Alessandro Ruta

‘La vita è bella’, todavía

Hace 25 años aparecía en las salas cinematográficas la obra maestra de Roberto Benigni, que sería galardonada con tres Óscar. Una historia que tocaba un tema tan complicado como el Holocausto de manera divertida y que fue una absoluta sorpresa viendo sus películas anteriores.

Roberto Benigni, Nicoletta Braschi y Giorgio Cantarini, en una escena del film.
Roberto Benigni, Nicoletta Braschi y Giorgio Cantarini, en una escena del film. (Wikipedia Commons)

Los italianos le deben mucho a Roberto Benigni, una de las caras más reconocidas del Belpaese en el mundo entero. Ese actor toscano siempre ha trabajado a su manera, pero acumulando éxito tras éxito: lecturas públicas de la ‘Divina Commedia’, programas de televisión donde analizaba el himno italiano o la Constitución, y sobre todo películas. Absurdas la mayoría, de una comicidad áspera pero al mismo tiempo muy eficaz.

Así que se puede imaginar la sorpresa viendo llegar a las salas cinematográficas, hace ahora justo 25 años, exactamente el 20 de diciembre de 1997, de ‘La vita è bella’, un film suyo sobre el Holocausto, un tema muy resbaladizo.

«Buongiorno, principessa!»

Hay un punto de inflexión entre el Benigni anterior y el actual, convertido en una especie de autoridad moral en la cultura italiana. Y ese punto es ‘La vita è bella’, cuyo título iba a ser inicialmente ‘Buongiorno principessa’, la frase que exclama el protagonista Guido al principio de la película, cuando desde un granero se le cae encima Nora, una profesora de escuela primaria interpretada por su musa y mujer, Nicoletta Braschi.

Antes de su obra maestra, el actor de Castiglion Fiorentino era el rey de las comedias crudas con sus personajes surrealistas. Empezando por Mario Cioni, un joven un poco tonto que pierde su tiempo sin hacer literalmente nada. Y por el film ‘Berlinguer ti voglio bene’ (‘Berlinguer te quiero’), dedicado al por aquel entonces secretario del Partido Comunista Italiano, donde Benigni militaba activamente. El plano-secuencia de dos minutos y pico en que el actor completa una serie de insultos es un himno a la improvisación.

Después de Cioni, el artista toscano participaría en proyectos casi para fanáticos del cine, como ‘Tu mi turbi’, su primer film como director; ‘Daunbailò’, de Jim Jarmusch; o ‘Il Pap'occhio’, una película considerada blasfema por la Iglesia y censurada durante décadas (hablaba de un Papa que quería fundar un canal televisivo personalista).

En 1984, junto a su amigo Massimo Troisi, realizó su primer enorme éxito en taquilla, ‘Non ci resta che piangere’ (‘No nos queda más que llorar’), un viaje ficticio en el siglo XVI para intentar parar a Cristóbal Colón antes de su llegada a América.

«Vosotros me diréis: ¿Cómo se puede reír del hecho más trágico del siglo XX? [...] Porque la vida es bella, porque también en el horror se puede encontrar la esperanza, porque hay algo que se resiste a todo»

 

Esta mezcla toscano-napolitana fue el pistoletazo de salida para una carrera que se mantenía en dos carriles; la de heredero de Federico Fellini y la de maestro de la comedia «exagerada». Por un lado, Benigni participó «de facto» en el último trabajo del leyendario y pluripremiado director, ‘La voce della luna’, de 1990, una de las obras más fellinianas de la historia, muy vinculada a los sueños. Y por otro, con ‘Il piccolo diavolo’, ‘Johnny Stecchino’, ‘Il figlio della Pantera Rosa’ e ‘Il mostro’ seguía garantizando las carcajadas. Sobre todo ‘Johnny Stecchino’ (‘Johnny Palillo’), de 1991, un clásico absoluto de la comicidad italiana, donde Benigni ejerce de chófer de autobus que es copia clavada de un jefe de la mafia.

«Los malos-malos que gritan»

«Vosotros me diréis: ¿Cómo se puede reír del hecho más trágico del siglo XX? [...] Porque la vida es bella, porque también en el horror se puede encontrar la esperanza, porque hay algo que se resiste a todo, a cualquier desesperación [...] Reír nos salva». Estas frases se pueden leer en el libro ‘La vita è bella’, publicado por el artista toscano en Navidades de 1997, junto con la aparición de película. En él se explican las razones profundas de esta idea que al parecer era muy poco de Benigni. «La vida es bella» es lo que escribía el revolucionario soviético León Trotski a su mujer mientras estaba en Ciudad de México, exiliado por Stalin.

En los años anteriores, el actor había conocido a algunos supervivientes a los campos de exterminio nazis, y más concretamente le habían presentado otro libro, ‘Alla fine ho sconfitto Hitler’ (‘Al final derroté a Hitler’), obra de uno de estos hombres que consiguieron salir vivos de Auschwitz: Rubino Romeo Salmoni, un judío italiano.

Benigni, junto al poeta y guionista Vincenzo Cerami (excolaborador de Pier Paolo Pasolini) no tradujo literalmente el ensayo, sino que lo recompuso a su manera: una parte en estilo netamente cómico y la otra más triste y reflexiva.

Hay dos películas en una: la primera acaba con el nacimiento, en el film, de Giosué, y tiene mucho de risa cuando el protagonista Guido le quita el puesto al jerarca fascista para ir a la escuela de Nora y hablar con ella, o en la escena donde escucha los consejos de su tío sobre cómo ser un buen camarero en el restaurante.

Reír en la primera parte, llorar en la segunda, mientras Guido intenta convencer a Giosué de que participan en un juego que tiene un tanque como premio

 

En esta Arezzo de postal las aventuras de Guido/Benigni al principio parecen una especie de reproducción de ‘Johnny Stecchino’, hasta la llegada de las leyes racistas y de las deportaciones. El fascismo nos viene presentado como un grupito de gente estúpida, y los nazis como los «malos -malos que gritan». Pero no todos los alemanes son así, como muestra un personaje secundario pero muy eficaz de la película, el doctor Lessing, con quien el protagonista comparte la pasión por las adivinanzas.

Reír en la primera parte, llorar en la segunda, mientras Guido intenta convencer a Giosué que están participando en un juego que tiene un tanque como premio y no en una operación de limpieza étnica, presos en un campo de exterminio.

Como Charlie Chaplin

El final dio mucho de que hablar, porque es una gran falsedad histórica hacer pensar que los americanos acabaron con los «lager» (campos de concentración). Pero quizás se le puede perdonar este fallo a Benigni si reparamos en que el tono general de la película es más de cuento que de documental, guiado por la voz exterior de un narrador, el Giosué adulto.

Las críticas fueron sobresalientes desde el principio, y en la prensa italiana se habló claramente de un Benigni-Charlie Chaplin o de alguien muy parecido a uno de los maestros del neorrealismo, Roberto Rossellini. Los tres Óscar que recibió ‘La vita è bella’ en marzo de 1999 (y esto porque a Estados Unidos llegó en 1998) fueron la consecuencia lógica: mejor film extranjero, mejor actor protagonista para Benigni (primero en conseguirlo en un idioma no-inglés) y mejor banda sonora para Nicola Piovani, un creador discípulo de Ennio Morricone.

 

«And the Oscar goes to... Roberto!», fue aquel momento inolvidable en que Sophia Loren anunció la victoria de ‘La vita è bella’ como mejor film extranjero, con Benigni levantándose y caminando por encima de los hombros de Steven Spielberg. Y luego su discurso agradeciendo a sus padres «haberme regalado la pobreza».

Bellini salió de lo más humilde para llegar a la gloria, siempre a su manera, como cuando se mofaba de Juan Pablo II o Berlusconi

 

Allí se pudo notar el alma del actor nacido en los humildes cabarets de la profunda provincia toscana y que llegaría a la gloria absoluta. Siempre a su manera, como cuando llamaba con desprecio «Wojtylaccio» a Papa Juan Pablo II o cantaba «Cuando pienso en Berlusconi se me desinflan los cojones».

La imagen de Mario Cioni iba a desaparecer para siempre pero al mismo tiempo la carrera de Benigni no llegaría más arriba. Los siguientes trabajos, de hecho, serían muy decepcionantes, incluida una versión de ‘Pinocchio’ bastante sosa.

Pese a todo esto, cada vez que ‘La vita è bella’ se reprograma la audiencia sube como la espuma. Porque el mensaje siempre es el mismo: «La vida es bella», todavía hoy, 25 años después.