Voces autorizadas y veteranas cuestionan la estrategia occidental
Antiguos dirigentes mundiales y responsables políticos reagrupados bajo el nombre de «Sabios» apelan a una solución negociada en la guerra de Ucrania. Asimismo, intelectuales europeos de tanto renombre como veteranía, Morin y Habermas, cuestionan la estrategia occidental.
Tras condenar sin ambages la invasión rusa de Ucrania, los «Sabios» apelan a la comunidad internacional «a tomar medidas específicas para reducir los riesgos de una catástrofe nuclear y el impacto de la guerra sobre los precios mundiales de los alimentos y la energía, y a prepararse a negociaciones para poner fin al conflicto».
Entre los «Sabios», un grupo fundado por Nelson Mandela en 2007, figuran el exsecretario general de la ONU Ban Ki-moon y los expresidentes irlandés Mary Robinson, y chileno, Ricardo Lagos. El expresidente de EEUU Jimmy Carter es miembro honorario.
«Poner fin al sufrimiento debe ser la prioridad», aseguran, cuando «14 millones de ucranianos han sido obligados a huir de sus casas» y «más de 260 millones de personas que no tienen nada que ver con el conflicto hacen frente a una pobreza extrema».
Apelan «a Rusia, a Ucrania y a los otros países a trabajar con la ONU para garantizar de manera urgente la exportación de trigo en los mercados mundiales (...) Instamos al secretario general de la ONU a poner en marcha mecanismos de negociación, incluso si todas las partes en el conflicto no están dispuestas todavía a negociar de buena fe», urgen.
Kissinger en Davos
Kissinger en Davos. El llamamiento a una solución negociada coincidía con la intervención en el Foro de Davos del casi centenario ex secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger (98 años), en la que urgió a iniciar negociaciones de paz en un plazo máximo de dos meses.
Veterano diplomático y artífice de la normalización de relaciones con China, además de muñidor del alto el fuego que precedió a la retirada de Vietnam –Nobel de la Paz de 1973–, Kissinger, muy criticado por la estrategia golpista de EEUU en Latinoamérica en los setenta, recela de que el conflicto aliene definitivamente a Rusia de Occidente.
En esa línea, instó a Occidente «a dejar de intentar infligir una aplastante derrota a las fuerzas rusas en Ucrania».
Y sugirió que las conversaciones de paz deberían tener como objetivo crear fronteras a lo largo de la «línea de contacto» en el conflictivo Donbass, tal y como existía en vísperas de la invasión rusa. Ello supondría, en realidad, que Ucrania ceda parte de Lugansk y Donetsk, además de la anexionada Crimea, a Rusia.
Es la realpolitik lo que mueve los propósitos de Kissinger. Del mismo que no pestañeó al bombardear con saña Camboya en los setenta (medio millón de muertos) que abrió la puerta al cruel régimen del Pol Pot, del que miró a otro lado cuando Pakistán (aliado de China) reprimió la revuelta de la que sería Bangladesh con el resultado de 3 millones de muertos, y del que alentó la represión anticomunista en Indonesia, con otros 3 millones de víctimas.
Kissinger defiende la actualización de la entente EEUU- China y es un feroz crítico de la pulsión por ampliarse de la OTAN. «Rusia no aceptará nunca que Moscú quede a menos de 1.000 kilómetros de la frontera de un país aliado».
Intelectuales de peso y no menos vetustos, pero quizás por ello muy solventes, matizan y critican de forma más o menos velada la estrategia estadounidense y eurocomunitaria. Es el caso de Edgar Morin y de Jurgen Habermas.
Morin, gran pensador francés (París, 1921), publicaba un artículo, “De nuevo al borde del abismo”, que arrancaba con su angustioso recuerdo de la crisis de los misiles rusos en Cuba en 1962.
El filósofo y sociólogo galo contrasta la «sencillez» de la situación, «hay un agresor y un agredido», a su complejidad, «con numerosas consecuencias e incógnitas».
Morin asegura que ya predijo el peligro en un artículo en 2014, en el que abogaba por una Ucrania federal que sirviera de «vínculo entre Oriente y Occidente» y que «evitara lo peor» en el Donbass y en Crimea, que «hay que reconocer que es una provincia tártara rusificada, nunca ucrania».
Reparte culpas a partes iguales, tanto «al creciente deseo de Putin de incorporar la parte eslava del imperio ruso a su órbita como por la ampliación simultánea de la OTAN hasta las fronteras de Rusia».
En este clima de desconfianza mutua extrema, el centenario filósofo francés destaca que, ante la imposibilidad de Occidente de entrar en guerra a riesgo de una guerra mundial nuclear, este se mueve entre dos aguas, «entre la debilidad culpable y la intervención irresponsable».
Descartada ya la opción de una Ucrania federal –«demasiado tarde»–, Morin defiende que la solución no pasa por «incitar a los ucranios a luchar hasta la muerte por la libertad», sino un acuerdo «aceptable para ambas partes», que pasa por la neutralidad de Ucrania, al estilo de Austria o Suiza, y su desmilitarización, con la OTAN como garante.
Da por hecho que Crimea y todo el Donbass queden bajo control de Rusia, y reconoce como «problemático el deseo ruso de controlar la costa ucrania y el mar de Azov».
Por último, recuerda que, «además de una nación heroica que defiende su independencia, Ucrania es una presa geoestratégica, económica y militar que se disputan la democracia y la dictadura, pero también dos imperialismos».
Y no descarta «que la agresión contra Ucrania sea un fracaso o semifracaso para la Rusia de Putin», pero recuerda que las intervenciones militares estadounidenses también lo fueron «y tuvieron consecuencias tan desastrosas para las poblaciones de Oriente Medio como las del ataque ruso para la población de Ucrania».
«Hasta dónde apoyamos a Ucrania»
Jürgen Habermas, reputado filósofo alemán, abunda en el dilema de Occidente que, «con su decisión moralmente bien fundamentada de no ser parte de la guerra, se ha atado las manos» y «tiene que elegir entre dos males: la derrota de Ucrania o la conversión de un conflicto limitado en una tercera guerra mundial».
En su artículo, “Hasta dónde apoyamos a Ucrania”, Habermas (Düsseldorf, 1929) toma parte por la cautela del canciller alemán, Olaf Scholz, en el rearme de Ucrania y la participación en la guerra.
El para algunos mayor intelectual europeo vivo, lamenta que «77 años después del final de la II Guerra Mundial… las inquietantes imágenes de la guerra han vuelto a nuestras puertas, liberadas por el arbitrio de Rusia».
Habermas profundiza sobre el umbral de riesgo a partir del cual no se puede armar a Ucrania. Ello «proporciona al bando ruso una ventaja asimétrica sobre la OTAN», ya que «es Putin quien decide cuándo cruza Occidente» la linea roja.
Pese a ello, matiza que «el bando occidental, como muy bien sabe la parte rusa, no puede dejarse chantajear a discreción» y «abandonar a su suerte a Ucrania», ya que «tendría que volver a jugar a la misma ruleta rusa en Georgia o de Moldavia, y quién sabe quien sería el próximo».
Habermas recela de la focalización de la crisis en Putin, al viejo estilo de la sovietología, y rechaza que sea «un visionario excéntrico que, con la bendición de la iglesia ortodoxa rusa y bajo la influencia del ideólogo autoritario Alexander Dugin, ve la restauración del imperio ruso como la obra de su vida política».
Eso no implica que sea condescendiente con el eterno inquilino del Kremlin, un político «calculador formado en el KGB, cuya inquietud por las protestas políticas en (…) su propio país se agudizó por el giro de Ucrania hacia Occidente y el movimiento de resistencia política en Bielorrusia».
Habermas atribuye la «repetida agresión de Putin» a «una respuesta cargada de frustración a la negativa de Occidente a negociar su agenda geopolítica (…) y la neutralidad de una zona colchón que debía incluir a Ucrania».
Defensor de un «patriotismo constitucional» en la UE, contrapone a «la resistencia y disposición al sacrificio de la población ucrania» la mentalidad posheroica de las sociedades de Europa occidental.
Una «mentalidad posheroica que pudo desarrollarse durante el siglo XX gracias al paraguas nuclear de EEUU», reconoce. Y que, siguiendo sus palabras, supone, «en esencia, que los conflictos internacionales solo pueden solucionarse mediante la diplomacia y las sanciones y que, en caso de estallido de un conflicto militar, debe resolverse cuanto antes, ya que el peligro que conlleva la amenaza de una guerra de destrucción masiva implica que es humanamente imposible poner fin a la guerra con una victoria o una derrota en sentido tradicional».
Habermas culmina sentenciando que «no veo ninguna justificación convincente para reclamar una política que, por doloroso y cada vez más insoportable que resulte ver el sufrimiento diario de las víctimas, ponga en peligro de hecho la bien fundada decisión de no participar en esta guerra».