La guerra en Ucrania amenaza el Ártico
La invasión de Ucrania y la urgencia de cerrar los mercados energéticos al petróleo y el gas rusos torpedean lo conseguido hasta la fecha para proteger uno de los ecosistemas más frágiles del mundo.
A principios de este mes, 140.000 metros cúbicos de gas natural licuado iniciaban una travesía en las tripas del Arctic Voyager desde el puerto de Hammerfest, en el extremo norte noruego. No sería noticia si no se tratara de la primera carga de esta naturaleza que Oslo despacha en veinte meses. Bien entrado el cuarto mes desde la invasión de Ucrania, la crisis energética provocada por la interrupción del suministro ruso vuelto a poner al Ártico en el mapa. Hoy, el Gobierno noruego propone una expansión de la exploración en el borde de hielo en la parte noruega del mar de Barents y Canadá considera una revisión de su moratoria actual sobre la perforación en el Ártico, así como abrir nuevos puntos de extracción en Terranova. Mientras tanto, su vecino estadounidense baraja nuevos planes para aumentar la producción en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico (Alaska), un entorno protegido donde las perforaciones se habían conseguido detener en junio del año pasado.
Es un problema porque el Ártico, uno de los entornos más prístinos que quedan en el planeta, se calienta más rápido que cualquier otra región de la Tierra. También es excepcionalmente vulnerable a la contaminación y los derrames de crudo: resulta muy difícil responder a los desastres en esta región remota, no existe una forma efectiva de limpiar el petróleo en el hielo marino y las bajas temperaturas ralentizan los procesos naturales que descomponen los hidrocarburos derramados.
Dicho mensaje de alerta parecía haber calado durante los últimos años. Un número creciente de gobiernos del Ártico habían ralentizado, o incluso detenido, la explotación de petróleo y gas. Groenlandia acabó prohibiendo la exploración mientras que Dinamarca, Suecia y la provincia canadiense de Quebec se unieron a la alianza Beyond Oil and Gas con el objetivo de facilitar la «eliminación controlada de la producción de hidrocarburos». En cuanto a Canadá, el gobierno federal había impuesto una prohibición temporal a la extracción de petróleo en alta mar en el Ártico.
Abandono
Ante el retroceso provocado por el colapso del suministro ruso, diversas organizaciones ecologistas han alertado de que la perforación en alta mar no solo aumentaría el riesgo de derrames desastrosos, sino que el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero debido al mayor uso de combustibles fósiles acelerará el cambio climático en la región.
En 2019, la temperatura media en el Ártico fue de 3 °C por encima de los niveles preindustriales (en comparación con el aumento medio de 1 °C a nivel mundial). El pasado mayo, una ola de calor polar hizo que el mercurio superara los 30 °C por encima de los niveles habituales de la región.
Paradójicamente, es ese calentamiento descontrolado el que está erosionando, literalmente, los mismísimos cimientos de la extracción de hidrocarburos en el Ártico. Resulta que gran parte de la infraestructura de petróleo y el gas se levanta sobre permafrost, y este se está descongelando. Reforzar dichos cimientos pasaría por una inversión de un coste elevadísimo; no hacerlo, sin embargo, es allanar el camino a desastres como el derrame de combustible de la minera Norilsk Nickel de hace dos años. Dos ríos siberianos quedaron severamente contaminados tras un fallo en unos depósitos anclados sobre un permafrost que acabó cediendo.
En una carta publicada en el digital Barents Observer, Jan Dusik, director interino de WWF para el Ártico, apuntaba como «probable» que un efecto secundario del aislamiento diplomático y económico de Rusia multiplicara el peligro para el Ártico y para el medio ambiente en general. «El Gobierno ruso probablemente responderá a las sanciones occidentales con la desregulación ambiental. Por otra parte, la falta de inversión y acceso a conocimientos acelerará el deterioro de su infraestructura en el Ártico y aumentará el riesgo de accidentes», alertaba Dusik.
Por el momento, la guerra de Ucrania ha roto la mesa en la que se sentaban los ocho integrantes del Consejo Ártico. Establecido en 1996 para abordar temas comunes como el desarrollo sostenible y la protección del medio ambiente en el Ártico, el consejo también incluye a representantes de las comunidades indígenas. Ha funcionado con normalidad hasta el inicio de la Guerra, con reuniones cada seis meses y pasó su momento más crítico durante el mandato de Donald Trump dada su negativa a aceptar toda referencia al cambio climático. Pero aquello ya no pasa de la anécdota. El pasado 3 de marzo, siete de sus ocho miembros firmaron una declaración conjunta en la que expresaban su negativa a viajar a Rusia -actual presidenta del consejo- para reunirse en respuesta por la invasión de Ucrania.
Solo queda que la propia realidad acabe imponiéndose. La mayoría de los analistas de energía creen que la demanda de petróleo y gas disminuye a medida que el mundo actúa en respuesta al cambio climático, lo que significa que, en última instancia, cualquier nueva extracción de petróleo o gas estará abocada al fracaso: hace falta un promedio de dieciséis años antes de que los recursos recién descubiertos puedan entrar en producción, por lo que cualquier hallazgo nuevo solo entrará en funcionamiento una vez que la transición energética esté en marcha.
Se quiere pensar que la crisis actual acelerará esta transición, ya que las consideraciones de seguridad energética se unen a las preocupaciones sobre el cambio climático, razones de peso ambas para pasar finalmente la página de los combustibles fósiles. Pero los plazos se antojan demasiado cortos.