Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión

Centenario Ava Gardner, la condesa descalza que renegó de la hipocresía

Ava Gardner se empleó a fondo y de manera implacable y autodestructiva en dinamitar los esterotipos de Hollywood. Fue objeto, tendencia y una mujer libre de prejuicios pero señalada de manera constante. Fue también una gran actriz, la condesa descalza que bebió y fumó siempre ajena al resto.

Ava Gardner, la leyenda entre bocanadas de humo.
Ava Gardner, la leyenda entre bocanadas de humo. (NAIZ)

Ava Gardner no vivió la vida de ellos, se la bebió, fumó y devoró a dentelladas. Nació hace cien años es una pequeña localidad de Carolina del Norte y desde que fue descubierta, de manera casual, por un cazador de talentos, fue presa de su propia sombra y toda su odisea vital se resumió en huir de sí misma, de la Venus encarnada en mujer.

Fue ‘El animal más bello del mundo’, una frase que le fue grabada a fuego por los grandes estudios de Hollywood y de la que siempre renegó, o quiso renegar. La Gardner se empleó a fondo en borrar semejante sentencia, odiaba Hollywood porque le parecía hipócrita y superficial.

«Nunca fui una actriz; ninguna de las chicas de la Metro lo fuimos, solo éramos caras bonitas», así explicó su paso por la Metro Goldwyn Mayer, la compañía regida con mano ferrera por el temido Louis B. Mayer, el magnate que encontró en los ojos verdes y melena negra de aquella joven de 19 años el barro que requería para dar forma a su nuevo mito erótico, una femme fatale artifical que tras participar en pequeñas producciones, deslumbró en 1946 cuando la MGM cedió a la intérprete a la Universal para protagonizar 'Forajidos', junto a un debutante Burt Lancaster.

El gran éxito que cosechó esta adaptación del relato Ernest Hemingway le abrió de par en par las puertas del Olimpo de Hollywood, un universo tan ficticio como el producto que fabricaba la gran factoría de sueños.

Los años 50 fueron suyos, bajo la severa tutela de la Metro participó en ‘Pandora y el holandés errante’, ‘Los caballeros del rey Arturo’ y, sobre todo, 'Mogambo'. Bajo la dirección del viejo zorro irlandés John Ford y en aquella aventura africana a tres bandas que -por obra de la censura española convirtió un adulterio en incesto-, Gardner le soltó al mismísimo Clark Gable aquella frase mítica en la que junto a unos elefantes, la actriz le dijo al galán, «¿Dónde he visto antes esas orejas?».

Lejos de Hollywood, en un lugar gris

A los 50 también pertenece otra gran película por la que siempre será recordada, ‘La condesa descalza’ (1954). En ella y bajo la dirección de Joseph L. Mankiewicz, quiso decirnos que no era tan solo un florero decorativo. Su interpretación de María Vargas la asoció para siempre con otro lugar, alejado de Hollywood, un país gris y sacudido por una dictadura que ella encontró luminoso y poseedor de una noche infinita que le permitía ahogar momentáneamente lo que ella guardaba dentro de sí.

Según dijo Gardner «en Hollywood no podía salir a pasear a mi perro, ni ir al aeropuerto o a un restaurante, no podía ir al aseo de señoras sin que alguien estuviera vigilándome, espiándome. Me sentía encarcelada por el estilo de vida de una estrella de cine».

Fue una actriz que no servía para ser estrella, odiaba lo artificial y las banalidades y encontró en el alcohol una vía, igual de artificial pero muy efectiva, para huir de sí misma. «Nunca fui uno de aquellos bebedores silenciosos, que beben día y noche sin parar. Me encantaban las fiestas y trasnochar. Cuando bebía, era sólo por el efecto. Con todas las copas que he tomado, no recuerdo haber disfrutado de ninguna. El único motivo por el que bebía era para superar mi timidez», dijo.

De esta manera, Madrid, sus toreros, sus aristócratas rancios pero igual de bebedores que ella y demás fauna nocturna, se convirtieron en su nueva "Corte de los milagros".

«Lo que realmente amaba era Madrid, ¡Aquel maldito sitio tenía vida! Las calles estrechas estaban llenas de bares con tapas en el mostrador y jamones colgando de las vigas, lugares llenos de sonidos de guitarra, castañuelas y de baile flamenco. Si conocías bien la ciudad, las noches no acababan nunca», así lo explicó quien en su ruta zigzagueante recaló en Euskal Herria, cuando en su visita a Zinemaldia, se alzó con el Premio San Sebastián por su papel en 'La noche de la iguana' y dinamitó la mecánica cotidiana de Sukarrieta mientras se bañaba desnuda en la playa y disfrutaba de las vistas de la isla de Txatxarramendi, entre tragos, cigarros y constantes comentarios que la señalaban por ser algo anacrónico.

Ellos

‘Ellos’ también tuvieron un papel en su vida, menos relevante de lo que siempre se ha dicho. A los 19 años, y bajo la bendición de la Metro se casó con el pequeño Mickey Rooney. Bendecida por el totémico Louis B. Mayer -quien dio su permiso para el enlace-, se casó con aquel locuaz chaval que en cuanto se apagaban las cámaras y focos, disfrutaba de fiestas interminables y partidas de poker no menos infinitas.

Un año después, y cansada del pequeño ludópata, se casó con el clarinetista Artie Shaw. El matrimonio tampoco duró mucho. En esta ruta se suceden multitud de nombres pero el verdadero folletín nace cuando entró a escena Franky «ojitos azules» Sinatra.

Celos, alcohol y constantes trifulcas salpimentaron una relación tóxica en la que él la llamaba por teléfono a las tantas de la madrugada y con su voz aterciopelada y entre lágrimas, le decía que la quería mucho y que regresará con él. Ella se limitó a describirlo así, «hay en Frank 7 kilos de hombre y 43 de pene».

En mitad de estos episodios siempre asomó él, el magnate Howard Hughes que siempre estuvo presente en su vida y desde la sombra. Rara era la ocasión en la que Gardner no lucía un regalo costoso del multimillonario que, a través de cartas o llamadas de teléfono, le mostraba su admiración eterna, incluso cuando Hughes enloqueció definitivamente y se convirtió en un extraño ermitaño, ajeno a miradas externas y adicto a la sangre mormona.

Capítulo aparte merece el dúo Mario Cabré y Luis Miguel Dominguín, dos simples elementos decorativos acordes a un país gris y decorado con tablaos flamencos en los que ella fue la antítesis de una mujer cortada por los patrones franquistas.

Con permiso de Hughes, Sinatra es un episodio recurrente en su vida. Cuando la actriz sufrió una apoplejía que le dejó medio cuerpo paralizado, Sinatra costeó su tratamiento médico en Estados Unidos y su posterior regreso a Gran Bretaña, donde falleció el 25 de enero de 1990 a causa de una neumonía.

Entre sus últimas bocanadas de humo, Gardner sentenció con un brindis, «deben ser mis genes de campesina los que me mantienen fuerte y saludable. No importa los esfuerzos que hago por autodestruirme, me las arreglo para sobrevivir».