Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Entrevista
Marina Garcés
Filósofa, activista y docente

«Creamos burbujas muy comunicativas pero muy poco conversadoras»

Marina Garcés (Barcelona, 1973) es una de las  filósofas más conocidas del panorama actual, una voz y un pensamiento que trabaja en los márgenes, creando vías para un pensamiento común muy alejado del pensamiento único. Su ‘Filosofia amaitu gabea’ ha sido editada por Jakin.

Marina Garcés, con su ‘Filosofia amaitu gabea’ que ha editado en euskara Jakin.
Marina Garcés, con su ‘Filosofia amaitu gabea’ que ha editado en euskara Jakin. (Aritz LOIOLA | FOKU)

Una búsqueda en redes con un hastag que incluya la palabra ‘filosofía’ da resultados sorprendentes. Hay un interés planetario; también un boom en lo académico, un ‘hambre’ de pensamiento con el que afrontar tiempos difíciles que estudiosos y activistas como Marina Garcés analizan. «Hay un uso por parte de la gente más joven muy intempestivo de la filosofía –explica–. Yo me encuentro con muchos lectores y, sobre todo, muchas lectoras de 18-20 años que saben muy bien lo que buscan. ‘Bueno, como necesito pensar esto y me da igual, no me voy a hacer un grado entero. No lo necesito como aval sino como caja de herramientas’». Herramientas para buscar otros presentes y, quizás, otro futuro.

«Para mí la filosofía se ocupa no tanto de abstraer para generalizar, sino de encontrar aquello que es común y que resuena en distintos aspectos de un mismo problema»

De expulsada casi del sistema educativo, la filosofía está volviendo a tener protagonismo en la plaza pública gracias  al interés de lo que Marina Garcés define como «la sociedad civil lectora». Bajo la aparente sencillez de su discurso, el trabajo de esta mujer esconde cargas de profundidad contra el elitismo y una sociedad que no trabaja para articular lo común. Jakin ha editado en euskara ‘Filosofía amaitu gabea’, el número 50 de la colección fundada por José Azurmendi, y que incluye la primera parte de su ‘Filosofía inacabada’ (2015), un repaso a la historia de esta disciplina. En inglés, por cierto, también se edita así. ¿Filosofía inacabada para un mundo agotado?: «Quizá el principal compromiso de la filosofía, hoy, sea inacabar el mundo (...). No se trata de salvar al mundo ni a la humanidad, sino de hacer al mundo visible y a la humanidad capaz de tomar en sus manos esta apuesta», escribe esta investigadora.

Las inscripciones en filosofía se han disparado en el último lustro en el Estado: ha pasado de ser una de las carreras menos valoradas a estar de moda. ¿Hay hambre de pensamiento en tiempos difíciles?

Hay una revitalización del interés por la filosofía que tiene que ver, para mí, con varias cosas. Por un lado, porque hay un cambio generacional en las personas que estamos enseñando o escribiendo sobre filosofía desde muchos lugares del mundo. Además, tenemos acceso muy rápido a temas muy candentes y ya no solo se piensa desde los grandes centros coloniales y históricos del mundo, sino que desde muchos lugares nos llegan libros y pensamiento de los cinco continentes en tiempo real. Por otro, hay una situación de incertidumbre en la que hay la necesidad de pensar no de una forma retórica ni puramente académica, sino realmente para poder elaborar un rigor los problemas de nuestro tiempo. En eso se nota que ha habido un desplazamiento del interés hacia la filosofía muy clara, tanto en los grados como los másteres.

Yo dirijo un máster en la Universitat Oberta de Catalunya, se llama Máster de Filosofía para los Retos Contemporáneos, y tenemos casi 300 estudiantes. Y te preguntas: ¿qué hacen 300 personas estudiando un máster? Porque, aunque tenga todas las condiciones para abrir las puertas a doctorados, no es la razón principal por la que la gente se está matriculando. Tenemos un perfil, por ejemplo, de estudiantes de tipo científico-técnico e incluso tenemos un convenio con la Politécnica de Catalunya, porque lo pidieron ellos, para poder tenerlos como créditos de libre elección. Yo pienso que se percibe inquietud, una inquietud que se podría alimentar de mucho miedo, porque hay mucho miedo en nuestra sociedad y actitudes muy defensivas pero, a la vez, esta misma inquietud también es movilización: es un ir a buscar cómo poder pensar de otra manera lo que nos está sucediendo.

Es interesante lo que apunta del perfil científico. Hace poco Geoffrey Hinton, vicepresidente de ingeniería de Google, se bajaba del carro de la Inteligencia Artificial (IA) y rogaba para que ‘alguien»’ pensara sobre cómo controlarla. ¿Quiénes deben decidir y pensar cómo hacerlo: científicos, filósofos...?
Hay una escisión. De hecho, es uno de los temas de nuestro tiempo, porque, en realidad tenemos muchos eventos, congresos, cumbres y jornadas donde se hablan y se piensan muchas cosas pero de forma tan fragmentada, tan segmentada y tan autorreferente que, al final, cada cual habla con los suyos. Pasa en todos los sentidos: ideológicos, científicos, políticos y de género. Entonces vamos creando burbujas muy comunicativas, pero muy poco conversadoras, porque conversar precisamente es eso: es poder dirigirse a aquellos otros con quienes hay que poder llegar a tener algo que decirse. Si solo nos decimos lo que ya sabemos unos a otros –y en esto, las redes han alimentado todavía más estas lógicas autorreferentes–, al final esos encuentros que están haciendo los ingenieros, los desarrolladores de software, los profesionales de las escuelas... cada cual tiene problemas tan distintos que eso implica que tienen urgencias muy diversas y que cada cual necesita salvar su problema por su cuenta.

Para mí la filosofía precisamente tiene la aspiración de que incluso lo más concreto de la realidad implica problemas comunes. Se ocupa de eso: no tanto de abstraer para generalizar, sino de encontrar aquello que es común y que resuena en distintos aspectos de un mismo problema. Y es obvio que lo necesitamos con todo, porque si hablamos de cambio climático, de IA, de desigualdades sociales, de relaciones entre géneros... o sea, si hablamos de qué es el ser humano, todo es objetivamente común; es decir atraviesa y no hay un lenguaje único, como había aspirado a hacer la ciencia occidental.

«Hay mucho miedo en nuestra sociedad y actitudes muy defensivas pero, a la vez, esta misma inquietud también es movilización: un ir a buscar cómo poder pensar de otra manera lo que nos está sucediendo»



Está también el papel de la cultura. ¿La cultura sirve para crear colectivo, sociedad... para qué sirve?

Con la cultura precisamente tenemos esta palabra tan bonita que tiene que ver con lo que se cultiva, con lo que crece, con lo que nos alimenta, con lo que se puede replantar, con lo que se puede compartir. La cultura implica ver qué visiones y experiencias del mundo nos definen hoy como sociedad y qué significa eso, y también hasta dónde estamos dispuestos o dispuestas a que no sea solo un monocultivo, sino que algo que respire y nos abra a otros mundos. Eso es el sentido de la cultura. Para mí todo está implicado, no en el sentido antropológico de que todo es cultura, sino en ¿qué mundo alimentamos, a través de qué actividades, quién las sostiene, cómo se organizan, para quién son, quién está legitimado para estar o no configurando sus mundos? ¿O solo podemos ser consumidores pasivos de lo que nos echan como a gallinas? Para mí, todo eso es la batalla cultural. Volviendo a la cuestión más académica,  todo el entramado educativo y académico tendría que estar implicado en la creación de cultura, pero, en cambio, hemos hecho  un reparto de roles y la cultura es algo así como una actividad de ocio y tiempo libre. Aquí ha habido una neutralización de otro elemento común en el que participamos todos.

No sé si ha visto este titular del también filósofo David Pastor Vico: «La filosofía te puede evitar el psicólogo y, encima, es gratis».

Sí, y he pensado: ¿Esto de gratis, eh? Porque precisamente el tiempo no es gratis en nuestra sociedad: hay que tener tiempo y poderlo compartir. Y también poder saber leer, pero no saber en el sentido técnico solo de tener determinados saberes, sino saber leer: es decir, es poder hacer experiencia de eso que leemos. En la filosofía casi todo pasa por la lectura, o escuchamos o conversamos, y, claro, esto no es gratis porque tener tiempo ya es un privilegio ganado con mucho dinero. A lo mejor no nos cobrarán 50 o 70 euros la hora, como un psicólogo, pero la riqueza que implica hoy el tiempo de pensar nos está siendo escatimada.