluye con una renovación espiritual de la Iglesia, convirtiendo el mundo en un monasterio único que estaría habitado por monjes espirituales ideales y, finalmente, pasarían a cuchillo a los ‘fraticelli’ liderados por fray Dulcino y que adquieren especial relevancia en la novela.

Umberto Eco fue todo un experto en el mundo medieval y en sus movimientos herejes. En su obra anterior a ‘El nombre de la rosa’, titulada ‘Lector in fabula’, reveló su interés por la polémica que se planteó en el siglo XIV entre el Papa y los llamados franciscanos espirituales, un movimiento en los límites de la herejía que había nacido en el seno de la orden franciscana para defender la observancia rigurosa de la Regla y el Testamento de san Francisco de Asís.

A pie de página, el escritor recordó en dicha obra que «en aquel episodio destacó un polémico pensador franciscano, Guillermo de Ockham, quien estudió la controversia entre los espirituales y el Papado sobre la doctrina de la pobreza apostólica, principal para los franciscanos, pero considerada dudosa y posiblemente herética tanto por el Papado como por los dominicos».

La figura intelectual del nominalista Guillermo de Ockham, su filosofía racional y científica, expresada en lo que se ha dado en llamar la ‘Navaja de Ockham’, es considerada parte de las referencias que ayudaron a Eco a construir el personaje de Guillermo de Baskerville y determinaron el marco histórico y la trama secundaria de la novela.

La controversia giraba en torno a la posesión de bienes y la pobreza de los apóstoles de Jesucristo. O sea, sobre si la Iglesia católica debía ser o no ser pobre. La idea original de Eco fue escribir una novela policíaca.

Según reveló el propio Eco, «nunca empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen. De ahí la idea de imaginar a un benedictino en un monasterio que mientras lee la colección encuadernada del manifiesto muere fulminado».

De esta forma, el autor trasladó esta imagen de modo natural a la Edad Media, y se pasó un año recreando el universo en que se desarrollaría la trama: «Recuerdo –dijo el escritor– que pasé un año entero sin escribir una sola línea. Leía, hacía dibujos, diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé cientos de laberintos y plantas de abadías, basándome en otros dibujos, y en lugares que visitaba».

En este apartado, entró a escena otro personaje fundamental dentro del engranaje dramático de la novela, fray Jorge de Burgos. Eco reconoció que dicho personaje nació de su admiración por el autor argentino Jorge Luis Borges, quien quedó ciego de adulto y era fanático de las bibliotecas y de los laberintos, que también habitan en ‘El nombre de la Rosa’.

El enigma de un nombre

Entre todos los enigmas que confluyen en las páginas del libro, siempre adquiere especial importancia el misterio que rodea a su propio título.

Visto que muchos estudios lo asociaban con una referencia al verso de Shakespeare ‘A rose by any other name’ –‘Una rosa con cualquier nombre’–, el escritor italiano sentenció que dichas afirmaciones estaban equivocadas: «Mi cita –dijo Eco– significa que las cosas dejan de existir y quedan solamente las palabras. Shakespeare dice exactamente lo opuesto: las palabras no cuentan para nada, la rosa sería una rosa con cualquier nombre».

Sin importar sus sentidos cambiantes y su significado, el lector retorna a un juego de secretos y códigos encerrados en una obra escrita por un cansado y ya anciano Adso de Melk que sella en el epílogo un último y definitivo enigma que da sentido al título: «Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: ‘Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus’».