Nombrar a los Pixies es rememorar la leyenda de una banda pionera que en compañía de Sonic Youth, Violent Femmes, Hüsker Du ty Melvins, entre otros, asentó los cimientos del rock alternativo y del noise. En aquella época, hablamos de finales de los 80 y comienzos de los 90, su repertorio era un imprevisible cajón de sastre donde se almacenaban temáticas muy dispares.
Sus estrofas crípticas se inspiraban de ramalazos de locura surreal, lisérgicos avistamientos de ovnis, sexo, mutilaciones, incestos y todo ello condimentado con apocalipsis bíblicos y un afilado sentido del humor.
Si a este cóctel de letras le añadías unos furiosos ramalazos de punk y postpunk, que hacían escalas en tonalidades más melódicas, y pop salía como resultado el embrujo de una banda que revolucionó el paisaje sonoro mediante letras que inspiraban todo tipo de teorías y un sonido muy directo y contundente, mucho más claro que lo recitado ante el micrófono por el vocalista y firmante de la mayoría de las letras, Black Francis.
Su éxito se produjo lejos de Estados Unidos, en Europa y sobre todo en Inglaterra. Su ruta fue meteórica, nunca alcanzaron la gloria, pero fueron un referente del grunge, surgido tras su disolución en 93.
Siete años y cuatro discos tan rotundos como ‘Surfer Rosa’ y ‘Doolittle’ derivarían en una enconada lucha de egos entre Black Francis y la bajista Kim Deal, incluídas escenas como la de Francis arrojándole una guitarra a Deal durante un concierto en Stuttgart.
En 2004, Pixies retomó su ruta con la voz de Black Francis, la batería de David Lovering, la guitarra de Joey Santiago y la bajista de A Perfect Circle y The Entrance Band, Paz Lenchantin.
A este nuevo periodo pertenece su octavo y último álbum, publicado el pasado 30 de setiembre, titulado ‘Doggerel’.
Variedad sonora
A estas alturas nadie espera que Pixies vuelvan a revolucionar el panorama musical, tampoco son el típico grupo de dinosaurios que vive exclusivamente del repertorio pasado.
Su apuesta parece estar encaminada a disfrutar sobre los escenarios y ser lo suficientemente respetuosos con su pasado mediante discos que, pese a encontrarse a gran distancia de sus mejores trabajos, incluyen algunos temas realmente interesantes.
Es el caso de ‘Haunted House’, un tema que vuelve a ubicarnos en los paisajes lúgubres y góticos que siempre han sido seña de su identidad. Previamente asoma ‘Nomatterday’, encargado de abrir el disco, espoleado por el rotundo bajo de Paz Lenchantin y cuya letra parece estar dirigida contra quienes les acusan de reliquias.
Pop, folk y surf rock, acompañados por guitarras que a ratos nos trasladan a la frontera de México. Otras se revelan afiladas y pesadas, dotan de forma y sentido la base sonora de un disco que no es intrépido pero incluye algunos cortes a tener en cuenta.
Como dato curioso, en este trabajo no asoma mención alguna a la muerte y en su conjunto sonoro predomina cierta luminosidad que va más allá de lo que aportan los propios acordes pop.
Otra cuestión novedosa la aporta el guitarrista Joey Santiago quien, por primera vez, se revela como letrista en Pixies con ‘Dregs of the Wine’, en la que rememora su infancia, y componiendo acordes que van desde las cuerdas fronterizas de ‘You're Such A Sadducee’ hasta el country de ‘Pagan Man’.