Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Entrevista
Antxon Olabe
Economista, experto en cambio climático

«Sustituir el sistema energético es la clave, no desviemos el foco»

Economista, ensayista y excelente divulgador, Antxon Olabe acaba de publicar el libro ‘Necesidad de una política de la Tierra’ (Galaxia Gutemberg). Con una dilatada experiencia en la lucha contra el cambio climático, recuerda que la «clave absoluta» pasa por sustituir el sistema energético.

Antxon Olabe
Antxon Olabe (Maialen ANDRES | FOKU)

Antxon Olabe, una de las voces más respetadas del Estado en torno a la crisis climática, atiende a GARA en Donostia al poco de presentar, de la mano de Galde Kultur Elkartea, su último libro, donde expone con rigor algunas claves de una lucha que va a marcar, ya lo está haciendo, el futuro de la humanidad.

Expone en el libro, desde el mismo título, la necesidad de una «política de la Tierra». ¿A qué se refiere exactamente?

El concepto «política de la Tierra» hace referencia a que hemos entrado en un momento histórico que demanda una visión y una acción más amplia, salir de ese pequeño reducto de la política nacional para, además, hacer una política que atienda a los bienes comunes de la humanidad, como es la preservación del clima. No podemos seguir pensando solo en términos de políticas para los Estados; si no hay una colaboración entre las grandes economías del mundo el cambio climático no tiene solución e irá cada vez peor.

Afirma que la respuesta a la emergencia climática es la lucha más decisiva de nuestro tiempo. ¿Cree que la sociedad lo ha interiorizado?

Creo que en la Unión Europea, con sus limitaciones, la respuesta climática ocupa un lugar muy importante en las preocupaciones. Lo demuestran los sondeos de opinión. ¿Tanto como para decir que una mayoría social entiende que es la lucha decisiva de nuestro tiempo, como han dicho por ejemplo los tres últimos secretarios generales de las Naciones Unidas? No me atrevería a decir tanto. Cuando vienen problemas de crisis económica, desempleo, la invasión rusa de Ucrania, etc., las agendas y las preocupaciones sociales se alteran, pero es verdad que al menos en la UE hemos llegado a un punto en el que la sociedad no permite que haya una marcha atrás.

Ha mencionado la invasión de Ucrania; el contexto internacional es muy complicado, con la guerra, la crisis energética. ¿Puede esto frenar la lucha ante el cambio climático?

A corto plazo, obviamente, sí. De hecho, lo está haciendo, entre otras cosas porque la atención de los responsables políticos está en buena medida orientada a dar respuesta a estas urgencias del corto plazo. Sí que hay un desplazamiento de la atención a corto plazo. Pero una de las derivadas de esta crisis que ha surgido a raíz de la invasión de Ucrania es que la Europa geopolítica de la que hemos empezado a hablar en los últimos tiempos se ha dado cuenta de que depender de los combustibles fósiles, de importaciones de petróleo y gas, es una debilidad estratégica. ¿Por qué? Porque te lo pueden cortar, ya hemos visto que las exportaciones de petróleo y gas se utilizan como vectores de poder. Esto, a medio plazo, en el horizonte 2030, va a significar una aceleración hacia las energías renovables y la eficiencia y ahorro energéticos, porque hemos comprobado que depender de esas importaciones no solo es malo para el clima, es malo para la economía e implica una debilidad.

Y ese es un elemento importante a tener en cuenta, porque esta reflexión que estamos haciendo los europeos también la están haciendo otras grandes economías que importan la mayor parte de sus mix energéticos, básicamente China y la India.

¿Observa un riesgo de que haya gente que dé por perdida esta lucha, de que se resigne?

Esta es una de las cosas que más me preocupan. Estoy detectando, en los círculos en los que se habla de estos temas, ese pesimismo cultural, vamos a llamarlo así, respecto a la emergencia climática. Y yo creo que es un enorme error. El futuro no está escrito, el futuro lo escribimos con las acciones, con los valores y con los instrumentos que ponemos en marcha ahora. Que la situación es grave, es obvio, ahora bien, nosotros podemos ayudar a que eso se vaya reconduciendo, o no. Si entramos en ese pesimismo lo que vamos a tener es una profecía autocumplida, porque si no hacemos nada vamos a ir al escenario más desastroso. Pero eso no tiene por qué ser así.

Y es relevante, en relación con esto, recordar que según nos ha explicado la comunidad científica incluso una décima de grado que logremos reducir es muy importante. Es radicalmente distinto que finalicemos el siglo XXI con un incremento de la temperatura media de aproximadamente 1,6, 1,7 grados, a que acabe con 2,6 o 2,7. Es otro mundo. Y los impactos, gravísimos, para miles de millones de personas y para la biodiversidad de la Tierra serían muy distintos. Por eso, la batalla no se puede dar por perdida, hay que luchar.

 

«Es radicalmente distinto finalizar el siglo XXI con un aumento de la temperatura media de 1,6 grados a que acabe con 2,6. Es otro mundo. Los impactos para miles de millones de personas y para la biodiversidad serían muy distintos. Por eso hay que luchar»

Habría que insistir quizá en que estamos a tiempo de evitar los peores escenarios...

Efectivamente, y eso es totalmente cierto. Hace diez años la comunidad científica presentaba cuatro escenarios climáticos, cuatro concentraciones de trayectorias de las emisiones de gases de efecto invernadero (Representative Concentration Pathway-RCP), y con los compromisos y las políticas públicas que ya existen, tras el Acuerdo de París y los aspectos positivos de la Cumbre de Glasgow, que los ha habido, se puede decir, siempre con la boca pequeña, que los peores escenarios casi seguro que no van a ocurrir. Según la Agencia Internacional de la Energía y según la ONG alemana Carbon Tracker, la modelización de esos compromisos, si se llevan a cabo de manera adecuada, nos conduciría a un incremento de la temperatura a finales del siglo XXI de 1,8 grados. Esto no quiere decir que todos los países vayan a hacerlo impecablemente, ya sabemos que no, pero que eso empiece a estar en el debate climático es un motivo de esperanza. Y como decía antes, cada décima que logremos evitar es importante.

Más allá de medidas gubernamentales y del progreso tecnológico, ¿es necesario cambiar nuestro estilo de vida?

Este es un debate sutil. Es necesario cambiar, pero a mí me gusta insistir en que la clave absoluta para reconducir la emergencia climática es sustituir el sistema energético. No nos podemos desviar de ese objetivo fundamental. Porque, a veces, no digo que con mala intención, obviamente, hay organizaciones ecologistas muy serias y muy comprometidas que insisten mucho en este concepto del estilo de vida. Está bien, pero no seamos ingenuos. ¿Quién tiene el mayor interés en que no se hable tanto del sistema energético fósil? Carbón, petróleo y gas. El que está metido ahí. Al que tiene un interés en su modelo de negocio, en preservar el estatu quo energético, le interesa poner el ventilador de las responsabilidades de manera que no se apunte directamente a donde está el problema. Efectivamente, hay que reducir muchísimo y hay que hacer una enorme pedagogía social sobre un consumismo feroz en el que nos hemos instalado, pero no puede ser una cortina de humo; esto no tiene otra solución que, en los próximos 20, 25, 30 años, retirar las energías fósiles del sistema.

Hablamos mucho del calentamiento global; ¿la pérdida de la biodiversidad es la otra cara de la misma moneda?

Sí. La crisis climática es la manifestación más urgente de un problema más amplio, que es una crisis ecológica sistémica, en la que de alguna manera estamos colisionando con los límites ecológicos planetarios. El más urgente y el más grave es el del cambio climático, pero otro extraordinariamente importante es la desaparición de la diversidad biológica. Un tercero sería la degradación ambiental de los océanos, que es otro gran problema. Mantener esta perspectiva sistémica de la Tierra es importante, porque no tenemos solo la crisis climática, lo que pasa es que esta es la más urgente, porque realmente nos va la vida. Confío en que a partir de la respuesta a la emergencia climática también se activen las respuestas a la desaparición de la diversidad biológica.

 

«El primer informe de síntesis del IPCC es en 1990, y entre ese año y 2020, sabiendo lo fundamental del cambio climático, las causas, las consecuencias, y la gravedad, las emisiones han aumentado un 58%. ¿Cómo no vas a estar cabreado si tienes 18 años?»

¿Las generaciones futuras nos van a juzgar con dureza?

No solo las generaciones futuras. Creo que la gente que ahora puede tener 20, 22, 18 años, los chicos y las chicas más concienciadas, ya están haciendo una valoración muy crítica de la respuesta de las generaciones mayores. Y con toda la razón del mundo. Estoy seguro de que si yo tuviese 18 años ahora mismo estaría muy cabreado, porque, como dijo Greta Thunberg muy gráficamente en las Naciones Unidas, nuestra casa está en llamas. El sistema Tierra ya se ha adentrado en una situación de emergencia climática. Cuando tienes una información de la complejidad de las sociedades, de las necesidades que hay que atender, sabes que todo no es linealmente perfecto, pero aunque en Europa hemos respondido bien en lo fundamental en los últimos 30 años, en otras grandes economías del mundo la respuesta ha sido lamentable, especialmente países ricos como EEUU.

El primer informe de síntesis del IPCC es en 1990, y entre 1990 y 2020, ya sabiendo lo fundamental del cambio climático, las causas, las consecuencias, y la gravedad, las emisiones han aumentado en un 58%. ¿Cómo no vas a estar cabreado si tienes 18 o 20 años? Espero que seamos capaces de reconducir esto y de evitar los peores escenarios, pero el clima ya se ha desestabilizado. Es normal que la gente joven, y las siguientes generaciones, digan «¿dónde estabais mirando? ¿Dónde estabas tú cuando pasaba esto?».