Silvia Pérez Cruz clausura por todo lo alto un gran festival
La cantante catalana hipnotizaba a un público entregado que abarrotó el polideportivo de Mendizorroza en el cierre de un festival que parece haber encontrado el equilibrio entre el público, la ciudad y su programación. El saxofonista cubano Ariel Brínguez caldeó el ambiente con su personalidad magnética y un jazz sofisticado a ritmo latino en el primero de los conciertos de la noche, mientras que el brasileño Yamandú Costa arrasó el Teatro Principal con su enorme energía a golpe de guitarra en la sesión de tarde.
La cercanía de los tres artistas con el público y el magnetismo de sus personalidades, bien diferentes pero todas ellas atractivas y amables, provocó que se se creara un ambiente especial que destilaba serena felicidad por todas partes. La ciudad tendrá que resistir con el eco de la música hasta dentro de un año, pero los que puedan desplazarse a otras ciudades podrán seguir disfrutando a lo largo del verano.
Yamandú Costa y su Guitarra Brasileira
Como cada día desde el pasado lunes, el Teatro Principal mostraba un aspecto inmejorable. El aforo ha sido más o menos constante a lo largo de toda la semana, con la salvedad del concierto de Marco Mezquida y Moisés P. Sánchez que despertó un interés particular y un lleno absoluto. Sin embargo, del escenario habían desaparecido los pianos, la batería y el amplificador del bajo. En su lugar, una solitaria silla, un reposapiés y una mesa baja y redonda con un termo y un cebador de mate. Tras el último timbre de aviso y con todo preparado, aparecía el músico con una guitarra clásica en su mano, y tras saludar brevemente se puso manos a la obra.
Las primeras notas de un tema lento sirvieron para romper el hielo y para que el brasileño fuera sintiendo su guitarra en una situación relajada y favorable. Las primeras escalas y acordes enseguida recuerdaron a la música de su país de origen. Se escuchaban acordes de bossa, ritmos brasileños y melodías que se reconocían procedentes de un folklore iberoamericano imposible de localizar. Este tema evolucionó sin mediar pausa hacia otro mucho más vigoroso, en el que ya pudimos sentir la enérgica pulsación y los rasgueos violentos que serían una de las características del estilo de Yamandú durante todo el recital.
Poco a poco se fue resolviendo la expectativa que siempre se crea cuando un único músico solitario se enfrenta a un auditorio inquisitivo con su instrumento como única herramienta. Todos lo podemos imaginar con mayor facilidad visualizando un piano, pero es mucho menos habitual encontrarse con un concierto a guitarra sola. Esto ocurre porque las posibilidades simplemente son más reducidas y se requiere poseer una gran habilidad y muchos recursos para salir vencedor del reto. La habilidad quedó patente con el primero número, pero faltaba por desvelar de qué recursos musicales dispondría el guitarrista para conseguir mantener el interés. Estos fueron menos variados de lo deseable pero en cambio, lejos de preocuparse por esa cuestión, se centró en explorar algunos diferentes palos como la milonga, la samba, la bossa rápida y otros ritmos argentinos, colombianos y uruguayos que si bien no sonaban armónicamente muy diferentes entre sí, llevaban el sabor y el espíritu de la música viva que se podría sentir en cualquier celebración con baile de aquellas latitudes.
Así, con simpatía, contando anécdotas de su vida y viajes en clave de humor que le definían como un músico hecho a sí mismo en la calle y en la carretera, del tipo de músico que llevando su instrumento siempre consigo no desperdicia cualquier situación para compartir y montar una fiesta musical en cualquier bar o esquina, se metió al público en el bolsillo. Un público que terminó rendido al virtuosismo y la vitalidad un tanto exacerbada del peculiar Yamandú Costa, un músico singular donde los haya.
Tras dejar una colección de temas folclóricos donde los momentos de calma fueron escasos y de necesidad para dar un breve respiro al público llegó la sorpresa de la tarde. Al regresar al escenario para el bis reglamentario, el guitarrista anunciaba la presencia de Silvia Pérez Cruz con la que compartiría dos canciones, siendo este un momento que el público supo entender como especial y asó lo demostró con una explosión de aplausos. Al acompañar a la sutil y sofisticada cantante, el brasileño se olvidó del público para centrarse en fluir y acompañar respetuosamente a la cantante catalana, creándose un clima de entendimiento y sonido especial y emocionante.
Así, con una actuación que debido a la presencia de la artista más importante del cartel del festival se alargó un poco más de lo habitual y con los aficionados destilando satisfacción, prácticamente la totalidad de los presentes pondrían poco a poco rumbo a Mendizorroza para volver a encontrarse con Silvia Pérez Cruz.
Ariel Brínguez y su jazz poderoso
El polideportivo, a la hora de comenzar el concierto del cubano Ariel Brínguez, mostraba una mayor asistencia que en días anteriores pero aún no podría decirse que el lleno era total. En una tarde noche calurosa en Gazteiz y sofocante dentro del recinto, hacían su aparición en el escenario el guitarrista cacereño Javier Sánchez, el baterista argentino Federico Marini y los madrileños Dario Guibert al contrabajo y Pablo Gutiérrez al piano para acompañar al saxofonista en su presentación en el festival.
Ofrecieron el concierto más sabroso de todo el festival, con solos de gran intensidad y brillantez y uno ritmos de son, de danzón y de rumba que siempre se agradece escuchar y que le llevan a uno de la mente al cuerpo sin que apenas pueda darse cuenta. El sonido y el fraseo personal, sofisticado y cálido de Ariel Brínguez tanto en las introducciones abiertas de los temas como en sus solos interactuando con los otros músicos marcaron el paso al resto de los solistas que encontraron unas sonoridades particulares definiendo el universo del artista cubano que rápidamente se metió al público en el bolsillo.
Al calor de la música había que añadirle la gracia de Brínguez para ejercer de maestro de ceremonias, introduciéndonos a todos en una especie de ritual chamánico con las presentaciones y explicaciones entre temas, mostrándose feliz de participar en el festival y como casi todos los músicos que han pasado por los escenarios en esta edición, mostrando admiración y gratitud hacia una audiencia que no puede ser más respetuosa y dedicada. Tras el bis de rigor y dejando las ganas de más en el ambiente, llegamos a la actuación que habría de cerrar el festival, y por ello, la más importante del cartel.
Silvia Pérez Cruz, un viaje colorido por las etapas de la vida
Tras el descanso entre conciertos y el cambio de escenario, mágicamente todas la butacas estaban ocupadas y aun se quedó público en pie. Lo que mueve la cantante catalana, la admiración que su voz despierta. su simpatía y esa aparente fragilidad, su proximidad con el público y la naturalidad con la que se mueve en el escenario la convierten en un fenómeno extraordinario. Conseguirlo haciendo además una música que, aunque sin alejarse demasiado de estructuras sencillas típicas de la canción popular y de las ruedas tradicionales del flamenco, no se ajusta en absoluto a los requisitos comerciales de un producto masivo. Aun así, su presencia en cualquier festival hace que se agoten las entradas semanas o meses antes de la actuación.
Arrancaba el concierto a capela, como quien se sabe en posesión de la fuerza suficiente para dominar la situación. A continuación y sin apenas pausa interpretaba otra tema de su último disco titulado ‘Toda la vida, un día’ acompañada ya por Carlos Monforta al violín, Marta Roma al violoncello y Bori Albero al contrabajo. El final de este tema fue el momento en que la de girona aprovechó para tomar aire, presentar a los músicos, coquetear con el público y con el festival y explicar el concepto en el que estaba basado el concierto.
Al igual que el disco las canciones están ordenadas en cinco movimientos que representan las diferentes etapas de la vida, la infancia, la adolescencia, la madurez, la vejez y el renacer, esta estructura sería respetada durante el concierto con el añadido de asignar a cada fase un color. Así el naranja representaría la infancia, azul la adolescencia, verde la madurez y en blanco y negro la vejez. Además, cada movimiento conllevaría también un cambio de timbre e intensidad musical y una colocación diferente entre los músicos. Comenzaron tocando juntos durante el primer movimiento, separados y locos durante el segundo, se volvieron a juntar en el tercero y ya se acompañaron todos hasta el final de recital.
El concierto transcurrió entre melodías reconocibles pero con un gran despliegue sonoro merced a que todos los músicos cambiaron de instrumento en algún momento o fase del mismo. La misma Silvia Pérez Cruz pasó de la guitarra a un multiefectos y se atrevió incluso con el saxo, al que por cierto sacó una gran sonoridad. Con el público embelesado y tras las casi dos horas que duró el recital, se repetiría la escena que por la tarde hubiéramos tildado de irrepetible. La cantante invitó a Yamadú Costa y repitieron los mismos temas que cantaron en el Principal unas horas antes, pero pasaron tantas cosas diferentes durante su interpretación que los que vivimos los dos momentos pudimos ser testigos de como los grandes artistas hacen de cada interpretación un momento irrepetible.
Éxito rotundo de Silvia Perez Cruz, borrachera de belleza y sensibilidad que la audiencia se llevó para sus casas y a esperar qué nos deparará la siguiente edición de un festival se despide este año dejando tras de sí una de las programaciones más interesantes y equilibradas de los últimos años. Aplaudir el esfuerzo y el éxito de la organización que año tras año consigue mantener a flote un evento que dura toda una semana, que tiene como handicap coincidir con los San Fermines de la vecina Iruña y no siendo una ciudad turística como lo es Donostia que durante todo el verano. Allí será la próxima cita con el Jazz.