Mariona Borrull
Berlín

‘Past Lives’ sacude la competición en la Berlinale

Este lunes, en el Festival de Cine de Berlín, el mal cine europeo nos aburría sobremanera, reíamos con las derivas tóxicas de Ira Sachs y soltábamos alguna lagrimilla con la nueva cinta de A24.

Celine Song (tercera por la izquierda), con el equipo del festival.
Celine Song (tercera por la izquierda), con el equipo del festival. (Stefane LOOS | AFP)

En 2016, Reality Winner, excontratista de la Agencia de Seguridad estadounidense, filtró información comprometedora del Gobierno de Trump y recibió por ello la sentencia más larga jamás dictada por filtración. Aun así, su nombre nos es menos familiar que el de Edward Snowden o Julian Assange.

Este lunes Sydney Sweeney, una de las caras más conocidas de la televisión contemporánea gracias a sus papeles en ‘Euphoria’ y ‘The White Lotus’, presentaba ‘Reality’, una disección, en clave de thriller y dirigida por Tina Statt, sobre esta figura clave de la actualidad política. Al mismo tiempo, en otra sala, Helen Mirren defendía firme el futuro de Israel en la piel de Golda Meir, la gran ‘Dama de Hierro’ durante la Guerra de Yom Kippur. Su película, ‘Golda’, es un panfleto propagandístico tenso, ya sea por la naturaleza del conflicto o porque viéndola nos sentimos cómplices de la violencia israelí actual.

Mientras tanto, el productor de ‘elegation’, israelí, denunciaba la amenaza a la libertad de expresión en el país frente a la reforma del poder judicial propuesta por el Gobierno de extrema derecha de Benjamin Netanyahu. Los grandes teatrillos caen contra los hechos.

‘Past Lives’ sube el listón emocional y cinematográfico

Con tres personajes y una trama simplísima, el debut de Celine Song, apadrinada por A24, aglutina la inteligencia narrativa y formal de las mejores películas ‘pequeñas’. El relato dibuja la relación entre Nora (Greta Lee, descubrimiento) y Hae Sung (Teo Yoo), su amigo de la infancia, del que ella se separara para migrar a Nueva York.

Son 24 años de vida, calibrados con tremenda síntesis emocional y una naturalidad que esquiva lugares comunes. El resultado es un cuento sentimental íntimo, vertebrado por lo tangible y lo tremendamente humano –ojo con la fragilidad confiable de John Magaro–. En lo puramente estético, una puesta en escena que privilegia la claridad interpretativa, transparencia sin niquelar. Suena a jazz y enfatiza el desplazamiento horizontal, como persiguiendo el destino (ese in-yun coreano) que nos ayuda a hacer las paces con nuestro yo del presente, del pasado y del futuro.

En ‘Passages’, Franz Rogowski la lía

El deseo y la confusión son como aceite para el agua o, por lo menos, así parece en la nueva película de Ira Sachs (‘Frankie’). Un renombrado cineasta, Martin (Rogowski), casado con Tomas (Ben Whishaw), descubre que el sexo con Agathe (Adèle Exarchopoulos) lo sacude de las inseguridades que han enquistado la relación con su marido.

Ahí empieza un juego a tres, donde el único que mueve ficha es Martin, terremoto ciego y nunca satisfecho. Sachs fotografía cómo el tipo desbarajusta las vidas que invade, aunque apenas contempla los daños colaterales que organiza. No hay tiempo para el drama.

Su propuesta habla con el lenguaje del Truffaut sentimental y confuso –produce Saïd Ben Saïd, valedor del último cine francés de autor–, siempre con la risa (nerviosa o ajusticiante) por bandera… El lío de Martin es, simplemente, demasiado.

Un cine europeo en estado vegetativo

Son palabras duras para una tendencia panfestivalera: la de programar películas mediocres de grandes cineastas venidos a menos. Este lunes se estrena Margarethe von Trotta, cara icónica de la Nueva Ola alemana e invitada permanente a los grandes aparadores internacionales.

‘Ingeborg Bachman – Journey into the Desert’ recoge la tortuosa relación de la escritora austríaca (Vicky Krieps, en su enésimo papel como maltratada figura histórica) con Max Frisch. Atrofia la película la condición trágica de este tipo de biopics europeos y televisables, todo un género.

Ni von Trotta, ni nadie, sabe explicar por qué la buena Ingeborg debió de enamorarse del villano Max, por lo que su relato vale lo mismo que nada. Queda celebrar y actualizar su figura, ¿pero de verdad el cine sirve para eso?