Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión

Cien años de ‘Tambores en la noche’: Brecht y el eco de Espartaco

La Historia siempre se revela tozuda con sus acontecimientos. Desde el pasado y con su obra de teatro ‘Tambores en la noche’, Bertolt Brecht lanzó una mirada a este presente teñido de desencantos y anhelos espoleados por las contiendas bélicas.

El poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht.
El poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht. (NAIZ)

Bertolt Brecht camina presuroso bajo una noche que comienza a ser estrellada en el Berlín de 1922. Setiembre llega a su fin y con él un episodio muy especial en su ruta creativa, el primer e inminente estreno de una obra teatral suya: la primera, que escribió en 1918 bajo el título de ‘Baal’, se estrenó el 8 de diciembre de 1923.

Ojea su reloj nervioso y aumenta el ritmo de su paso porque debe coger el tren que le llevará a Munich. De improviso le asalta la música de un organillo. Movido por la curiosidad, alza su mirada del suelo, observa a su alrededor y se descubre solo. Nada ni nadie, tan solo una música que se cuela entre callejas.

Vuelve a comprobar su reloj y las manecillas parecen transitar un poco más lentas. Cruza una esquina iluminada tenuemente por una luz de gas y se topa con la ropa de una colada tendida de extremo a extremo de la calle.

Brecht aparta una gran sábana y, siguiendo el rastro de la música, se encuentra al otro lado de este telón improvisado con la escena gobernada por el propietario del misterioso organillo, un viejo ciego que gira la manivela de su instrumento ante un único espectador; un tipo alto de complexión fuerte, que viste una larga levita negra y ajada y un sombrero de copa que porta ladeado en su cabeza. Ajeno al segundo espectador, el primero deposita un penique en la taza en la que el viejo atesora las ganancias del día. Con este ya son tres peniques.

Brecht guarda para sí mismo la escena, tal vez otro año o en otra vida le pueda servir de algo. El primer espectador se gira en dirección al segundo y este detecta, entre la penumbra, un inquietante brillo que asoma de su boca. Tal vez un diente de oro. El primero sale de escena, no sin antes tocar con sus dedos el borde de su sombrero de copa a modo de saludo.

Es entonces cuando Brecht descubre que, de entre el cinturón que sujeta su pantalón, de llamativos cuadrados rojos y negros, asoma la empuñadora de un cuchillo. El segundo retorna a su reloj, las manecillas ahora vuelan.

Brecht abandona este teatro improbable y recupera su paso interrumpido en la calle Sophienstrasse –la calle donde fue fundada la Liga Espartaquista, que después daría paso al Partido Comunista de Alemania– y ni siquiera se percata que cruza por el mismo escenario de las batallas de la revolución que fue aplastada y que han inspirado la obra que debe estrenar en Munich dentro de dos días, el 29 de setiembre.

Es tal su ensimismamiento que tampoco se da cuenta de que dejó atrás el parque Treptower, donde Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht reunieron a 150.000 obreros en huelga. A pesar de la inmediatez de los escenarios que recorre, en la cabeza de Bertolt Brecht tan solo hay lugar para los tambores de una noche berlinesa que debe ser representada en el Teatro de Cámara de Múnich y que servirá como testimonio de la matanza de los espartaquistas y sus líderes.

Un héroe que no es tal

Brecht fue hijo del desastre que conllevó la Primera Guerra Mundial, testigo del hundimiento de un mundo que apenas unos años atrás acogió el estallido de un horror hasta entonces impensable y que se tradujo en una generación que murió en el barro de las trincheras. Cadáveres con el rictus de sus rostros retorcidos por efecto del gas o literalmente destrozados por el estallido de los obuses.

En realidad, la historia arranca en 1919, cuando escribió una primera versión de su obra titulada ‘Spartakus’ con la que, a través del gladiador tracio que lideró una revuelta de esclavos contra el todopoderoso imperio romano, se refería de manera clara y directa al levantamiento espartaquista de comienzos de 1919 en Berlín.

No obstante, y haciendo caso al consejo de llevarla a escena con un título menos ‘teñido políticamente’, optó por cambiarle el título definitivo a ‘Tambores en la noche’. Dicha obra supuso un antes y un después en la historia de la literatura y el teatro alemán. Desató una gran polémica en la opinión pública debido a que su contenido giraba en torno a la problemática sociedad de la postguerra y a la insurrección en Alemania, y es considerada como la primera obra de teatro que puso en escena los conflictos sociales no resueltos tras la Primera Guerra Mundial.

La trama de ‘Tambores en la noche’ se desarrolla en el Berlín de 1919 y narra la historia de un veterano de la Primera Guerra Mundial, Andreas Kragler, que retorna a su hogar después de haber sido dado por desaparecido durante cuatro años, mientras permanecía prisionero de guerra. A su regreso se encuentra con una situación completamente diferente a la que había dejado.

La guerra se ha perdido y la economía se tambalea. Muchos malviven entre la miseria y otros supieron sacar beneficio a los negocios de guerra. La antigua prometida de Kragler, Anna Balicke, tiene ahora un nuevo pretendiente y, bajo la fuerte presión de su padre, está accediendo a comprometerse con él.

Se trata justamente de uno de estos comerciantes que se han enriquecido durante la guerra. Anna está embarazada y su nuevo novio le ofrece la seguridad, el bienestar y la protección que su familia opina que necesita. Pero en medio de este drama individual en la esfera de lo privado, en la ciudad estallan grandes protestas masivas y se desarrollan importantes movimientos sociales.

Kragler –sin hogar, trabajo, ni perspectivas– decide unirse a los insurrectos. Anna, resistiendo a las tentaciones materiales de una vida tranquila y segura, se une también al levantamiento popular, aunque solo por breve tiempo: puestos ante la disyuntiva de optar por su compromiso con la subversión revolucionaria o por el amor, finalmente acaban huyendo juntos.

La época histórica que aborda la obra dramática es la del levantamiento espartaquista de comienzos de enero de 1919, cuando se produjo en Berlín un estallido de protestas sociales y disturbios que tomaron un carácter insurreccional que pronto fue sofocada de manera cruenta.

No obstante, en marzo de 1919, resurgió el movimiento y, por resolución de los consejos de trabajadores berlineses, se convocó a una huelga general el 3 de marzo de 1919. Los espartaquistas llamaban a derrocar al Gobierno bajo la consigna: ‘¡Todo el poder a los consejos de trabajadores!’.

En este levantamiento murieron cerca de 1.200 personas. El Gobierno declaró el estado de sitio y actuó con una brutal severidad en contra de los obreros movilizados, derrotando definitivamente a la insurrección.

La obra de Brecht rezuma ironía. Algo que se advierte en diversos pasajes que dejó escritos en su ‘Releyendo mis primeras obras’, cuando dijo: «Aquí, la lucha contra una tradición literaria digna del olvido casi ha llevado al olvido de la verdadera lucha, la social».

Brecht no podía entender cómo su ‘héroe’ Kragler, que había escapado milagrosamente de cuatro años de cautiverio africano, un soldado de la República de Weimar, no se unió a la revolución: «En aquella tesitura, el soldado recuperaría a su novia o la perdería por completo, pero en ambos casos permanecería en la revolución».

La decisión de Kragler de «dar la espalda a la revolución» y vivir una vida privada con su «novia mimada», Brecht lo definió como «la más patética de todas».

El autor admitió que incluso quiso tirar a la basura esta obra, pero decidió no falsificar la historia, dejando a su ‘héroe’ el derecho a existir y apoyándose en la conciencia del espectador a la hora de juzgar su simpatía o antipatía hacia el personaje.

'Tambores en la noche' y su siguiente obra 'En la espesura de las ciudades' incluyen algunas de las cuestiones temáticas que marcarían su ruta creativa. En la primera nos habla de la revolución espartaquista y en la segunda del Chicago canalla de cabarets y matones sin escrúpulos que hacen tintinear peniques.

Rosa Luxemburgo y su noche más oscura

Berlín escenificó del 5 al 12 de enero de 1919 una huelga general que prendió rápidamente desde el polvorín social.

En el anhelo colectivo de los trabajadores asomaba la posibilidad de repetir la experiencia revolucionaria abanderada por Lenin, tomando el gobierno de las manos de los pocos para dársela a los muchos. Lo que se conoció como ‘Levantamiento espartaquista’ fue una suma de necesidades compartidas por una sociedad sumida en el descontento.

El presidente socialdemócrata, Friedrich Ebert, ante el pavor de sentirse derrocado, optó por quitar la correa a su jauría de freikorps –una banda de protonazis con sed de sangre– y que estos acabaran la rebelión de manera rápida y efectiva.

El 15 de enero de 1919 los freikorps detuvieron a Rosa Luxemburgo y a Karl Liebknecht. Los golpearon, torturaron y humillaron. A Rosa Luxemburgo le reventaron la cabeza de un culatazo, fue acribillada y arrojada al canal Landwehr de Berlín.

Cuatro meses y medio después, su cuerpo fue hallado, pero todavía hoy pesa la duda de que estos fueran sus restos.