Alessandro Ruta

Galitzia, el verdadero corazón de Europa

La zona en torno a Leópolis donde se está combatiendo duramente en la guerra entre Rusia y Ucrania había sido una aldea tan pobre como mágica, repleta de intelectuales y desafortunadamente también teatro de los peores conflictos.

Galitzianos en un grabado del siglo XIX.
Galitzianos en un grabado del siglo XIX. (Wikimedia)

«El que pierda la guerra, que se quede con Galitzia», era una de las frases que circulaban en el frente oriental de la Primera Guerra Mundial, donde colisionaban los intereses de dos imperios: el austrohúngaro y el ruso de los zares. ¿Una recompensa para los perdedores, como premio de consolación? Pues sí, mejor dejar que poseer aquella zona, considerando el hecho de que el Reino de Galitzia era con diferencia el lugar mas pobre y desolado del Imperio de los Absburgo, que lo habían heredado en 1772.

También era el más grande de los 20 territorios que pertenecían a una de las familias más influyentes en la historia de Europa. Iba del actual noroeste de Ucraina hasta el sur de Polonia, con Leópolis y Cracovia como ciudades mas importantes.

Inmensa

Hoy día, si viajamos desde una punta hacia la otra del viejo Reino de Galitzia, necesitaremos unas nueve horas. Por ejemplo, por la ruta Zywiec-Snyatyn, cerca de la doble frontera con República Checa y Eslovaquia llegando al norte de Rumanía, a Bukovina, otra pertenencia de los Absburgo.

Una tierra de agricultores, pastores y dificultades económicas. En esa Galitzia conseguían vivir juntas etnias totalmente distintas: alemanes y polacos, rutenos y judíos, rumanos y gitanos, además de algunas poblaciones autóctonas como los nómadas hutsules, asentados donde Kolomyya, en el norte de la actual Ucrania.

Por esa razón ciudades como la misma Leópolis tenía y tiene varios nombres, según la persona que la nombre: Lemberg, Lwov, Lviv, Львів o לעמבערג en alfabeto cirìlico o yiddish.  

Una tierra muy desafortunada, fuera como fuera. Un lugar de partida de una emigración inmensa, con miles y miles de habitantes que decidieron gastar sus últimos ahorros en viajes transoceánicos, rumbo a America tanto del Norte como del Sur.

No ha tenido nunca algo similar a la «ostalgie» de la Alemania Oriental, pero Galitzia todavía es el verdadero corazón del corazón de Europa, una tierra de frontera entre dos mundos que conserva toda su fascinación.

El petróleo

Hay un libro, publicado en 2001, dedicado sobre todo al tema de la recuperación cultural de Galitzia, que ha sido un verdadero caso editorial. Se llama ‘Galicia’ y ha sido escrito por Martin Pollack, intelectual muy conocido en Austria.

Es un viaje, el de Pollack, que subraya no solo la connotación humanística de esta región a la que los soldados no querían ser trasladados por sentirse humillados, sino también sus contradicciones.

Una, sobre todo. En un mundo, entre el siglo XIX y XX, donde ya se buscaban fuentes energéticas alternativas o rentables, resultó increíble el descubrimiento de yacimientos de petróleo, en el medio de la nada de Galitzia. Mas precisamente en una aldea entre Boryslaw y Drohobyc, hoy día al oeste de Ucrania.

Aquella zona fue llamada «la Pennsylvania de Galitzia», tomando el ejemplo de Estados Unidos. Aunque esta nueva industria sobre todo tuvo que enviar sus barriles y otros productos a la capital del Imperio, Viena, que podía así iluminar sus calles gracias al petróleo galitziano.

Sobre decir que las relaciones entre Viena y Leópolis/Lviv eran bastante asimétricas. Los Absburgo se presentaban como garantía de estabilidad y tranquilidad interna, gobernaban desde el palacio Schonbrunn, bailaban los valses de Strauss (padre e hijo)... y se interesaban poco de sus súbditos, y en particular de los más periféricos, como los galitzianos.

Galitzia nunca estuvo desarrollada económicamente: analfabetismo, pobreza y lentitud fueron sus características innatas. Episodios como el petróleo de Boryslaw y Drohobyc eran casualidades, y a los «barones» locales les interesaba más llenar sus bolsillos que mejorar las condiciones de vida de los obreros o trabajadores.

Muchos se buscaban la vida como podían, como los judíos con los comercios. Para el resto quedaba muy poco: horas y horas en las tareas de los campos, en los talleres, y por la noche a emborracharse cerca de alguna Ringplatz, la Plaza Circular, nombre que se daba a cualquier centro ciudad.

«Tierra de hombres y de libros»

De Drohobyc era Bruno Schulz, uno de los mayores intelectuales jamás nacidos en Galitzia, «tierra de hombres y de libros» segùn la definición del poeta Paul Celan, galitziano de Černivci. Otra ciudad que también tiene sus 5-6 nombres en varios idiomas y a la que se llama «pequeña Viena» por sus arquitecturas. Hoy día es ucraniana pero se la regatearon, despues de la Primera Guerra Mundial, Rumania y la Unión Sovietica.

Schulz escribía sobre todo cuentos basados en la cotidianeidad. Era judío y murió a manos de un naiz, ametrallado por la espalda mientras volvía a su habitaciòn en el ghetto de Drohobyc. Acababa de comprar el pan, una situación muy «casera», privada.

Se trataba de un judío con su particular humor negro. No es casualidad que muchísimos de los judíos que escaparon desde Galitzia hacia el «paraíso» americano hayan acabado como actores o, en general, en el mundo de las artes audiovisuales. Algunos apellidos desde luego no pueden engañar: Landau, como Martin, gran actor y premio Oscar por su interpretaciòn en “Ed Wood”; Wilder, como Billy, uno de los mas grandes directores de cine de la historia (nacido en Sucha Beskidza, en la actual Polonia); el mismísimo Schulz o el citado Pollack; o el mas conocido de todos, Roth, como Philip Roth o Joseph Roth, ambos excelentes escritores, el primero estadounidense y el segundo normalmente definido como «austriaco» en las antologías pero sin duda galitziano.

Nacido en Brody, casi en la frontera con Rusia, hoy en Ucrania, el autor de obras maestras como “La marcha Radetzky”, “La cripta de los capuchinos”, “Job” o “La leyenda del santo bebedor” fue soldado del Imperio de los Absburgo durante la Primera Guerra Mundial y en general nostálgico del «mundo de ayer», como lo llamarìa otro intelectual judío pero en este caso vienés: Stefan Zweig.

Es el mundo de ayer, con el Imperio y sus regiones –incluidas las mas lejanas y entre ellas aquella Galitzia pobre, austera y olvidada pero imprescindible–, que se puede ver, o imaginar al menos en una gran pantalla, gracias a la exitosísima película “El violinista en el tejado” de 1972.

Allí se representa el día a día de la ciudad, imaginaria, de Anatevka, con sus momentos cómicos y dramáticos, con el protagonista Teyve, un pobre vendedor de leche, cantando “If I were a rich man”, “Si yo fuera un hombre rico”.



Final de partido

Galitzia acabó su existencia después de la Primera Guerra Mundial, cuando se partió en mil trozos no solo el Imperio austrohúngaro, sino aquel mismo reino, que como ya hemos visto era un mundo dentro el mundo: polacos por un lado, rutenos por otro, y así todas las etnias.
Ya desde los primeros meses del conflicto se notó que en aquel frente, el oriental, lo iban a perder los Absburgo. Contra los rusos padecieron derrotas catastróficas, aunque el Reich alemán les ayudó a limitar los daños.

En nuestro imaginario colectivo «occidental», el primer conflicto mundial fue sobre todo representado por las batallas en las trincheras al norte de Francia, las ofensivas absurdas, la Somme, Verdún y todas las localidades homenajeadas en la topomonia. Es verdad, pero en Galitzia y en la «todavìa no-Polonia» hubo una tragedia detrás de otra. El Ejército imperial, con sus diversas nacionalidades (la italiana, la croata, la bohemia, etcétera), no podía aguantar y acabó hundiendose, mientras los soldados, que tenían que enviar a sus respectivas casas cartas verdes encabezadas con la misma frase en una docena de idiomas (“Estoy bien”) no tenían muchas ganas de combatir.

El caso es que Galitzia desapareció y con sus restos acabarían tomando forma Polonia o la Unión Soviética, y luego Ucrania, en 1991. En algunos de sus cementerios, entre los campos de arándanos y donde pastan vacas y ovejas, aún yacen los cuerpos de los soldados de media Europa, que dieron sus vidas en este frente olvidado.

Hubo hasta italianos trasladados al frente oriental, porque el Imperio austrohúngaro abrazaba el Tirolo o Trieste como nos recuerda otro gran libro conmovedor, “Come cavalli che dormono in piedi” del periodista Paolo Rumiz. Miles de kilometros para ser reventados.   

Una región del mundo que ha tenido muy poca suerte, ciertamente, y que parece rodeada de negatividad. Por esta razón, probablemente, mantiene esa aura mágica, casí mítica. Leópolis era «Austria», aunque su nombre fuera escrito en cirílico o en yiddish, entonces era «Occidente» sin relación con la Rusia de Moscú ni de San Petersburgo. Una barrera, una frontera, de un mundo que no existe desde hace mucho tiempo pero sigue fascinando.