La crisis alimentaria mundial depende de la guerra en Ucrania
Esta semana la crisis alimentaria ha estado en boca de los principales líderes mundiales. Parece que, por fin, se han dado cuenta del peligro en ciernes. Una mala cosecha de cereales en Ucrania puede derivar en el resto del mundo en hambre para los más pobres, estén donde estén.
El gobernador del Banco de Inglaterra calificó el lunes el aumento de los precios de los alimentos de «apocalíptico» para las personas más pobres y para la economía mundial. También habló la secretaria del Tesoro de EEUU, Janet Yellen, quien manifestó que la guerra en Ucrania ha exacerbado los problemas de seguridad alimentaria. Parece que, por fin, se abre paso entre las élites occidentales el convencimiento de que la crisis alimentaria mundial es una realidad que se ha agudizado con la guerra en Ucrania.
Tampoco era tan complicado darse cuenta, son habas contadas. Para empezar Rusia y Ucrania controlan alrededor del 25% de las exportaciones mundiales de trigo, el 65% del aceite de girasol, el 20% de la cebada y el 18% del maíz. Las sanciones a Rusia, por un lado, y la decisión de Ucrania de minar sus puertos y prohibir la exportación de determinados productos agrícolas –avena, azúcar, sal, trigo, ganado vivo, carne y subproductos de vacuno–, así como la exigencia de una licencia para exportar otros –mezclas de cereales, maíz, carne de gallina, huevos y aceite de girasol– ha provocado temor a un desabastecimiento que ha empujado los precios al alza, hasta registros récord.
En segundo lugar, en 2021, Rusia fue el principal exportador mundial de fertilizantes nitrogenados y el segundo mayor proveedor de fertilizantes potásicos y fosforados, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Las sanciones y el alto precio del gas, imprescindible para su producción, han llevado a que los precios de fosfatos y potasas se hayan triplicado; y en el caso de los abonos nitrogenados han llegado incluso a cuadruplicarse.
La exclusión de dos de los más importantes productores de alimentos del comercio mundial y los altos precios de los fertilizantes conforman una combinación letal para la seguridad alimentaria mundial.
El alza de los precios provoca situaciones muy diferentes en función del poder de compra de cada país. Aquellos que tienen divisas fuertes, como el euro o el dólar, pueden hacer frente a la carestía, pagar lo que se les pida y seguir abasteciéndose. Por esa razón suelen tender a eliminar aranceles para facilitar las importaciones. En esa línea, el pasado jueves el Parlamento Europeo aprobó la suspensión temporal de los aranceles a las importaciones de mercancías ucranianas.
Puede parecer que la Unión Europea le hace un favor a Ucrania, cuando en realidad con esa medida se está preparando para apropiarse de todo. Los actuales precios son muy tentadores para cualquier agricultor ucraniano, que venderá su cosecha a Europa a cambio de euros sin pensárselo dos veces. Y si no se toman medidas, como las aprobadas para limitar las exportaciones –cuya eficacia habrá que poner en duda, vista la actividad febril que embarga a todos los líderes mundiales deseosos ahora de sacar el grano ucraniano por dónde sea–, Ucrania puede terminar sin poder abastecer a su propia población.
Los altos precios de los alimentos combinados con divisas fuertes son una maldición para la mayoría de países del mundo: enriquecen a los productores y condenan al hambre a los más pobres. Por esa razón, Indonesia, el primer productor mundial de aceite de palma, prohibió su exportación a finales de abril y por razones similares –altos precios y mala cosecha por el calor–, India ha prohibido la exportación de trigo.
Lo peor está todavía por llegar. La siembra en Ucrania está condicionada por la contienda y la producción puede terminar cayendo de forma significativa. En el resto del mundo, la carestía de los fertilizantes posiblemente obligue a prescindir de ellos a muchos agricultores, con lo que las cosechas pueden verse considerablemente mermadas. Este año se irán consumiendo las cosechas de la anterior campaña, pero si la guerra no se frena, la siguiente cosecha mundial puede ser muy mala, y la situación puede volverse crítica.
Detener la guerra y no sacar el grano de Ucrania debería ser la prioridad de los líderes mundiales, pero parece que todavía no lo entienden así.