Karlos Zurutuza

El pasado arrincona al ministro de Seguridad israelí, Itamar Ben Gvir

Un exmiembro de una organización supremacista judía acusa al ministro de Seguridad Nacional israelí, Itamar Ben Gvir, de reclutar a adolescentes para cometer crímenes de odio contra la población palestina. La polémica desenmascara ante el mundo al Gobierno más extremista de la historia de Israel.

Gilad Sade (de blanco), con Ben Gvir a su derecha, durante una visita de este último a los adolescentes durante un juicio en 2004. Todos fueron condenados.
Gilad Sade (de blanco), con Ben Gvir a su derecha, durante una visita de este último a los adolescentes durante un juicio en 2004. Todos fueron condenados. (Ilan MIZRAHI)

Hostigar a los palestinos, vandalizar sus coches y sus casas, ocupar sus tierras… Gilad Sade, un israelí de 36 años, recuerda su día a día de cuando perteneció a una organización supremacista judía. «Entré en la cárcel por primera vez a los trece y volvería muchas veces. Durante aquellos años, Itamar Ben Gvir y yo éramos uña y carne», explica Sade a GARA desde Roma, Italia.

Itamar Ben Gvir es el actual ministro de Seguridad Nacional de Israel.

Su partido, Poder Judío, consiguió seis escaños en las elecciones legislativas de noviembre de 2022 y hoy integra un Gobierno de ultraderecha considerado el más extremista en la historia del país, que lidera Benjamin Netanyahu.

Crecido en una familia de inmigrantes judíos laicos de Irak, Ben Gvir, de 47 años, se unió de adolescente al Kach, un partido sionista radical clasificado como «organización terrorista» en los 90 por Israel, Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Japón.

En 1995, Ben Gvir se hizo famoso por amenazar al entonces primer ministro, Isaac Rabin, tres semanas antes de que lo mataran.

«En casa tenía una foto de Baruj Goldstein colgada de la pared», recuerda Sade. También conocido como el «carnicero de Hebrón», Goldstein era un médico llegado desde Nueva York que mató a 29 palestinos con un fusil de asalto en 1994. «Recuerdo que Ben Gvir fue el primero en celebrar la fiesta del Purim vestido con una bata blanca de médico, en homenaje a Goldstein», dice el israelí. «Yo no era más que un niño, pero recuerdo que Goldstein era un héroe para todos», añade Gilad Sade.

El padrastro de Sade era la mano derecha de Ben Gvir entonces. A menudo, el niño solía quedar al cuidado de este último, cuando ambos residían en el asentamiento ilegal de Kiryat Arba. Sade creció en ese antiguo complejo de barracones militares levantados en tierra palestina en 1970 y que hoy es una ciudad para 10.000 personas. Allí recibió uno de sus primeros encargos.

«Solíamos distribuir panfletos pidiendo la expulsión de los árabes de Israel o la demolición de la mezquita de Al-Aqsa. Ben Gvir me pidió que los escondiera debajo de mi camiseta. Al ser un niño, la Policía no me registraría», rememora. A los 14 años, Ben Gvir le pidió que se cubriera con un pasamontañas antes de darle unos alicates y explicarle por dónde podía romper la alambrada y entrar en el complejo de Naciones Unidas en Jerusalén sin ser visto. Su misión aquella noche fue vandalizar los coches de la ONU y hacer grafitis contra ese organismo en las paredes.

«Nunca asumía riesgos. Me esperaba escuchando música jasídica en el coche mientras yo me colaba en el complejo de noche jugándome la cárcel, o incluso la muerte. Podrían haberme disparado tras tomarme por un terrorista», asegura el israelí.

Ben Gvir «reclutaba entre jóvenes de familias desestructuradas, presumía de que los alejaba de las calles y de las drogas, pero les pagaba para cometer delitos

Poco después de aquello, Sade abandonaría la escuela para convertirse en un colono a tiempo completo. Junto a sus colegas, construía chozas de piedra y uralita en Cisjordania, en las que vivían como en tiempos de la Biblia: sin agua corriente ni electricidad, leyendo la Torá y rezando hacia Jerusalén.

Ben Gvir, continúa, «reclutaba entre jóvenes de familias desestructuradas, presumía de que los alejaba de las calles y de las drogas, pero les pagaba para cometer delitos. Los chicos solían buscar la aprobación del grupo escupiendo a los palestinos, tirándolos al suelo, rociándolos con espray de pimienta…». Si bien la organización buscaba provocar agitación que desembocara en violencia callejera, no se concedía más espacio que el imprescindible a la improvisación. «Nos adiestraban para responder a todo tipo de situaciones: romper alambradas, ocupar la casa de una familia palestina, afrontar con éxito un interrogatorio de la Policía…», recuerda Sade.

En una entrevista concedida al Canal 7 israelí, Ben Gvir presumía de haber sido detenido «cientos de veces» –la primera vez a los 14 años–, pero de haber sido acusado solo en ocho ocasiones. A los 18 años, sus antecedentes le eximieron de cumplir el servicio militar. Antes de lanzar su carrera política, fue condenado por la Corte de Jerusalén por «incitación al racismo» al pedir la expulsión de los árabes de Israel.

Gilad Sade lleva años en el exilio por las continuas amenazas que sufre desde sectores ultraderechistas. (Karlos ZURUTUZA)

Hoy ha moderado su discurso, al menos en público, para poder llegar al Parlamento. Pero todo el mundo sabe que sigue siendo el mismo influencer racista de siempre», zanja Sade, quien abandonó el movimiento extremista a los 21 años.

«Fue un proceso muy largo y doloroso para poder superar, entre otras cosas, el odio hacia mí mismo por el daño infligido», admite. También lamenta que muchos de sus antiguos compañeros «no consiguieran romper los muros de esa prisión mental».

Sade se convertiría en guía de viajes de aventura, y su afición por la fotografía le abriría las puertas al periodismo. Como reportero independiente, trabaja para medios tanto israelíes como internacionales en lugares como Ucrania, Kosovo o Nagorno Karabaj. No obstante, parte de su labor periodística se ha centrado en desenmascarar a aquellos que, mantiene, arruinaron su vida y la de cientos de jóvenes. De momento, el precio a pagar ha sido el exilio: no puede volver a Israel por las numerosas amenazas recibidas, y menos hoy, cuando aquellos que fueron sus mentores están en el poder.

«Me romperían los huesos si lo hiciera. También temo por las presiones que puedan ejercer sobre mi madre allí porque ya lo han hecho antes», lamenta Sade.

Parte de su labor periodística se ha centrado en desenmascarar a aquellos que, mantiene, arruinaron su vida y la de cientos de jóvenes. De momento, el precio a pagar ha sido el exilio: no puede volver a Israel

El portavoz de Itamar Ben Gvir declinó responder a las preguntas formuladas por GARA y calificó para esta cabecera de «poco serias» y «propaganda yihadista» toda acusación de crímenes de odio contra el ministro.

El testimonio de Sade también fue recogido por la revista “New Yorker”, en un reportaje en profundidad publicado el 20 de febrero. Al día siguiente, en una tensa sesión parlamentaria, la oposición pedía explicaciones a Ben Gvir. «Son historias de hace 20 años de la boca de un individuo con antecedentes penales», zanjaba el titular de Seguridad, en un intento de restar credibilidad a las acusaciones.

Dominación

En noviembre de 2022, semanas antes de la formación del nuevo Ejecutivo, la Autoridad Palestina (ANP) ya advirtió de que la investidura de Itamar Ben Gvir podría tener un impacto «potencialmente catastrófico». Puede que no fuera exagerado. En un informe de Amnistía Internacional del pasado 1 de febrero, la ONG con sede en Londres denunciaba la muerte de 35 palestinos a manos de las fuerzas israelíes solo durante el pasado mes de enero –ya son más de 60–.

«Los asesinatos ayudan a sostener el régimen de apartheid israelí y constituyen crímenes contra la humanidad. También otras medidas como la detención administrativa o el desplazamiento forzoso», destacaba la ONG. El 27 de enero, siete personas fueron murieron tiroteadas en una sinagoga y una decena resultaron heridas de gravedad en ataques en sendos asentamientos judíos de Jerusalén Este. El 10 de febrero, dos israelíes, entre ellos un niño,  resultaron muertos en un atropello intencionado en Jerusalén. Once fueron los palestinos muertos a tiros por las fuerzas israelíes en Nablús, Cisjordania, el pasado miércoles, en la última redada del Ejército.  

En su Informe Mundial de 2023, Human Rights Watch apunta a «una política para mantener la dominación de los judíos israelíes sobre los palestinos» bajo un nuevo Gobierno que, recuerda la ONG con sede en Nueva York, «incluye a Itamar Ben Gvir, quien ha sido acusado por un tribunal israelí de incitación al racismo y apoyo a una organización terrorista».

El actual primer ministro juró el cargo el pasado 29 de diciembre inmerso en un proceso abierto por cohecho, fraude y abuso de confianza.

Para Alberto Spectorowsky, antiguo miembro del Grupo Internacional de Contacto (GIC) y profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Tel Aviv, el actual clima de violencia que vive el país está relacionado con los cargos de corrupción contra el primer ministro. «Hay un conflicto desatado entre los que defienden una democracia con instituciones liberales y los que quieren quitarle poder e independencia a la Corte de Justicia», explicaba Spectorowsky a GARA desde Tel Aviv, por vía telefónica.

El actual primer ministro juró el cargo el pasado 29 de diciembre inmerso en un proceso abierto por cohecho, fraude y abuso de confianza. «Sin ese juicio pendiente, Netanyahu sería un defensor más de la democracia liberal», asegura el politólogo. En cuanto a Ben Gvir, Spectorowsky apunta a «un escenario abierto»: «Netanyahu no tiene interés en prender fuego al Medio Oriente y es por eso que se encarga de contener a Ben Gvir. No obstante, este último anunció que abandonará la coalición si le quitan autoridad», recuerda el experto.

En una entrevista concedida al Canal 12 israelí el 4 de febrero, el ministro de Seguridad daba un plazo de tres meses al Ejecutivo para que implementara medidas como la pena de muerte para los «terroristas» o la creación de un cuerpo armado integrado por civiles.

«Mientras siga teniendo influencia, no tumbaré el Gobierno», zanjaba Ben Gvir. Su medida más reciente ha sido aumentar en un 400% el número de permisos de armas que se pueden conceder mensualmente.

Sade piensa que Ben Gvir busca formar su propia milicia. «Ahora quiere armar a todo el mundo para contener estos ataques que, sin embargo, han aumentado desde que ocupa el cargo», añade. «¿Qué otra cosa se puede esperar de un país cuyo ministro de Seguridad me pidió a mí y a otros que cometiéramos crímenes de odio?», pregunta.

Respecto al futuro de su país y su regreso al mismo a corto plazo, Sade se muestra pesimista. «Israel es una trampa no solo para los palestinos, sino también para todo aquel que piense diferente», subraya.