El último viaje de los cuatro ahogados en el Bidasoa
Las vidas de cuatro migrantes terminaron en los 50 metros que separan las orillas del Bidasoa. Se movió cielo y tierra para buscarlos, pero ¿qué fue de ellos una vez los encontraron? ¿Dónde están hoy?
Salieron en su búsqueda los bomberos, los voluntarios, las lanchas y los helicópteros. Cuatro son los cuerpos que han aparecido flotando en el Bidasoa en el último año. Eran personas jóvenes que habían superado peligros y cruzado infiernos antes de perder la vida cuando ya casi habían llegado.
Todo arranca cuando llega el aviso al Instituto de Medicina Legal de Donostia a través del juzgado de guardia. La búsqueda, que puede prolongarse días, ha concluido. Un forense tiene que estar presente en el lugar para levantar el cadáver. «El cuerpo es explorado allá mismo y se extraen todos los datos posibles. También la posición y el caudal del río, para tratar de determinar cuál pudo ser el punto de entrada», explica Rubén Sevillano, jefe del servicio de Patología Forense, de la Subdelegación de Gipuzkoa.
Son dos las incógnitas a despejar: quién es y cómo murió. Para lo primero, lo esencial es dar con objetos personales que puedan arrojar pistas. Para lo segundo se extraen ciertas muestras para que en los exámenes posautopsia se pueda determinar la muerte por sumersión, esto es, que el agua en los pulmones sea la causa de la muerte.
En muchas de las ocasiones, aunque suene extraño, resulta más fácil dar con la identidad que determinar que murió por ahogamiento. «La autopsia debe referirse siempre a alguien. En caso de que no sepamos quién es en ese momento, de forma temporal, se le indica como no identificado», prosigue metódicamente Sevillano.
Aunque suene extraño, resulta más fácil dar con la identidad que determinar que murió por ahogamiento
La clave para que las identificaciones se resuelvan pronto, para el caso de las personas migrantes, es que hayan tramitado el NIE en algún momento. El denominado Número de Identidad de Extranjería constituye el equivalente al DNI en vigor en el Estado español. El elemento común que tienen estos documentos –y el que interesa a los forenses– es que en ambos se toma una huella dactilar.
El Instituto de Medicina Legal coteja la huella dactilar del cadáver con la base de datos que, en Euskal Herria, maneja la Policía española. «Como el NIE es necesario para acceder a casi cualquier tipo de ayuda, lo habitual es que lo tengan. Es más problemático si han entrado a Europa por Italia primero, pero no es lo corriente», indica el forense. La otra opción es que se trate de una persona que alcanzó la costa de Almería con fuerzas suficientes como para salir corriendo al tocar la playa, que tampoco es lo más común.
Sin huella, todo se complica. No porque no se les pueda poner un nombre, sino porque hace falta confirmarlo de forma fehaciente. Sevillano afirma que las personas que se lanzan al agua para cruzar la muga rumbo al norte no están tan perdidos de sus allegados como nuestra visión paternalista nos hace interpretar.
«Lo normal es que hayan hablado con sus familias los días anteriores o que incluso sepan que van a cruzar a Francia»
«Tienen, como todos, acceso a móviles. Lo normal es que hayan hablado con sus familias los días anteriores o que incluso sepan que van a cruzar a Francia, aunque no les hayan dicho cómo». Y además, están los compañeros de viaje que les conocen y pueden indicar cómo se llaman o de qué país vinieron.
Cuando no se puede asignar de forma fehaciente una identidad al cuerpo, se le asigna una «identidad alegada». Y esto no es suficiente como para que los forenses den por concluido el trabajo. En el caso de las cuatro personas que han fallecido ahogados el Bidasoa, se ha identificado sin duda al primero, (Yaya Karamoko), al segundo (Abdoulaye Coulibaly) y al cuarto (Ibrahim Diallo). Para el tercero, que falleció en noviembre, únicamente existe una identidad alegada.
Toca ahora explicar, de forma más breve que la que merecen, quiénes eran estas personas. Y dónde están ahora.
Burgos, Valencia o con su familia
Karamoko tenía 28 años cuando se lo llevó el agua al tratar de superar el río en mayo de 2021. En su Costa de Marfil natal trabajó como taxista y albañil, hasta que un día se montó en un avión y voló hasta Dakhla, en el Sahara Occidental. Desde allá, se echó a la mar en una piragua. Navegó durante cinco días, en los que vio morir a tres compañeros de embarcación. El 16 de marzo arribó a las Canarias.
Aquel viaje le costó 2.500 euros, que ahorró trabajando de pescatero. Según el relato que realizó Hervé Zoumoul para “Sud Ouest”, del que se extraen estos datos, Karamoko viajaba junto a un sobrino e iban a reencontrarse con parte de su familia, afincada en el Estado francés.
El cuerpo de Karamoko nunca fue repatriado. Tampoco se le pudo enterrar en Irun, o en Donostia, pues sus cementerios no reúnen las condiciones para enterramientos según el rito musulmán. Entre la comunidad islámica de Irun y los voluntarios lograron fondos suficientes como para sufragar los gastos de una inhumación en el cementerio musulmán de Burgos.
Coulibaly inició su andada en Guinea Conakry y era el más joven de todos. Se ahogó con 18 años. Sobrevivió a la travesía en patera por el Mediterráneo al alcanzar Gran Canaria. Posteriormente, para aliviar los recursos asistenciales de la islas, fue trasladado a Catalunya, proceso durante el cual, como a Karamoko, se le tomó la huella que después cotejó el equipo de Sevillano.
Aguantó menos de una semana en Granollers antes de seguir su viaje a Nantes, donde vive el hermano menor de su madre.
Aguantó menos de una semana en Granollers antes de proseguir su viaje a Nantes, donde vive el hermano menor de su madre. El 5 de agosto cogió el transporte público y en un solo día se plantó en Irun. Fue atendido y asesorado, pero decidió echarse al agua, sin llegar a alcanzar la otra orilla.
El tío que vivía en Nantes se desplazó hasta la morgue de Irun para hacerse cargo de su sobrino. Entre familias, solidarios y la comunidad musulmana lograron recaudar fondos suficientes como para repatriarlo. Así pues, el viaje de Coulibaly acabó en el mismo sitio donde empezó.
La persona con «identidad alegada» ahogada en noviembre tenía unos 40 años. Ha permanecido durante cuatro meses en los congeladores de la morgue de Donostia. Según Irungo Harrera Sarea, una familia lo reclamaba desde su país natal, llevaba documentación y habían perdido el contacto telefónico que mantenían con él. Se llamaba Sohaïbo Billa, costamarfileño.
Una familia lo reclamaba desde su país, llevaba documentación y habían perdido el contacto telefónico
A falta de la huella, se necesitaba una prueba definitiva: el ADN. «Pueden hacer una a un familiar en un laboratorio del país de origen o enviarnos un hisopo para que la hagamos aquí», dice el responsable del Instituto de Medicina Legal en Donostia. Pero un trámite simple aquí, allá es imposible. El cotejo con la familia Billa jamás se realizó.
Según los registros que maneja Sevillano, este último cuerpo salió de la morgue el pasado 7 de abril, esta vez, en dirección a un cementerio musulmán en Valencia, al no haber sitio en Burgos. Sorprende un destino tan lejano, en tanto Bilbo o Iruñea sí disponen de camposantos para este credo.
Finalmente, el último de los fallecidos, se llamaba Ibrahim Diallo, senegalés de 24 años. Mintió a su familia para no preocuparles. Les dijo que se iba a Dakar, pero no era cierto: se embarcó a las Canarias.
Mintió a su familia para no preocuparles. Les dijo que se iba a Dakar, pero no era cierto: se embarcó a las Canarias.
La comunidad africana en Irun se ha volcado con el caso, ayudando a la familia con todos los penosos trámites legales (según afirman, el padre del joven tiene al notario más cercano a 700 kilómetros).
El otro problema que tiene la repatriación es el coste. En las devoluciones de migrantes sin papeles no parece importar el coste del viaje de retorno, pero cuando el migrante ha fallecido todo cambia. Aun así, Josune Mendigutxia, de Irungo Harrera Sarea, parece segura de que, para este caso, sí habrá implicación económica de las instituciones de la CAV en la repatriación. Ahora bien, lo entiende como un gesto y no una solución. «El cementerio es Irun, este río y ese puente. El Estado francés debe acabar con los controles antes de que muera el siguiente», insiste.