Ainara Lertxundi
GARAren edizio taldeko kidea / Miembro del equipo de edición de GARA
Entrevista
Paula Gil
Presidenta de Médicos Sin Fronteras (MSF) España

«Cada vez más gente huye de la guerra, pero la ayuda humanitaria no crece a la misma velocidad»

Paula Gil, enfermera de profesión, es desde noviembre pasado la nueva presidenta de MSF España, en sustitución de David Noguera. Es la primera vez que una enfermera ocupa este cargo tras un cambio en los estatutos. «Es una manera muy bonita de visualizar y poner en valor la profesión», afirma.

Paula Gil, nueva directora de Médicos Sin Fronteras España, en la sede de la organización en Bilbo.
Paula Gil, nueva directora de Médicos Sin Fronteras España, en la sede de la organización en Bilbo. (Aritz Loiola | FOKU)

Paula Gil llegó a Médicos Sin Fronteras (MSF) en 2003. Su primera misión fue en Angola, que salía de una cruenta guerra civil. «Fue una experiencia reveladora. Me di cuenta de que MSF era la organización con la que quería trabajar. La proximidad con las comunidades más aisladas es esencial para nosotros, no solo para dar asistencia médica, sino también para dar testimonio de lo que está pasando. Estar tan cerca de esas realidades te cambia la misión del mundo», afirma en entrevista a GARA durante una visita de trabajo a Bilbo.

Son muchos los contextos de conflicto y crisis humanitarias que enfrentan a diario: Ucrania Afganistán, Siria, Yemen, el norte de África, enfermedades endémicas, escasez de alimentos...

En este último año, resalta, han sido testigos de «epidemias de violencia» y de un incremento «nunca visto hasta ahora» de desplazamientos forzados, todo ello agravado por la dificultad para acceder a las poblaciones.

Médicos Sin Fronteras celebró sus 50 años en 2021 con la esperanza de que su labor no siga siendo necesaria. Sin embargo, la situación mundial es cada vez más convulsa. ¿Qué balance hace del panorama actual?

La mayor parte de contextos en los que trabajamos han sufrido lo que llamamos ‘epidemias de violencia’. Nos enfrentamos a un problema importante de acceso a las poblaciones en determinadas zonas, al tiempo que observamos una criminalización de las mismas. La aplicación de leyes antiterroristas está negando asistencia a personas inocentes porque se las relaciona con grupos armados.

En Europa se han abierto las puertas a los ucranianos que huyen, algo que celebramos y apoyamos, pero también nos produce pena y rabia pensar en toda esa gente que en las mismas circunstancias está huyendo de otros conflictos como los de Siria, Yemen o Afganistán y no tiene otra salida que lanzarse al mar. El año pasado murieron más de 2.000 personas en el Mediterráneo. La UE continúa apoyando al Gobierno libio para que sea Libia quien se encargue de gestionar las fronteras europeas cuando un informe de la ONU ha calificado de crímenes contra la humanidad lo que está ocurriendo en el país africano.

Este doble rasero de medir a las personas –migrantes buenos vs migrantes sospechosos– es muy doloroso. Lo único que provocan estos discursos es más sufrimiento y pérdida de vidas. En general, ha sido un año marcado por el incremento de la violencia y de los desplazamientos; a mediados de 2021 cerca de 84 millones de personas se habían visto obligadas a huir de sus hogares, sin contar Ucrania.

La guerra en Ucrania ha removido el tablero geopolítico y también el de la ayuda humanitaria. ¿Cómo está afectando?

El conflicto en Ucrania tiene implicaciones globales a muchos niveles. Cada vez más gente huye de la guerra, pero el sistema de ayuda humanitaria no crece a la misma velocidad, por lo que la brecha entre necesidades y recursos se hace mayor. Te pongo el ejemplo de Afganistán. No hay presupuesto para atender a las poblaciones desplazadas. Lo mismo ocurre en Yemen o en el Sahel. El impacto del covid, de la guerra de Ucrania y de la dependencia que estos países tienen de la ayuda alimentaria va a tener consecuencias enormes, sobre todo, en el campo de la nutrición. Estamos preparándonos para una oleada de malnutrición que ya preveíamos después del covid, pero que la guerra ha agravado.

A nivel geopolítico también cambia el paisaje. En zonas de África en las que trabajamos empieza a haber una retórica contra Europa y esto pone en riesgo a los equipos de MSF. Por otra parte, el encarecimiento de los precios a causa de la guerra va a afectar a todo el planeta y, evidentemente, más en aquellos contextos aquejados por crisis crónicas.

La pandemia provocó la suspensión de programas de prevención y de vacunación. ¿En qué momento estamos?

Partimos de la base de que en la mayor parte de los contextos en los que estamos, los sistemas de salud son muy frágiles. Tienen desafíos enormes –malaria, VIH, sarampión, cólera…–. Con los pocos recursos que tienen deben gestionar todas esas prioridades. A los recortes se sumó el cierre de estructuras de salud o su reorientación a atender pacientes con coronavirus. Gran parte del personal sanitario se vio infectado, con lo cual los programas de rutina se vieron afectados. Estamos viendo un incremento brutal de casos de malaria porque actividades de prevención como la distribución de mosquiteras impregnada se dejaron de hacer. También ha disminuido el diagnóstico de tuberculosis porque la gente no podía ir a los centros de salud. Son algunos de los efectos colaterales del covid. Tratamos de cubrir esas necesidades, pero la brecha es demasiado grande.

En cuanto a la vacunación contra el covid, hay una doble velocidad. Aquí estamos hablando de cuartas dosis, cuando en la mayor parte de países de renta baja, solo un 10% ha recibido una primera dosis. Es irrisorio. Abogamos porque la distribución de las vacunas no se haga sobre la base de la caridad, sino con una perspectiva de salud pública, que no impere la lógica de ‘nosotros primero’. Vemos que la distribución no se está haciendo al ritmo que los países pueden asumir y se están entregando vacunas de manera errática, con una fecha de expiración muy corta que impide organizar campañas de vacunación a tiempo por lo que, al final, tienen que tirarlas. Hay que poner un poco de lógica.

Hospitales, escuelas o infraestructuras civiles atacadas pese a todas las convenciones.

Esto nos genera una rabia e impotencia terribles. MSF ha sufrido ataques directos en Kunduz (Afganistán), en Yemen, en Etiopía, donde mataron a tres compañeros, y en Ucrania han sido atacadas más de 80 estructuras de salud. Durante una reunión en Mykolaiv con responsables del hospital, un misil cayó sobre el coche de MSF que estaba en el párking. Menos mal que todo el personal estaba dentro.

La falta de respeto hacia la población civil no tiene ningún tipo de lógica ni de explicación. Y se habla en términos absurdos. Se habla de corredores humanitarios cuando estos pueden ser una trampa o pueden ser fácilmente manipulados por todas las partes en conflicto para meter o sacar armamento o para atacar en el momento en que se está produciendo la evacuación. Lo que este concepto esconde es que ‘en el corredor os respetamos, pero fuera podemos hacer lo que queramos’. No son seguros. Es una dialéctica que no responde a las necesidades reales porque no todo el mundo puede salir en el momento preciso en que se le dice. ¿Qué pasa con las personas mayores, dependientes, con los enfermos crónicos, con quienes sufren enfermedades mentales? Reclamamos vías seguras de evacuación y el establecimiento de zonas seguras.

¿Cómo se convence a las diferentes partes para que permitan el acceso a las poblaciones?

Nuestro primer principio es la independencia. El hecho de que a día de hoy el 99% de la financiación de Médicos Sin Fronteras España sea privada hace que no se nos pueda asociar con ningún actor político. Esto nos da independencia de acción. Otro de nuestros principios es la neutralidad. Tratamos de dejar claro a todos los actores presentes que no tomamos parte por ninguno de los contendientes, sino que lo que hacemos es atender a las personas atrapadas por la violencia o que tienen que huir. La primera regla es establecer una buena comunicación con las comunidades; éstas tienen que conocer muy bien cuál es nuestro trabajo. Tenemos que negociar tanto con los grupos armados como con los Gobiernos para que nos permitan acceder a las zonas.

Al margen de los conocimientos profesionales, ¿qué otras cualidades se requieren para trabajar sobre terreno?

El 80% de nuestro personal es nacional. Esto es muy importante porque el hecho de que sean autóctonos nos permite conocer mucho mejor los contextos y contribuye a que tengamos una mejor aceptación dentro de las comunidades y del propio país. Para el personal internacional que va al terreno, se hace un proceso de preparación. Abogamos por la profesionalización, cada vez somos más estrictos en los criterios de selección; se debe tener un mínimo de dos años de experiencia y conocimientos en idiomas, medicina tropical, cirugía, pediatría, neonatología, anestesia, nutrición...

Una cosa es la teoría y otra poner rostro a la hambruna, al sufrimiento, a la injusticia…

Aunque los sanitarios estamos en contacto directo con el sufrimiento, cuando estás frente a comunidades que no tienen cubiertas ni las necesidades más básicas, es cuando pones en valor el trabajo que estás haciendo. Sabes que si no estuviéramos ahí, esas personas no tendrían acceso a servicios de salud, a vacunas, a un parto seguro o las víctimas de violencia no tendrían cirugías. Eso marca la diferencia. El impacto es en positivo, te sientes útil.