Y si no llegara el gas, ¿cómo calentaríamos nuestras casas?
Ucrania y el conflicto del Sahara evidencian la dependencia del gas en Euskal Herria y suman el factor geoestratégico al problema ya conocido del calentamiento global. Sustituir el uso del gas en los pisos de las urbes vascas no es fácil, pero existen alternativas.
Encontrar una alternativa al gas para calentar una vivienda es muy difícil y lo que se encuentre será peor. No desde el punto de vista ecológico o del geopolítico, pero sí del práctico. El gas es un recurso con una alta densidad energética y eso lo hace todo mucho más fácil. Una caldera más bien pequeña es capaz de calentar agua que le llega fría de forma instantánea. La alternativa, desde luego, no va a ser así.
Existen opciones en uso que son muy similares al gas, como las calderas de pellets o el gasoil. Pero todas ellas requieren de viviendas con características –el tamaño, principalmente– distintas a aquellas donde vive la mayoría de la población. La sociedad vasca, como prácticamente todas a estas alturas, es una sociedad urbana y el tamaño medio de una vivienda en Hego Euskal Herria está entre los 85 metros (Bizkaia) y 90,5 metros cuadrados (Araba). En pisos así no cabe una tolva de pellets.
De las tecnologías que existen en el mercado, solo una permite una transición inmediata hacia un sistema más limpio y no dependiente de las reservas de hidrocarburos: la aerotermia. Si un particular –o una comunidad de vecinos– quiere dejar de usar gas hoy mismo, lo que le ofrecerán es eso.
Un buen equipo de aerotermia de 4 cops generaría 4 kW de calor por cada uno de energía consumida.
La aerotermia no es otra cosa que las bombas de calor de toda la vida, que han evolucionado hasta, aparentemente, desafiar la Segunda Ley de la Termodinámica, que dice la energía ni se crea ni se destruye. Con un kilowatio de electricidad, generan varios kilowatios de calor. Les llaman «cops». Un buen equipo de aerotermia de 4 cops generaría 4 kW de calor por cada uno de energía consumida. Un cop de 2,5, por contra, sería una opción más corriente.
¿Cómo es posible? Robando el poco calor que queda en el aire. Según explica el profesor de la UPV-EHU, Alvaro Contador, «la instalación absorbe la energía térmica residual del aire y, usando un poco de energía, la incrementa. Un gas refrigerante hierve y eleva la temperatura a 65 grados». Este experto opina que esta tecnología es muy adecuada para Euskal Herria y, más en concreto, para los herrialdes de costa, dado el efecto moderador sobre el clima que tiene el mar que hace que la temperatura del aire no baje tanto.
Aun con todo, una instalación aerotérmica sigue sin tener el potencial calórico de una caldera de gas. Los radiadores tradicionales funcionan con agua a temperaturas superiores a 80 grados. Este problema se resuelve de dos formas: la más apropiada –y cara– pasa por instalar suelo radiante, y la menos compleja consiste en la sustitución de los radiadores tradicionales por otros llamados «de baja temperatura».
Evidentemente, la transición desde el gas hacia otra forma de calefacción para los hogares tendrá un coste muy elevado. Aunque no todas empleen combustibles fósiles, hay 1,5 millones de viviendas en Hego Euskal Herria (de las que aproximadamente un 20% no están habitadas o son segunda residencia).
Hay 1,5 millones de viviendas en Hego Euskal Herria, de las que aproximadamente un 20% no están habitadas.
Hacer una transición hacia la aerotermia en cada una de ellas requerirá invertir varios miles de euros en cada una. La cuenta da un resultado astronómico, tan alto que no puede entenderse como gasto, sino que implica el desarrollo de un motor económico. Ahora bien, también arrastra otras implicaciones. «No todo el mundo se lo podrá permitir. Y lo importante es idear un sistema de ayudas capaz de no dejar a nadie atrás», apunta Contador.
El problema de la aerotermia, además, no es solo económico. Las dimensiones de los aparatos siguen sin encajar bien en un piso tipo, si es que finalmente todo se encamina hacia equipos individuales. Y es que, en las últimas décadas, se ha transitado en la dirección equivocada. Durante años, las leyes han impulsado las calderas individuales frente a las calefacciones centrales, argumentando mayor racionalización del gasto pues evitaban que pisos vacíos se calefactaran. Ahora, encajar una instalación de aerotermia en un piso pequeño se convierte en una inversión más costosa, más comprometedora a nivel de espacio y menos eficiente.
«Cuando se proyecta una instalación colectiva, existe el factor de simultaneidad, que permite hacer una instalación con bastante menos potencia que la suma de las instalaciones individuales. Por ejemplo, imaginemos un edificio de 10 viviendas de 90 m2 cada uno. Si hiciésemos una instalación individual, posiblemente pensaríamos en 10 equipos de 10 kW, es decir 100 kW. Si proyectásemos un equipo colectivo para las 10 viviendas, contando con el factor de simultaneidad, con un equipo de 80 kW sería suficiente», explican en el departamento técnico de la empresa instaladora Saltoki.
Otro problema que presenta es el hecho de que las instalaciones de aerotermia tienen dos partes: interna y externa. Si bien las compañías están desarrollando aparatos cada vez más pequeños para el interior, parte de la instalación ha de ponerse en el exterior de la vivienda, bien sea en la calle como estamos acostumbrados a ver con los aires acondicionados o en los garajes (pues el aire retiene en ellos más calor).
El Hidrógeno, alternativa espinosa
Las instalaciones de aerotermia que se están instalando, en muchas ocasiones, se complementan con placas solares pues, a fin de cuentas, funcionan con electricidad. Si se es capaz de soportar el coste de una instalación aerotérmica y placas solares, una vivienda (o un bloque de pisos con calefacción centralizada) se convierte en una unidad súper eficiente, que prácticamente no va a necesitar de suministro eléctrico suplementario. Podrá requerir de un plus de electricidad en días nublados, pero lo podrá compensar con excedentes en otros días. Pagará, principalmente, el canon por estar conectada a la red. Luz y calefacción por 12 euros al mes.
El problema de la aerotermia es el potencial para hacerse casi autosuficiente. El sistema capitalista no está pensado así.
El mayor problema de la aerotermia es este potencial para hacerse casi autosuficiente. El sistema capitalista no está pensado para desarrollar tecnologías de este estilo. Por esto, las grandes empresas que viven de suministrar calor a las viviendas –que son conscientes de que a transición hacia algo más limpio es ineludible– necesitan buscar algo que rivalice con estas instalaciones replicando el modelo actual del que se lucran. Por el momento, no han dado con nada, pero existe la eterna esperanza blanca del capitalismo verde y hacia él se van a destinar los fondos de la UE: el hidrógeno.
Un empleo de hidrógeno como combustible resulta algo así como la piedra filosofal de un nuevo sistema verde capitalista. Lo aparenta porque el hidrógeno es el elemento más común en todo el planeta... y el más pequeñito. El hidrógeno el primero de los elementos de la tabla periódica, pues solo tiene un protón y un electrón. El problema es que esto le aporta una gran capacidad para combinarse con otros elementos formando moléculas, como la de agua (dos de hidrógeno, una de oxígeno) o la de los propios hidrocarburos (de ahí ese «hidro» inicial). Dicho de otro modo, siendo el más común de los elementos y estando por todas partes, no existe un modo directamente aprovechable en la naturaleza. Para extraer hidrógeno se deben fragmentar las moléculas en las que se encuentra. Y para romperlas, se necesita energía (que puede no ser limpia).
A día de hoy el oxígeno se puede obtener del agua empleando electricidad, o mediante lo que se llama recombinación de algún hidrocarburo, como el metano o el propio gas. Obviamente, la recombinación, siendo la técnica más eficiente a día de hoy, ni soluciona la dependencia energética exterior ni el problema climático.
La ventaja principal del hidrógeno es que se puede inyectar desde ya en las tuberías del gas. En países nórdicos, el tubo que llega hasta la caldera de una vivienda lleva gas y una proporción de entre el 5% y el 10% de hidrógeno, que permite bajar levemente el consumo. Algunas experiencias piloto logran introducir 25% de hidrógeno.
Al ser un elemento tan pequeño, es fácil que el hidrógeno se fugue y su potencial calórico no es, ni por asomo, el que tiene el gas.
«Sabemos que lo podemos mezclar con el gas, pero es una trampa, un acople. No te libera de la dependencia del gas», advierte Contador. El profesor universitario apunta, además, que la tecnología para el manejo del hidrógeno sigue teniendo problemas. Al ser un elemento químico tan pequeño, es fácil que se fugue y su potencial calórico no es, ni por asomo, el que tiene el gas. De hecho, la mejor forma de explotar el hidrógeno como combustible no es quemándolo en caldera, sino mediante «pilas de hidrógeno» cuyas dimensiones también tienen un encaje muy difícil en las viviendas tan reducidas en las que vive actualmente la sociedad.
Por otro lado, Contador recuerda que el cambio en la forma de combustión no es la única forma de reducir la dependencia del gas de terceros países. A día de hoy, la mejor forma más rápida para reducir el consumo de gas general pasa por mejorar el aislamiento, renovar ventanas, etc. Esto tiene un efecto mayor en el consumo final que el pasar a una caldera más eficiente, cambiar a un radiador de baja temperatura o suelo radiante. A no ser, claro, que se vaya a acometer una transición hacia un modelo aerotérmico o de pellets si se trata de una vivienda. Y se debe tener en cuenta, además, que dar el paso de forma individual hacia una instalación alternativa al gas puede frenar después una iniciativa conjunta de todos o varios vecinos, más eficiente y rentable.