Jaime Igleias
Madrid
Entrevista
Guillermo Aguirre
Escritor

«Pertenezco a la última generación de adolescentes para la que las calles eran recreos»

Nacido en Bilbo en 1984, a los 14 años abandonó los estudios dedicándose a la hostelería y a la compraventa de objetos de segunda mano. En 2010 publicó su primera novela, ‘Electrónica para Clara’, con la que ganó el Lengua de Trapo. ‘Un tal Cangrejo’ (Sexto Piso), es su obra más ambiciosa.

Guillermo Aguirre acaba de publicar su obra más ambiciosa.
Guillermo Aguirre acaba de publicar su obra más ambiciosa. (J.DANAE | FOKU)

Mientras afianzaba su posición como novelista con títulos como ‘Leonardo’ (2013) y ‘El cielo que nos tienes prometido’ (2016), Guillermo Aguirre luchaba por dar forma definitiva a esta nueva novela donde evoca su conflictiva adolescencia en el Bilbo de finales de los 90. Cinco años después de su último libro, ‘Un tal Cangrejo’ ha visto finalmente la luz y la crítica ha saludado su publicación como uno de los hitos editoriales del año.

En el capítulo de agradecimientos que cierra la novela usted reconoce que le costó casi una década escribir ‘Un tal Cangrejo’ ¿Cuál fue el punto máximo de dificultad al que se enfrentó?

Hace trece años volví la vista atrás, y atendiendo al tipo de adolescencia que tuve, intuí que ahí había una historia muy potente. El tema es que para construir una ficción en torno a esas experiencias fui abriendo varias vías pero tardé en darme cuenta de que se trataba de tramas y subtramas que no funcionaban. Eso ralentizó el proceso de escritura que también se vio afectado por la problemática que me planteaba evocar, aunque fuera desde la ficción, ese carácter violento y conflictivo que tuve durante mi adolescencia. Era algo que aún estaba muy fresco en mi memoria y me di cuenta de que aún no había llegado a ese punto de estar en paz conmigo mismo que me permitiera afrontar la escritura. Esa sensación no llegó hace seis o siete años. Fue entonces cuando retomé lo que tenía escrito y tiré para adelante.

La adolescencia es una etapa que, en la literatura, siempre se ha abordado desde una cierta épica pero ‘Un tal Cangrejo’ es una novela que parece escrita contra esa tendencia.

Yo creo que la existencia de Cangrejo también está guiada por la búsqueda de una épica, por la mitología que le ofrecen las películas y las calles. Pero eso no se traduce en una visión romántica de la adolescencia porque, para hacer aflorar en todo su esplendor ese periodo de nuestras vidas, no hace falta echar mano de la nostalgia. Es cierto que Cangrejo es un antihéroe pero el antihéroe es el héroe moderno. El tema es hasta donde está dispuesto a tolerar el lector ese carácter problemático del protagonista. Yo creo que, al ser un adolescente, a Cangrejo se le pueden llegar a tolerar ciertas conductas que en un personaje adulto serían difícilmente admisibles. Eso, como escritor, me permitió jugar con ciertas dualidades tensando mucho la cuerda.

No sé hasta qué punto crecer en un territorio como el Bilbo de finales de los 90 puede condicionar ese retrato de la adolescencia que usted aborda en la novela.

El Bilbao de los 90 era un oasis. Las cosas malas que estaban pasando ocurrían en otros lugares pero yo necesitaba oscurecer un poco ese Bilbao, darle una pátina más dramática de la que realmente tenía. Por eso acudí a la imagen del Bilbao de los 80, con esa industria pesada malherida, un escenario que cuando yo era adolescente nos lo estaban cambiando en nuestra propia cara, aunque he de reconocer que, a cambio, nos dieron un patio de recreo maravilloso con esos edificios a medio hacer donde nos refugiábamos. Pero a pesar de ese lavado de cara que vivió la ciudad en aquella época, los de mi generación aún teníamos muy claros los referentes anteriores, los ecos de ese Bilbao de ‘El Pico’ seguían ahí.

En la adolescencia buscamos nuestro lugar en el mundo desde la negación de todo aquello que nos rodea. ¿Toda negación conlleva una cuota de autodestrucción?

No en todos los casos. Hay adolescentes que pueden recorrer la vía lógica hasta encontrar su lugar en el mundo y luego hay otro grupo bastante elevado que necesita transitar ese camino del fracaso antes de reinsertarse. Los que elegimos ese camino lo hicimos alentados por una cierta premura a la hora de penetrar en el mundo adulto y conocer aquello que ocurre fuera de las aulas. El método natural para ello es escenificar una ruptura y una rebeldía, contra todo y contra todos, que no busca tanto generar un nuevo modelo de sociedad como intentar encajar en el mundo que ya existe. Para que un adulto te acepte como un igual lo que tienes que tener es algo que contarle y esa necesidad de ruptura tiene que ver con el deseo de vivir experiencias nuevas.

¿Cuánto hay de Guillermo Aguirre en ese tal Cangrejo? Uno sospecha que, en esta novela, usted ha puesto en juego muchas de sus propias vivencias.

Para empezar toda la psicología del personaje está directamente inspirada en mi yo adolescente. Yo, como Cangrejo, viví el fracaso escolar y eso me llevó a la necesidad de ser algo que no estaba en mi naturaleza ser atendiendo a lo que dictaba la ley de la calle. Cangrejo tiene esa fantasía por ejercer un liderazgo que le lleve a ser respetado en ciertos ambientes que se rigen por sus propios códigos. Toda esa sed y esa premura del personaje vienen de mí. Pero los hechos, sobre todo los más salvajes, no se basan tanto en vivencias personales como en leyendas urbanas del Bilbao de entonces que yo fui recogiendo.

Quizá la frustración de Cangrejo tiene que ver con que ha sido educado para asumir un liderazgo intelectual, pero los ambientes en los que se mueve le exigen otro desempeño.

Sí, él quiere imponer su autoridad desde los puños y la fuerza pero enseguida se da cuenta de que su propia constitución física, su falta de coraje y su falta de valor le impiden eso. A él el valor se lo dan los demás, también por esa culpa que arrastra, dado que la posición de su familia es más desahogada que la de sus amigos. Es algo que siempre se está reprochando. Pero es una ruptura lógica porque uno siempre huye de lo que ve en casa para educarse dentro de los roles del grupo, y en Cangrejo hay una cierta nobleza, pese a todo. Su deseo es dominar a los otros para mantenerlos a salvo.

¿Y no le dio pudor acometer ese ejercicio de desnudez emocional o, por el contrario, la construcción de ese andamiaje literario le ayudó a tomar distancia de su propia historia?

Al final se trataba de coger a un personaje que es parecido a mí y meterle en una realidad paralela. La novela está narrada en tercera persona y eso ya plantea una sensación de desdoblamiento. También el uso de un cierto humor, que va acompañando el relato, me sirvió para distanciarme. Por otra parte, la propia estructura de la historia, que se asemeja a la novela decimonónica, con los insertos de esas entrevistas hechas desde el presente, me permitió reorientar la información de tal manera que las emociones que definen al personaje tuvieran una evolución y un cierto orden.

¿No temió que una estructura tan ambiciosa hiciera que la novela se le fuera de las manos?

Fue una manera de encontrar un aliciente porque los autores que no vivimos de esto necesitamos encontrar un motivo de satisfacción para escribir. La novela tiene algo de ‘bildungsroman’, pero en ‘Un tal Cangrejo’ la fuerza del grupo sobre el protagonista tiene mucha mayor incidencia que en las clásicas novelas de iniciación. Por otro lado incorporar toda esas entrevistas realizadas en el presente al resto de personajes me permitía hacerlos crecer, potenciar sus voces y romper con la omnisciencia narrativa. Mi idea era imprimir al relato una agilidad propia de los documentales y a la vez, jugar con el perspectivismo, es decir, con el hecho de narrar la realidad desde diferentes puntos de vista.

En esas voces se percibe un foco de tensión generacional ¿Hasta qué punto la actitud de Cangrejo está motivada por un rechazo hacia ese ideal de transformación que orientó la militancia de sus padres?

No es un rechazo consciente. Lo que hay en Cangrejo y sus amigos es un desapego total hacia aquello que representan sus padres. Nuestros padres fueron una generación muy implicada políticamente y nosotros, sin embargo, replicamos en nuestra adolescencia esas pulsiones capitalistas que hicieron que nuestro único anhelo fuera poseer cosas. El compromiso político de nuestros padres lo vivimos como si fuera algo que nos hubiera abocado a un cierto apocalipsis y eso estimulaba un apetito de destrucción porque, total, si hemos fracasado, ya todo da igual. Además ten en cuenta que los protagonistas del libro son hijos de padres separados. Esa circunstancia potencia una cierta rabia que dificulta su implicación política porque para implicarte tienes que ilusionarte, mantener viva una esperanza, imaginar un futuro y los protagonistas de mi novela lo que hacen es quemar el presente. Supongo que también afectados por las tensiones sociales y la mochila de traumas con la que cargaba aquel Bilbao de los 90.

Diría que se trata de una novela generacional o ¿ese retrato que acomete de la adolescencia resulta atemporal?

Los adolescentes de hoy gestionan sus emociones de manera mucho más individual, viven como aislados y el grupo no tiene la fuerza que tenía en los chavales de hace veinte años. Pero, a pesar de ello, yo creo que la manera que tienen de vivir los hechos dramáticos y de sobrealimentarlos es similar, igual que la capacidad que tienen para imaginarse y para proyectarse en la realidad. Dicho lo cual yo creo que entre los adolescentes de ahora esa falta de ilusión y esa percepción de la realidad como algo apocalíptico es incluso más acentuada. Ellos han nacido directamente en un mundo donde nada funciona, donde hay más miedo y menos márgenes de libertad. Pese a todo lo malo, yo pertenezco a la última generación de adolescentes para la que las calles eran recreos, la última que lo pasó realmente bien.

En su caso, ¿en qué medida la literatura le fue útil para encontrar su lugar en el mundo?

Yo he escrito desde muy joven pero claro, durante mi adolescencia, al haber tirado por el camino por el que tiré, no era algo de lo que me sintiera muy orgulloso. Así que cuando empecé a escribir en serio, lo hice asumiendo una sensación de derrota de ese yo que quise ser sin terminar de lograrlo. Pero todas las derrotas suman a la hora de despejarte el tránsito hacia la edad adulta y, en este sentido, la literatura me marcó un camino de reinserción. Escribir me permitió volver a mi madre, a ser acogido en el núcleo familiar como la oveja descarriada que retorna al redil. Además, cuando, como en este caso, uno escribe en un registro autobiográfico lo que está haciendo es arrojar algo de luz sobre ciertas zonas sombrías de su propia vida. El pasado hay que ficcionalizarlo para entenderlo y para dotarlo de sentido.