Un impasse de incierta duración en el frente de guerra, no en la propaganda
La guerra informativa y de propaganda, que prácticamente desde los albores de la historia acompaña a todo conflicto bélico, nos bombardea sin cesar desde los dos bandos en Ucrania en la era de la (des)información y el mal uso de las redes sociales.
Si hacemos caso a Kiev y a sus valedores occidentales, un mes después de iniciada la invasión, Rusia estaría a la defensiva, e incluso replegándose por la heroica resistencia e incluso la ofensiva de los ucranianos, que les habrían causado miles y miles de bajas y destruido una parte importante de su fuerza aérea y terrestre.
Si nos creemos la versión de Moscú, todo va según lo previsto, el Ejército ucraniano está seriamente debilitado y miles de soldados han desertado o han sido hechos prisioneros. La determinación del Gobierno ucraniano para resistir y sus «tácticas dilatorias» en la negociaciones responderían simplemente al diktat de Washington.
La verdad, si realmente existe, está ahí fuera y en el medio, y el mejor método para siquiera acercarse a ella es el sentido común.
Desde que el lunes Ucrania rechazara el ultimátum de Rusia para rendirse en la castigada Mariupol hay un impasse. Que vaya a durar más días u horas es otra cosa.
Hay informes militares occidentales que aseguran que estaríamos ante la calma antes de la tempestad y que el Ejército ruso se estaría reorganizando para reiniciar una ofensiva a gran escala.
Tampoco es descartable que, tras intentar un asalto de la ciudad portuaria a orillas del mar Azov desde tres flancos, el Kremlin confiara en una rendición que no ha llegado y dude de la estrategia a seguir.
Mariupol pertenece al oblast (provincia) de Donetsk que, junto con Lugansk, forman parte del pro-ruso enclave del Donbass.
Alepo y otras ciudades sirias que el Ejército ruso no tuvo empacho alguno en arrasar para forzar la rendición y evacuación de los rebeldes, e incluso la históricamente irredenta Grozni no son comparables, incluso en el imaginario de Putin. Si atacar militarmente un territorio «hermano» al que niega el derecho a ser un estado porque es parte de la «gran Rusia» ya genera contradicciones, qué no decir de arramblar a sangre y fuego una ciudad como Mariupol que, pese a que en 2014 se convirtió en refugio para ucranianos que huyeron de la anexionada Crimea o de la guerra del Donbass entre Ucrania y Rusia –en este último caso por delegación a los rebeldes pro-rusos–, es rusófona de pies a cabeza aun contando con una minoría griega y forma parte de la Novorrosia que reivindicaron los zares y que el inquilino del Kremlin usa como ariete.
Otra cosa es que Putin acepte el desafío sacrificial de los ucranianos que resisten en la ciudad, entre los que se incluyen batallones ultras, y decida hacerlo realidad.
Difícil hacer pronósticos, e imposible desde el absoluto e insumiso desconocimiento sobre la estrategia militar.
Lo que no parece, cuando la guerra encara el segundo mes, es que a Rusia le hayan salido las cosas como planeaba.
Aseguraba ayer el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, que Rusia nunca ha tenido la intención de ocupar Ucrania. Probablemente. Lo que no descarta que su objetivo inicial fuera forzar un desplome del Gobierno ucraniano ante la ofensiva inicial sobre Kiev.
Tampoco hay duda de que la resistencia ucraniana, engrasada con armamento y asesoría militar occidental, junto con el cierre de filas –de momento– de la siempre dividida y dubitativa UE ha influido en ello.
De todos modos, la reevaluación de los objetivos es inherente a todo escenario de guerra, sobre todo, como en el caso de Rusia, cuando se cuenta con una aplastante superioridad sobre el contrario y cuando los aliados de este están maniatados por el riesgo de una confrontación nuclear.
Al Kremlin siempre le quedará el Donbass y, apurando,. Novorrosia, para lo que tendría que hacerse con Jarkov y Odessa. Lo que augura una guerra larga. Y prolija en atentados contra el sentido común. Como cuando Peskov asegura que si entraron en Ucrania fue porque planeaba una gran ofensiva en el Donbass. Con miles y miles de soldados rusos apostados en la frontera. Ni Napoleón.